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Reseña de Rafa: El 19 de marzo y el 2 de mayo, de Benito Pérez Galdós

Publicado el 30 octubre 2013 por Isi

Hoy cedo el mando de mi blog a mi padre para que reseñe el tercer Episodio Nacional. O no…

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—¡Gabriel…!, ¡Gabrieliiillooo…!, ¡GABRIELL! Contesta de una vez, rapaz, ¿Dónde te has metido?.
—¿Qué?, ¡Quién me llama?, ¿Quién anda ahí?
—Soy yo, Gabriel.
—¿Tú?, ¿Quién eres tú, que resuenas en mi cabeza como si fueras una voz de ultratumba?
—Soy tu creador, hombre.
—¿Mi creador?, ¿Quieres decir que eres dios?, ¿Estoy acaso estoy muerto?
—Te voy a responder por orden inverso a tus preguntas: No, no estás muerto. No, no soy dios. y Sí, sí soy tu creador.
—Pues yo no entiendo nada, esto parece más complicado que las intrigas de Fernando VII para acceder al trono.
—Bueno, veo que ya te estás centrando en el tema del que te quiero hablar. Yo soy el que te ha creado, y precisamente quería hablar contigo para recordar los acontecimientos de los que fue actor secundario el rey Fernando VII.
—Pues lo que es yo, como no me aclares eso de que eres mi creador, no acabo de caer…, no se si yo si …
—Esta bien, está bien, basta ya de acertijos porque más que parecer un joven apuesto y vigoroso, tienes un aspecto semejante a los que sufren un terrible dolor de muelas, así que voy a explicarte la situación: yo soy escritor y en mis obras he creado muchos personajes y tú eres uno de ellos, quizá uno de los más conocidos e importantes.
—¡Quiá! no digas majaderías, si sabré yo quien soy…
—Tú eres un mozo de 17 años, que trabajas de aprendiz de cajista, bebes los vientos por la joven Inés de quien estás locamente enamorado y ella te corresponde con su amor juvenil , has sido testigo en primera fila de los acontecimientos que transcurrieron en el año 1808 entre el 19 de marzo y el 2 de mayo, junto con otros personajes también creados por mí, como el tío de Inés, el cura Don Celestino, los abominables avaros Mauro y Restituta, Pujitos, Godoy, Chinitas, Juan de Dios y muchos otros.
—Y, ¿Cómo sabes tú todo eso?
—Porque lo escribí yo.
—O sea, que según tú, yo no soy una persona real, sino un personaje de ficción y solo he vivido durante esos cuarenta y cinco días. A mí me parece que me estoy volviendo loco porque te oigo dentro de mi cabeza como si fuera yo mismo, pero lo que es tú, tú ya estás como una chota. Como si no me acordase yo de toda mi vida…
—En realidad tú naciste poco antes de esas fechas, en la época de la batalla de Trafalgar, que también presenciaste, pero ahora no quería hablar de esos sucesos, sino de los que acontecieron entre la caída de Godoy y el levantamiento del 2 de mayo. Mira, te voy a dar una prueba de que yo soy tu creador. ¿A que no te acuerdas de nada desde que te fusilaron en la huerta del Príncipe Pío después de que, enloquecido, fuiste a buscar a Inés para rescatarla de los franceses?
—No, después de eso no recuerdo nada, pero hasta ese momento sí, un estruendo horroroso; después un zumbido dentro de la cabeza; calor; frío, vapor; palpitación; inconsciencia; reconcentración; ondulaciones; chisporroteo; LA IMAGEN DE INÉS; oscuridad; reposo; olvido, y, por último, nada, absolutamente nada.
—Bravo, Gabrielillo, has extractado casi literalmente el último párrafo de mi libro en el que narro esos acontecimientos y tu fusilamiento.
—Pero si no me acuerdo de nada más después de que me fusilaran, es que estoy muerto.
—Bueno, eso es cosa mía yo decido si mueres o si vives, para eso te he creado. Pero para tu tranquilidad te adelanto que sobreviviste al fusilamiento y has vivido una larga vida dentro de mis relatos.
