Este el detonante que hace que el mundo de Mia se derrumbe. La angustia alcanza tales cotas que tiene que ser ingresada en un sanatorio mental, recomponiéndose y arreglando su vida. Sin embargo, lo más difícil no será la estancia, sino la vida que hay después, sin su marido y con una excedencia del trabajo por motivos de salud.
¿Cómo volver a ser una misma con la mente quebrada? Mia vuelve a Sonden, el pueblo donde está la residencia de su madre. Allí conocerá a varias ancianas que se relacionan con ellas y cómo cada una luchó su propia vida a su manera. Hace amistad con su vecina, una joven con dos niños a la que su marido grita cuando tiene un mal día. También dirigirá un taller de poesía destinado a adolescentes donde comprobará las estrictas reglas sociales que tienen las niñas.
De esta forma, pasado, presente y futuro se dan la mano en ese verano de Mia, en ese verano sin hombres, donde a pesar de toda su actividad, por las noches no podrá evitar preguntarse por su todavía marido, si sigue con su relación y si piensa volver algún día.
La novela tiene gran cantidad de elementos autobiográficos. La propia Siri es esposa de un hombre brillante y tiene una hija cantante. Reflexiona cuál es el papel de las mujeres en el mundo, si el de hija, esposa y madre o si tenemos algo más que ofrecer a los demás. Habla de la creación, de cuál es el papel creativo de las madres. Y no en vano su libro está lleno de mujeres creativas: ella es poeta, una de las ancianas borda con primor, su vecina hace pendientes de metal y su propia hija es una estudiante talentosa.
De esta forma, la pausa de Boris va quedando en un segundo plano a medida que Mia avance en su autoconocimiento en todos los niveles de su vida, dando lugar a una novela intimista y también algo perturbadora.