Título: El ala izquierda.
Autor: Mircea Cărtărescu (Bucarest 1956) es poeta, narrador, ensayista y conferenciante universitario. Doctor en Literatura Rumana por la Facultad de Letras de la Universidad de Bucarest goza de gran predicamento tanto dentro como fuera de las fronteras de Rumanía, siendo uno de los más importantes teóricos del posmodernismo rumano. De su obra poética, que cultivó a lo largo de toda la década de los ochenta, destaca El Levante (1990; Premio de la Unión de Escritores Rumanos). Cărtărescu dio el salto a la narrativa con el volumen de cuentos Nostalgia (1993; Premio de la Academia Rumana), que se abre con su célebre relato El Ruletista. Siguió Lulu (1994), novela tortuosa y genial que indaga en el misterio del doble, y que le valió el Premio ASPRO. Su proyecto Cegador (1996-2007), una críptica trilogía que adopta la forma de una mariposa. Recientemente ha publicado el volumen de cuentos Las Bellas Extranjeras (2010; Premio Euskadi de Plata de Narrativa), una sátira rayana en lo grotesco que narra secuencias de la vida literaria genuinamente rumanas pero también cosmopolitas, y que se ha convertido en un auténtico éxito de ventas en su país, así como El ojo castaño de nuestro amor (2012), un volumen de relatos autobiográficos que sirve como nexo para entender el conjunto de su obra. En 2015 publicó la monumental novela Solenoide, considerada su obra más madura hasta la fecha. Sus textos han sido traducidos al inglés, al italiano, al francés, al español, al polaco, al sueco, al búlgaro y al húngaro. Es el autor rumano más apreciado en el extranjero; en 2018 recibió el Premio Formentor de las Letras, uno de los galardones más prestigiosos del mundo literario, y algunos consideran que podría ser el primer escritor en lengua rumana en obtener el Premio Nobel de Literatura.
Editorial: Impedimenta.
Idioma: rumano.
Traducción: Marian Ochoa de Uribe.
Sinopsis: El ala izquierda es el volumen que abre Cegador, la monumental trilogía en forma de mariposa considerada de modo unánime la obra maestra del escritor rumano Mircea Cărtărescu. Circos errantes, agentes de la Securitate, gitanos adictos s la flor de la amapola, una oscura secta, la de los Conocedores, que controla todo lo invisible, un ejército de muertos vivientes y una hueste de ángeles bizantinos enviados para combatirlos, un iluminado albino que burla a la muerte, jazz underground en una Nueva Orleans soñada, la irrupción del comunismo en Rumanía... Un visceral ejercicio de autoexploración literaria sobre la naturaleza femenina y la madre, viaje ficticio a través de la geografía de la ciudad de Bucarest que se convierte en el escenario de una historia universal.
Su lectura me ha parecido: densa, lenta, tediosa por momentos, hasta el punto de fantasear con su posible abandono, y sin embargo bella, espectacular, con unas descripciones que quitan el hipo, impresionante, bárbara, totalmente recomendable (aunque sólo para lectores experimentados)... Hace un tiempo, en una de las sesiones vespertinas de hasta, el momento, el único curso de escritura creativa al que he asistido, leímos un relato de Javier Marías. Y digo relato porque la profesora enfocó las clases en esa dirección, con el objetivo de que todas y todos los presentes asimilásemos las técnicas propias del relato corto en sus diferentes formas y géneros. Aunque a día de hoy no estoy totalmente segura de que aquello que leímos en voz alta se correspondía a un texto corto o al principio de una de sus novelas más famosas. Independientemente de su extensión y si se trataba de un cuento o no, el caso es que entre varias personas deslizamos nuestros ojos por la curva de sus palabras, palabras que no podían ser más pesadas en medio de una narración aún más pesada. Lo que contaba era una chorrada, lo más simple del mundo: un hombre casado que ve desde la ventana (o balcón, no recuerdo bien) a una mujer de blanco que lo llama por su nombre desde la calle y en medio de la oscuridad de la noche. Una historia así se podría haber contado desde diferentes puntos de vista y por supuesto, desde cualquier género. ¿Y si es su hermana, su madre o su novia de adolescencia? ¿Y si es producto de la imaginación del protagonista? ¿Y si esa mujer busca venganza? ¿Y si su encuentro propiciará un cataclismo? ¿Y si después de ese encuentro nada vuelve a ser igual? ¿Y si un simple intercambio de miradas revela algo más que una simple amistad? ¿Y si en realidad no fuese una mujer sino un androide? Cabían todas y cada una de las posibilidades. Sin embargo, Marías decidió contárnosla desde el realismo más puro, algo muy difícil pues corres el riesgo de que el lector acabe desesperándose ante la lentitud de la trama. Recuerdo que su lectura se me hizo eterna, hecho que, junto con sus casposos artículos, me ha hecho por ahora alejarme de la literatura del autor madrileño. Lo curioso es que en realidad el realismo me encanta, sobre todo el de ciertos autores y autoras del XIX, ilustra a la perfección como era esa época, además