En un futuro o en un presente indeterminado, el hielo empieza a cernirse sobre la tierra como si fuera una pesadilla. Todos los territorios se ven asediados por murallas heladas que forman figuras fantásticas y colores maravillosos, pero tras esa belleza se encuentra la muerte. No hay apenas sol, ni luna, ni estrellas, sólo este hálito que va robando poco a poco la vida de los que quedan.
En mitad de este caos, un narrador, del que no sabemos el nombre, va buscando a una chica delgada, esbelta, de pelo blanco. Siempre que la encuentra, ella desaparece de algún modo y tiene que seguir su periplo por ciudades militarizadas y carreteras nevadas hasta dar con ella de nuevo, como si en realidad viajara en círculos.
El cambio climático tiene mucho que ver en esta distopía, escrita en los años sesenta. El hombre ataca a la tierra y esta se venga produciendo otra glaciación o bien la tierra es una víctima más de esta ola de frío inabarcable. En este sentido, más que Cifi, podemos decir que se trata de una obra CliFi, es decir, climate fiction, una rama de la ciencia ficción que se basa en el clima.
La chica delicada, casi albina, de miembros finos y cabellos blancos que él busca proteger y que ella, sin embargo, se empeña en escapar, puede ser esa droga que tanto ansiaba la autora. Pero quedarnos con esta lectura resultaría reduccionista y le quitaría mucho mérito a esta novela, que no tiene final porque es un viaje en círculo buscando algo que se nos escapa en medio de un planeta que está a punto de exhalar su último aliento. La traducción de Ainize Salaberri es una verdadera delicia.