Pocas cosas han ocupado tantas historias y tantas películas como las historias sobre casas encantadas. ¿Quién no recuerda los veranos de su infancia en el pueblo y las historias extrañas que corrían sobre una determinada casa abandonada, que nunca se alquilaba ni se vendía?
Para la psicología, la casa representa a la madre. A los niños se les hace pintar una casa y según la posición, el tamaño o las proporciones se detectan (o no) posibles problemas con la madre. Y esto es hasta cierto punto lógico. Las casas son como las madres: un lugar seguro, cálido, acogedor, lleno de cariño al que poder regresar siempre que recibamos un vaivén de la vida.
Pero por desgracia, esto no siempre es así.
Infestación (Dilatando Mentes Editorial) nos habla de los diferentes tipos de casas encantadas. Porque no todas son iguales. Las hay que tienen fantasma, como La casa de los siete tejados, de Nathaniel Hawthorne (bisnieto de uno de los jueces de Salem), construida sobre suelo maldito. También tenemos la casa como una ampliación de la psique, capaz de reflejar nuestros temores, miedos y obsesiones, como es el caso de La maldición de Hill House, de Shirley Jackson.
Y no sólo eso: Couto-Ferreira distingue entre el espíritu y el fantasma. El espíritu podría definirse como una entidad que vaga por ahí, mientras que el fantasma está ligado a un determinado lugar, del que no puede desvincularse hasta que alguien complete por él lo que tiene pendiente. Por eso estas apariciones suelen ser como una película que se proyecta eternamente, atrapadas en un bucle sin fin que suele representar su propia muerte. Es el caso de una de las más famosas de la historia: Manderlay, de Rebecca. La presencia de la primera señora De Winter es tal que no hace falta que su fantasma se aparezca, porque ya está presente en todo.
Asimismo, también hay casas que podríamos denominar "incómodas", como es el caso de La casa de los ruidos de M.P. Shiel, un cuento enormemente admirado por Lovecraft que trata de una mansión construida en una isla, por lo que el mar se escucha constantemente. Pero además, su acústica está amplificada para que hasta el sonido más pequeño resulte molesto, por lo que la vida allí es casi imposible.
No podía faltar la Casa Usher, de Edgar Allan Poe, donde los dos últimos miembros de la familia sufren la decadencia de la mansión a la par que la de su linaje.
Y es que las casas encantadas son más que eso: son manifestaciones de la mente, de traumas no resueltos, de problemas familiares o de maldiciones que se siguen repitiendo hasta que alguien rompa ese vínculo y logre liberar al lugar. No es algo sencillo, pero sin duda merece la pena intentarlo.