La madre se llamaba Lucile Poirier, y era una de los nueve hijos que tuvieron Georges y Liane. Desde pequeña comenzó a destacar por su belleza, lo que hizo que su madre la llevara a una agencia de modelos infantiles, donde comenzó su carrera publicitaria. Los anuncios de Lucile pagaban las vacaciones de sus padres.
Ya desde el principio Lucile se revela como un ser luminoso y etéreo, demasiado puro para este mundo, que tiene que lidiar con la sombra de la enfermedad mental y con el hecho de que su familia no es tan idílica como parece. Hay abusos, muertes, secretos bajo el árbol familiar.
Nada se opone a la noche (Editorial Anagrama) cuenta en realidad dos vidas: la de Lucile y su progresivo desmoronamiento y la de Delphine, que sufre con angustia su niñez y adolescencia, viendo cómo su madre se marchaba de casa durante días enteros y las desatendía a ella y a su hermana. Ella misma somatizaría de mayor toda esta angustia, padeciendo diversos trastornos.
Siento todavía algo hacia mis hijas, pero no puedo expresarlo. Ya no expreso nada. Me he vuelto fea, me da igual, nada me interesa salvo que llegue la hora de dormir gracias a los medicamentos.(Extracto del diario de Lucile).
¿Hubiera acabado igual su madre de no haber sido una estrella infantil, obligada además a cuidar de sus hermanos? ¿Se hubiera manifestado esa afección de no haber sufrido la muerte de sus hermanos? ¿Hasta dónde nos condiciona la genética? Delphine consigue levantar un retrato de su madre no desde el rencor por haberse suicidado, sino reconociéndola como persona y como ser humano, muchas veces víctima de las circunstancias que persiguen a las personas aparentemente perfectas.