Buf. Fue lo primero que pensé al acabar Mujer al borde del tiempo (Editorial Consonni). No porque no me hubiera gustado, sino por todo lo contrario. Porque hablamos de una novela que se escribió en 1976 y que sin embargo, sigue estando de actualidad, aunque suene a topicazo.
Era entonces cuando empezaban a aparecer en la literatura de ficción cuestiones relativas a problemas de la época, como la ecología o la perspectiva de género. Y da un poco de vértigo pensar que cuarenta años más tarde seguimos atascados con los mismos temas, sin haber avanzado apenas nada.
Mujer al borde del tiempo no es Ciencia Ficción, aunque aparecen viajes en el tiempo. Es un libro rabiosamente actual que se centra en los desheredados de la sociedad, en los desposeídos (que diría Ursula K. Le Guin, con quien también se ha comparado). En realidad es una novela realista con toques fantásticos. O no, porque se trata de un libro tan rico, con tantos matices y capas de lecturas que resultaría reducionista quedarnos sólo en uno de sus detalles.
Consuelo (Connie) Ramos es una mujer mexicana de clase baja, que vive gracias a trabajos precarios y que tiene que rendir cuentas ante la asistente social. Ha tenido un par de matrimonios desgraciados y le han retirado la custodia de su única hija. Una noche, su sobrina Dolly acude a su casa llena de sangre y moratones. Gerardo, su chulo, le ha dado una paliza bestial. Al defender a la chica, es denunciada e ingresada en un sanatorio mental de la época.
"Parte de la razón por la que la gente escribe ficción especulativa es para sugerir que puede haber alternativas. La imaginación es una herramienta de liberación muy poderosa. Si no puedes imaginar otra cosa, no puedes trabajar para alcanzarla", Marge Piercy
Los años setenta fueron especialmente prolíficos en el campo psiquiátrico, pero en el mal sentido. Fue la época de las lobotomías y los electroshocks, además de los comas diabéticos. Se creía firmemente que con el condicionamiento adecuado, por doloroso que fuera, servia para "curar" todo tipo de taras (que para la época eran tales, claro), entre las que se encontraban la homosexualidad o el travestismo.
Pero Connie establecerá contacto con Luciente, un ser del futuro que la visitará en el hospital y que le llevará a conocer su sociedad. Se trata de una vida idílica en la que no hay propiedad privada, la economía se basa en el reciclaje y los cultivos y en el que existe la plena igualdad. Pero el precio ha sido alto. Las mujeres han tenido que renunciar a su capacidad de concebir para ser consideradas iguales a los hombres y existe la amenaza de una guerra tecnológica en ciernes.
¿Cómo una obra de los setenta puede reflejar tan bien problemas del siglo XXI? Porque no sólo trata cuestiones aparentemente modernas como los géneros o la guerra contra el desperdicio y la obsolescencia programada. También es una crítica a las instituciones mentales, tan deshumanizadas y en las que doctores universitarios que parecen sacados de un campo de concentración se dedican a investigar con los reclusos, carne de cañón que no importa a nadie, ni siquiera a sus propias familias.
La traducción de Helen Torres es muy buenta, sobre todo porque se trata de una ficción especulativa que usa un lenguaje propio, mezcla de inglés y de español en el futuro, creando términos nuevos (un poco a la manera de Forastero en tierra extraña de Heinlein). A este respecto, resulta muy esclarecedora la nota de la traductora al final, explicando sus dificultades.
¿Cuál es la diferencia entre un futuro idílico y los duros años actuales? La figura de Luciente y de sus compañeros Abeja, Ardilla, Aurora, etc. pondrán de manifiesto las terribles dificultades que ofrece el presente para una mujer como Connie, mexicana, de clase baja y mujer encima. Marge Piercy nos deja la solución en nuestras manos y nos muestra el camino hacia un futuro posible, a pesar de la Humanidad.