de la opinión del escritor sobre ciertos temas que en esa época tuvieron mucha repercusión o generaron infinidad de debates. Sin embargo, y a pesar de ello, tuve miedo, miedo de enfrentarme a algo de este calibre viniendo de una pluma del siglo XXI. Desconocía lo que me podía deparar y el ejemplo de Marías me aterraba, temía el momento de toparme con una literatura de ese calibre, actual y decimonónica al mismo tiempo. Entonces, y sin a penas preverlo, me lancé a la piscina, sin red, en contra de lo que muchos lectores me recomendaron. La curiosidad fue mi motor, el único para seros sincera, y el resultado fue un chapuzón en un mar de sentimientos encontrados, tan dispares, tan variopintos. Hay libros que ponen a prueba, uno de ellos, el que hoy tengo el placer de reseñar, hacen de esta profesión, la de la crítica literaria, todo un reto. El ala izquierda: el lector frente a la bestia, la geografía urbana y la mariposa.
La historia de como El ala izquierda (primera entrega de la trilogía literaria Cegador) llegó a mis manos fue totalmente inesperada. De hecho, no miento si os digo que leer a Cărtărescu no entraba dentro de mis planes de este año que ha entrado en tiempo de descuento. Desde que tuve noticia siempre me atrajo este escritor rumano, sobre todo El Ruletista, relato que había publicado hace unos años Impedimenta para más tarde incluirlo en el volumen Nostalgia. Sin embargo, esa atracción no era del todo intensa en un primer momento, pues en cuanto empecé a leer las reseñas de algunos de sus libros comencé a sentir miedo, pavor. Dichas críticas me hicieron creer que Mircea Cărtărescu pertenecía al siglo XX pero escribía como un escritor del XIX. Ese dato me alejó de la idea de leer al autor de Solenoide durante una buena temporada, a pesar, claro está, de que en todas y cada una de las breves reseñas sus autoras/es elevaban cada uno de sus libros en pedestales de oro y alabastro. Y por si fuera poco, a pesar de que soy una admiradora, en lo que a literatura se refiere, de algunas escritoras y escritores del XIX. Si hay un autor que desde siempre me ha dado respeto, hasta el punto de no querer ni asomarme a sus páginas por miedo a un colapso lector, ese es sin duda Marcel Proust. Los lectores puristas que veneran a los clásicos hasta límites insospechados seguramente habrán abandonado la lectura de esta reseña. ¿Cómo es posible que aún no me haya adentrado en la literatura del genio francés? La respuesta reside en el hecho de que desde siempre se ha identificado a su obra con calificativos como "pesado", "aburrido" o "tedioso". Los mismos que por ejemplo se le atribuyen al Ulisses de James Joyce y que a pesar de, éste sí, reposar sobre los estantes de mi biblioteca particular, tardaré muchos años en atreverme a con su lectura. Por aquel entonces, y ahora creo que de forma totalmente errónea, asociaba a Cărtărescu con Proust. Y eso que, repito, no había leído a ninguno de ellos. Los prejuicios en literatura son, y en eso vamos estar todos de acuerdo, horribles. Puedes haber leído estudios de la obra, artículos, comentarios, opiniones al respecto, pero no es igual. Hasta que no te lees el libro al que hacen referencia no vas a poder formularte una opinión al respecto. En definitiva, que durante unos años me poseyó el espíritu de Elisabeth Bennett y juzgué antes de conocerlo de verdad, antes de apreciarlo, antes si quiera de leerlo, de pegar la nariz sobre sus hojas, cosa que hice no hace mucho. Creo que en aquella ocasión me poseyó el espíritu aventurero de Phileas Fog. Se ve que necesitaba emociones fuertes en mi vida lectora, que estaba más abierta a lo que me echasen, que no me importaba ni el peligro, ni las curvas ni la posibilidad de acabar sucumbiendo a un más que previsible suplicio. Muchos seguidores de la blogsfera y de la multitudinaria comunidad llamada Instagram me aconsejaron de lo contrario, que no me metiera de lleno en una lectura como El ala izquierda, que me arrepentiría, que empezase con El Ruletista, que era una locura inciarse en la literatura del autor con la trilogía. Aunque también hubo quien de me deseó suerte, y os aseguro que su tono, al menos por escrito, parecía verídico, como si estuviese a punto de embarcarme en un viaje sin retorno. Como dijo una vez Alexis de Tocqueville: "La vida es para asumirla con valentía" así que el leerme un libro de 422 páginas de Mircea Cartaescu y teniendo en cuenta la fama que le precede, podría perfectamente considerarse como una proeza cargada de arrojo. A las pocas semanas, muy a mi pesar, comprendí todos aquellos comentarios, pues hubo partes de la novela en las que me quise hacer el harakiri. Sin embargo, y con perspectiva, hoy pienso que hice bien en descubrir a Cărtărescu con la trilogía Cegador, pues me ha abierto a un mundo de posibilidades dentro de la literatura que desconocía por completo, además de liberarme de ciertos prejuicios y reforzarme en la idea de que, en ocasiones, y sólo en ocasiones, la forma es más importante que el contenido.
