Abrí las primeras páginas de Invernáculo. Venga, vamos, me dije. ¿Qué puede salir mal? Al fin y al cabo, es una novela muy conocida, uno de esos clásicos modernos que tanto recomiendan. ¡Y de ciencia ficción! Ha ganado un Hugo… ¿quién da más? Era mi padre quien me había dicho que lo leyera y yo, ni corta ni perezosa, le hice caso. Así fue como me embarqué en esta aventura. ¿Y qué, llegó a encandilarme?
INVERNÁCULO, de Brian W. Aldiss
Invernáculo es uno de los grandes clásicos de la literatura fantástica contemporánea. Vertebrada en torno al tema del «mundo cerrado», en el que los protagonistas nada saben ni de su propia historia ni de la del hombre, esta novela nos sitúa en un futuro posible en que la Tierra y la Luna han parado su rotación y ofrecen siempre la misma superficie al sol, que está a punto de convertirse en nova. Por ello, en la mitad del planeta reina una noche eterna, mientras que en la zona soleada se ha desarrollado un kilométrico manto vegetal. En este entorno, dos jóvenes supervivientes de la especie humana emprenderán un viaje iniciático que los conducirá hasta el lado oscuro del planeta donde, paradójicamente, vivirán la iluminación de las incógnitas respecto a su futuro y su pasado.
En Invernáculo, Aldiss nos va a presentar un grupo de humanos en un supuesto futuro en el cual la rotación de los planetas y satélites se ha detenido, y un descontrol absoluto reina en la Tierra. Los dos protagonistas tendrán que luchar contra cualquier otra especie, para conseguir sobrevivir… y de paso averiguar cosas acerca de su raza. Con estas breves líneas se podría limitar una sinopsis que sobra demasiado, ya que promete cosas que no llegan y deja de lado otras geniales. Os recomiendo olvidaros un poco de lo que al parecer vais a encontrar y que simplemente disfrutéis del viaje, que, en este libro, es lo más importante.
El libro se lee sorprendentemente rápido. Digamos que guste mucho o poco la trama, la crudeza, la indiferencia con la que Aldiss nos trata (a los lectores, sí), con esa forma de destrucción personajil que solo los escritores más geniales conocen hace que nos enganchemos al libro… ¡y de mala manera! Puedo aseguraros que una vez que empecéis, vuestros ojos solo se levantarán de las páginas para comer y demás necesidades fisiológicas. La historia de Gren y Yattmur (que carajo, por cierto, que nombres tan horribles), pese a no enganchar demasiado, consigue llenarnos de cierta desazón, más que nada por esa preguntita insidiosa de “¿le pasará esto a la tierra alguna vez?”. Tratad de imaginar en vuestros cerebros una tierra poblada de seres monstruosos, en la cual para el ser humano primara de nuevo la ley del más fuerte. Yo creo que me daría un mal (sí, soy demasiado comodona).
Después de destacar su principal punto positivo (el mundo) y el negativo (el poco interés que se siente por los personajes), me gustaría hacer una advertencia. El principio reza así: “Obedeciendo a una ley inalienable, las cosas crecían, proliferaban, tumultuosas y extrañas”. Y a partir de ese momento, no hace más que aumentar en cuanto a palabras cultas y dificultad de lectura se refiere. Ello no quita que, como he comentado antes, se lea rápido, pero es verdad que muchas veces tienes que leer un párrafo, una descripción, dos veces para dejarlo claro. A pesar de esto, la lectura se disfruta muchísimo y en general deja un excelente sabor de boca al terminar (de hecho yo en mi “ranking mental” le di un 3’5); pero es verdad que la trama es algo flojeras y por ello decae en ocasiones.
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Sasy vive en Invernalia, al norte, tan al norte de España que casi toca el mar. Tiene dieciséis años y cuando era pequeña la castigaban sin leer, pero a ella le daba igual porque debajo del colchón tenía provisiones. Fanática de la fantasía y de la ciencia ficción, devora libros como si fueran pasteles de chocolate. Tiene un blog de literatura, Gecko Books, desde hace ya tres años en el cual vierte todas sus opiniones de los libros que lee.