—Entonces ¿es cierto que no soy una persona de verdad, de carne y hueso, que no existo?
—En eso estás equivocado. Yo te he creado como una persona de verdad, de carne y hueso, y como te he creado, existes.
—¿De verdad?
—Absolutamente cierto. Es más, te diré que tienes una vida bastante más plena y completa que la mayoría de las personas, tanto si buscas entre las que han sido como tú creadas por algún escritor como yo, como entre aquellas que tú has dado en llamar personas de verdad y de carne y hueso.
—Y ¿para qué me has creado?
—Pues con un motivo muy concreto, para que seas mis ojos y mis oídos en los acontecimientos que narro en mis libros. En cada narración en la que apareces eres testigo presencial de los hechos que quiero contar.
—¿Y de qué hechos soy testigo en esta narración?
—Ya te lo he dicho, de los acontecimientos ocurridos en Aranjuez y Madrid entre las fechas del 19 de marzo y el 2 de mayo de 1808. Y te diré que me quedo corto al decir que eres testigo presencial de los hechos ocurridos, porque en realidad eres el protagonista de estos acontecimientos, y además de ser mis ojos y mis oídos, eres también la representación del pueblo.
—Ya no sé si voy o si vengo, ni donde estoy yo ni mi pensamiento, que formula sin cesar un silogismo azul, verde, ahora con picos, después con curvas, más tarde irradiado, luego concéntrico, enseguida poligonal y dorado, y al fin pequeño como un punto, para luego ser grande como el universo. ¿Me quieres aclarar qué significa eso de que soy tus ojos, tus oídos, y la representación del pueblo?
—Pues muy sencillo silogismo, Gabrielillo, tú eres el pueblo español ante los acontecimientos históricos que yo narro. Y a través tuyo relato estos sucesos en primera persona, como si lo contases tú. Y también describo los personajes que conforman la época en que te hago vivir.
—¿Personajes? ¿qué personajes?
—Pues para empezar, Inés, la inocencia, la decencia, el amor juvenil, la fe. Continuamos con el cura Celestino, el cura bueno, y más que bueno, bondadoso e ingenuo, aunque si te soy sincero, éste me costó describirlo como tal, pues hay tantos curas de características opuestas a éste que resulta difícil imaginar uno como Celestino. Después están los arribistas avaros y estúpidos hermanos Requejo, los espontáneos capitanes del pueblo que son capaces de convertirse por un momento en guías ciegos para un pueblo igualmente ciego, los nobles intrigantes que se llamaban a sí mismos “grandes de España”, y que con tal de conservar y aumentar sus privilegios y prebendas son capaces de desinformar al pueblo y convertir en enemigo a quien no lo es, aunque te advierto que estos los había en aquélla época al igual que los habrá en todas las épocas. También están los nefastos borbones, padre e hijo, que ya en aquellos días habían demostrado carecer de ingenio siquiera para hacer una o con un canuto, pero también una tenacidad feroz para aferrarse al poder como si fueran lapas. Y a todo el resto de personajes que tú tan bien conoces, Pujitos, Lobo, Ambrosia, etc.
—¡Ah!, esos personajes.
—Sí, esos, pero también esos otros personajes que forman los diferentes estratos del pueblo. Están los arribistas, los que pretenden continuas prebendas con amiguismos, clientelismo y servidumbre y que no dudan amañar, engañar y desinformar a otros para su beneficio. La masa del pueblo, que en ocasiones se convierte en despiadado y despreciable vulgo al servicio inconsciente de otros que les manejan y les dirigen y en otras ocasiones se convierte en heroica expresión de los sentimientos humanos de lealtad, defensa de lo propio, dispuesto a morir y a matar para preservar sentimientos e ideales. Te diré, Gabrielillo, que hasta a ti mismo te he dotado de esos sentimientos supuestamente heroicos, pero