Hacía mucho, mucho tiempo que le tenía echado el ojo a este libro. Concretamente desde la exposición sobre Auschwitz que hubo hace unos años. Pero a la salida, a pesar de encontrar libros de todos los autores que aparecían en la exposición, no tenían este.
Terminé encontrándolo hace poco y claro, se vino conmigo a casa. Ninguno de nosotros volverá (Libros del asteroide) narra la vida en el módulo de mujeres de este campo de concentración. El recuento de madrugada, descalzas sobre la nieve, las palizas de las guardianas, la incomprensión, el silencio, la ayuda entre reclusas, etc.
Tras el descubrimiento de Auschwitz se dijo que jamás podría volver a haber poesía en el mundo, tal fue el impacto que tuvo sobre los soldados aliados ese descubrimiento de la maldad humana, de hasta qué extremos podía llegar. Habían sido los nazis, sí, pero eran seres humanos como ellos, y por eso los rusos apartaban la vista al ver aquellas figuras famélicas que paseaban como almas en pena.
La autora fue detenida por pertenecer a la Resistencia Francesa, pero eso da igual. Podían ser detenidos por ser judíos, rumanos, homosexuales o gitanos. Por motivos absurdos. Ella y otras doscientas cincuenta personas fueron trasladadas al peor campo de exterminio de Europa, en uno de los infaustos trenes de la muerte. De todas estas personas, sólo sobrevivieron cuarenta y nueve.
Hace años también leí a Primo Levi, uno de los supervivientes más famosos del campo de concentración. Al igual que Charlotte Delbo, cuenta que tenían un sueño recurrente en Auschwitz: que volvían a casa, comtaban a sus familiares lo que habían vivido y estos seguían como si nada, comiendo, leyendo o lo que estuvieran haciendo. Como si creer su historia fuera demasiado terrible y les hiciera perder la fe en la humanidad.
Delbo mezcla la crónica del día a día en el campo con breves poemas y frases sueltas. De este modo se produce una breve alienación en el lector, que se siente en ocasiones igual de perdida que ellas. Muchos se rindieron y se dejaron morir, aunque los alemanes les habían deshumanizado tanto que ni siquiera se planteaban el suicidio.
Pero a algunos presos lo que les movía era el ansia de dar a conocer al mundo lo que había sucedido entre esas paredes. La fuerza de la palabra, de la narración, de no dejar a ningún verdugo impune fue lo que les impulsó a sobrevibir al frío, al tifus y al resto de enfermedades para dar testimonio y que algo tan atroz no volviera a repetirse nunca.