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Reseña de "La Guerra Civil en Barakaldo" de Koldobika López

Por Garatxa @garatxa
"Félix era cura en la parroquia del Carmen de Sestao. En esos años se convirtió en cura cocinero. En la sacristía creó una cocina comedor, donde podían comer los hijos de los obreros que estaban en paro. Félix, según recuerdan algunos testigos, se colocaba unos manguitos blancos y un delantal sobre la sotana para evitar mancharse mientras cocinaba. Félix iba por las casas de sus familiares pidiendo comida y animales para poder cocinar y así alimentar a los más desfavorecidos de la zona. Pero no solo trató de involucrar a su familia, Félix iba también por la zona de Neguri esperando que su condición de cura le ayudase a encontrar almas caritativas en la zona residencial que le diera alimentos o dinero para conseguirlos. Una anécdota que ejemplifica bien el carácter de este cura cocinero fue cuando la familia de un difunto, que había pedido un entierro cristiano, decidió hacerle un funeral civil, y en medio de la comitiva se colocó a la cabeza de esta recitando sus preces hasta acompañar al difunto hasta el cementerio".


Así comienza la historia de Félix Lahuerta que el historiador barakaldés Koldobika López Grandoso nos narra en su libro La Guerra Civil en Barakaldo: once meses de resistencia. Puedo asegurar que esta historia es una de las más duras que se narran en el libro y, por tanto, recomiendo su compra para conocer el final.


Koldobika inicialmente nos describe en su libro la vida en Barakaldo en los momentos previos a la guerra. Es un tiempo de mucha violencia, fruto del pistolerismo reinante en época de Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera, y tengo que reconocer que a mí, como barakaldés militante que soy, me ha impactado mucho. La guerra en Barakaldo comenzó en plenas fiestas de El Carmen, por lo que en los primeros momentos nadie se creía que la cosa fuese en serio, pero en el mes de septiembre tuvieron lugar los primeros bombardeos sobre la población civil, por lo que pronto el pueblo tomó conciencia de que lo que estaba ocurriendo era algo muy serio. Tan serio que, como represalia a los bombardeos indiscriminados, varios derechistas que estaban como prisioneros en la ría en los barcos Altuna Mendi y Cabo Quilates, fueron excarcelados y asesinados. En esto consistían las famosas . Y es que la Legión Cóndor "se entrenó" para la Segunda Guerra Mundial bombardeando a la población civil en España con el fin de extender el terror y la muerte, y desmoralizar al ejército republicano. El 22 de julio de 1936 fue bombardeada Otxandio y, posteriormente, Durango y Gernika. Sobre esta última y famosa localidad se acaba de estrenar recientemente una película.

"La Guerra Civil española me dio una oportunidad de poner a prueba a mi joven fuerza aérea, así como para que mis hombres adquirieran experiencia". Hermann Goering.


Otra cuestión del relato del libro que me ha llamado poderosamente la atención es cómo se las apañaba el bando republicano para recaudar dinero con el que comprar aviones de combate. Tal era la necesidad, que en la zona controlada por el Gobierno Vasco se llevaron a cabo numerosos actos festivos y deportivos con el fin de recaudar dinero con el que comprar aviones a la URSS. Partidos de pelota, de pala, concursos de levantamiento de piedra, de bertsolaris, de irrintzilaris, conciertos, recitales de baile, todo valía para conseguir dinero. El 7 de febrero de 1937 se jugó un partido en San Mamés entre equipos de Eusko Gudarostea y gudaris (soldados) de ANV, presidido por el lehendakari José Antonio Agirre. Todos ellos eran jugadores profesionales de fútbol entre los que había miembros del Athletic, del Barakaldo, del Real Madrid, del Barcelona, del Sevilla, del Atlético de Madrid, de Osasuna o del Arenas de Getxo (Iraragorri, Bata, Ispizua, Cilaurren, Unamuno, Zubieta, Gorostiza, Egia, Gurrutxaga, Larrondo, Marculeta y Bienzobas, entre otros). El partido fue arbitrado por Eduardo Iturralde Gorostiza, abuelo del famoso árbitro ya retirado Eduardo Iturralde González. El evento tuvo tanto éxito que se vendieron 22.000 entradas y fue necesario poner trenes especiales para ir y volver del campo. El dinero que se recaudó en todos estos actos iba destinado a una suscripción abierta para comprar aviones llamada "Euzkadi".

"Barakaldo se convirtió después de la guerra en una especie de cortijo del alcalde franquista Llaneza, que actuó de forma despótica durante 25 años. Llaneza fue el artífice junto con el cura Simón López de algunas de las leyes más mojigatas que haya habido. Los hombre tenían prohibido andar por la calle vestidos con camisa de manga corta si esta no era de corte militar, es decir, si no estaba provista de sus correspondientes bolsillos en el pecho. En caso de no poseer este tipo de camisa, los hombres debían de ir con una de manga larga, no podían ni arremangársela, bajo pena de multa. Las mujeres debían de ir siempre que llevaran falda, ataviadas con medias. Algunas todavía recuerdan al municipal conocido como "Gilda" confirmando con su mano si algunas mujeres llevaban medias o no. [...] Tan cacique llegó a ser Llaneza, que incluso ordenaba desalojar a la gente que tosía muy fuerte durante las zarzuelas que veía en el Teatro Barakaldo, tal como recuerda Iker López de Bergara, hijo de la taquillera del teatro y testigo de varias de estas expulsiones. El despotismo de Llaneza llegó al sumun cuando ordenó que se le retratara en el nuevo retablo de la iglesia de San José".


Por cuestiones como ésta he comprado y leído el libro con avidez, de Llaneza yo había oído hablar mucho y nada era bueno, pero hay más cosas. A lo largo de 440 páginas, el autor proporciona una gran cantidad de datos y anécdotas tras 15 años de trabajo de investigación, muchos de los cuales están recogidos en esta entrevista en Barakaldo Digital. Yo vivía encima del puente de la Franco Belga que era uno de los refugios en caso de bombardeo. Mi abuelo desapareció en la guerra y aún no sabemos nada de él, motivo por el que he repasado con detalle la gran cantidad de nombres que se citan en el libro para ver si aparecía, desgraciadamente, sin éxito. El libro me ha permitido recordar mi niñez, las cosas que me contaban en casa mis padres y mi abuela, las historias que oía y que nunca sabía si podían ser ciertas (otro historiador barakaldés me asegura que el libro contiene errores de bulto), pero Koldobika ha logrado ponerme un nudo en la garganta y reflexionar acerca de por qué sigo viviendo en Barakaldo y me siento orgulloso de mi feo pueblo. Porque Barakaldo es feo, no voy a negarlo, pero tiene algo que no acierto a explicar.

Antes de finalizar esta reseña debo comentar un aspecto negativo: el libro está muy mal escrito. El fondo es bueno, pero la forma es muy mala. Contiene una gran cantidad de faltas de ortografía, muchos errores de puntuación y de redacción, con abundantes repeticiones de citas innecesarias, e incluso la edición que yo tengo, la segunda, tiene hojas que han salido defectuosas o en blanco. Además la tipografía elegida es mejorable.

No obstante se lee con mucho interés, y yo diría que incluso con emoción. Ningún barakaldés debería dejar pasar la oportunidad de hacerse con un ejemplar y conocer mejor su pasado, pero yo extendería la invitación a su lectura a toda Bizkaia, como mínimo. Toda Euskadi está involucrada de alguna manera en los once meses de resistencia que ofreció Barakaldo al ejército franquista, lo cual es un motivo de orgullo para mí y para toda mi familia.


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