que no comparto en absoluto, porque desde mi experiencia he llegado a la conclusión desde muy temprano que no hay razón válida para matar o morir, por muy heroica que esta razón parezca y por muy patriota que uno se sienta. Por eso, porque no comparto esas expresiones de heroicidad que predisponen a matar y a morir, siempre por confusas causas de patriotismo e independencia, en tu caso, te he proporcionado un motivo adicional que es tu amor por Inés. Así, en tu caso, puedo salvar la contradicción entre pueblo heroico y populacho violento que puedo advertir en los sucesos que narro, justificándolos con tu deseo de salvar a tu amada.
—¿Sucesos?
—Sí, sucesos, lo que para ti es tu vida y los hechos en los que participas, en realidad constituyen el trasfondo social e histórico que quiero contar, la caída del príncipe de la paz, víctima de las intrigas, mentiras y farsas del borbón Fernando VII, que después de todos los ardides pergeñados para autoproclamarse rey de España con la abdicación de su padre el vigente rey (igual que sucedería ciento sesenta años más tarde con otro borbón, quien para subir al trono del reino de España también hizo abdicar a su padre), finalmente abdicó él solito a favor del hermano de Napoleón. Triste historia, sin duda. Demasiada coronación y abdicación inútil. Y ¿con qué objeto?, ¿para favorecer el pueblo que por ellos moría? Nada de eso. Todo lo contrario. En su propio y exclusivo beneficio, para mantenerse en el poder y conservar sus derechos reales de sangre a perpetuidad, porque según ellos, su legitimidad como reyes tiene su origen en la voluntad divina y han sido por ello bendecidos por la iglesia. Todo lo cual, les hace sentirse fuertes y aspirar a un régimen absolutista, para que sea su voluntad la única ley y así nadie, y mucho menos el pueblo, que muere ignorante en su defensa gritando viva el rey y la patria, puedan cuestionar su regia voluntad.
—Pero ¿Y los muertos?, ¿Y la independencia del francés? ¿No vale nada eso?
—¿Los muertos? Tienes razón, Gabrielillo, ahí quedan los muertos, los que murieron en nombre de la patria, la libertad, la independencia y en nombre de incontables mentiras que les fueron inculcando los que soberanamente regían el país para que otros pagaban con su vida por ellos. ¿El francés, dices? Me pregunto qué diferencia hubiera existido si nos hubiera gobernado un rey francés. Peor que lo hizo el borbón Fernando VII que acabó siendo un rey infame, rodeado de una camarilla de aduladores, arribistas serviles y conspiradores, empeñado, en nombre del absolutismo en la represión política contra el pueblo que promulgó la constitución de 1812 y que fue el germen de las posteriores guerras civiles que consumieron a España durante un siglo, nadie lo hubiera podido hacer.
—¿Todo eso es verdad? ¿No serás un afrancesado?
—Si hubiera vivido en la época en que tú, seguro que me habrían acusado de afrancesado. Pero en la que me ha tocado vivir, que no es mucho mejor que la época que tú viviste me tacharán probablemente de liberal, o de revolucionario.
—Por cierto, ¿Cómo te llamas?, que para ser mi creador, ni siquiera sé quien eres.
—Mi nombre es Benito Pérez Galdós.
—¡Anda!, y yo tuteándole como si estuviera hablando con Pujitos. Perdone Usted, Don Benito. ¿O debo tratarle de vuecencia?
—Anda Gabriel, calla y prepárate para seguir siendo protagonista de los próximos acontecimientos, que para eso te he llamado. Y es que voy a comenzar a escribir otro episodio de la historia de España y te necesito para que continúes siendo mis ojos y mis oídos.
—Pues vamos allá, Don Benito, o vuecencia, que yo ya estoy dispuesto.
—Pues allá vamos, Gabrielillo…

benito


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