Estamos en Nueva Salem, Massachusetts. Es el año 1893. Atrás quedó la Antigua Salem, cuna y tumba de brujas. Ahora la ciudad tiene un aire de modernidad, con sus fábricas y sus trenes.
Las brujas han desaparecido, aunque a estas alturas a las mujeres se les ha ocurrido la idea de querer votar y de tener unas jornadas más humanas en las fábricas. Y ya no hay brujas, pero las habrá.
Las hermanas Eastwood se separaron hace siete años. La mayor, Beatrice Belladona trabaja de bibliotecaria en la Universidad de Nueva Salem. Su timidez crónica le impide conocer gente e incluso unirse a las Hermanas Sufragistas de Salem, a pesar de que reconoce que sus reivindicaciones son justas. Agnes Amaranth trabaja en una fábrica de algodón y James Juniper, la pequeña, quedó al cuidado de un padre cruel tras la marcha de las hermanas mayores. Las tres fueron criadas por una abuela bruja, pero hoy en día los encantamientos no son tan comunes.
Las brujas han desaparecido en el Antiguo Camino de Avalón, pero su rastro está disponible para cualquiera que sepa mirar con atención. Están los antioguos cuentos, las nanas, las canciones, los dichos populares... y la creencia de que cualquier mujer que pretenda mejorar en la vida es una bruja.
Las brujas del ayer y del mañana (Editorial Roca) es un libro delicioso. Es fantasía pura, pero basada en hechos reales. Aparecen las sufragistas que luchan por el voto femenino, los movimientos obreros indicalistas de Chicago, las reclamaciones de las personas de color, etc. Todos esos movimientos son temidos por los ciudadanos de bien, que se agrupan en torno al alcalde Hill que encarna la moral y las buenas costumbres.
Porque las brujas no sólo son mujeres. También los hombres tienen sus trucos. Sólo se necesitan las antiguas palabras, los componentes, y un poco de voluntad. Y muchas veces ni eso. Un canto a los movimientos sociales que hicieron avanzar los derechos de los más humildes, a la sororidad y al poder de la tradición en todas sus vertientes.