En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que El ala izquierda (recordemos, primera parte de la trilogía Cegador) no es un libro para todos los gustos ni para todos los lectores. Quien esté acostumbrado a una literatura más sencilla, rápida y fácil de digerir; la novela de Cărtărescu se le hará bola. Para enfrentarse a su lectura hace falta un entrenamiento previo a base de buena literatura realista del XIX y de algunos novelistas del XX como Tom Woolf o William Faulkner entre otros. Con esto no quiero decir que no leáis esta novela en concreto, pero si que os atengáis a las consecuencias, que os familiaricéis con estos libros tan inmensos antes de adentraros en el abismo, pues en ocasiones, El ala izquierda se convierte en una especie de odisea entre lo sublime y lo perverso del ser humano llevado al extremo, a una retórica literaria nada fácil de digerir. No os lo voy a negar, su lectura me ha parecido pesada, tediosa, insoportable en ciertos tramos y extraordinariamente absorbente. De hecho, ahora que lo pienso, absorbente sería el adjetivo perfecto para este libro, ya que requiere de una implicación y de un trabajo por parte del lector pocas veces visto en la literatura. Otros libros, por no decir la inmensa mayoría, pasan por nuestras manos a la velocidad de la luz. Pueden habernos llegado más o menos, pero la cuestión es que el tiempo que le dedicas es mínimo, lo justo para entretenerte y seguir la historia a pies juntillas. Sin embargo, existen otra clase de libros, entre los que podemos encontrar a El ala izquierda y en general toda la literatura de Cărtărescu, que exigen un mayor rigor, seriedad, seguimiento y entrega. Algo que en el caso de esta novela es absoluta. Muy pocos son los lectores que lo soportan, pero también os digo que el esfuerzo merece la pena, porque entre página y página, El ala izquierda despliega una belleza narrativa absolutamente abrumadora. No voy a referirme a su lectura con el Síndrome de Sthendal, pero la de Cărtărescu ha rozado dicho calificativo. Especialmente memorable es el párrafo en el que el autor nos habla de esa mancha violácea en la piel de la madre del protagonista, esa imperfección vista como algo singular al describirla como una mariposa en su cadera izquierda. El subconsciente habla de nuevo en una novela plagada de memorables fragmentos, tan oníricos como realistas. En cuanto a su estructura, y según mi humilde opinión, Cărtărescu ha decidido, en un giro sorprendente de los acontecimientos, presentarnos su trilogía rindiendo homenaje a otro de los grandes de la literatura: Dante Alighieri. De este modo, El ala izquierda representaría el infierno, siguiendo esa escala ascendente que ideo dante en la Divina Comedia. Cărtărescu nos hace viajar a través de los orígenes en primer lugar para luego ir creciendo con el protagonista, sin despegarnos de su lado, siendo testigos de sus pensamientos y de lo que sus ojos observan. Hacer un resumen de El ala izquierda es complicadísimo dado la cantidad de situaciones y personajes que tienen lugar y aparecen en la novela. Podríamos decir que narra el viaje hacia el corazón del alma femenina con todas sus capas y complejidades, pero también la historia del protagonista en busca de la madurez (¿alter ego del propio Cărtărescu?), la de una ciudad como Bucarest de mediados de siglo XX, la de una madre y un hijo durante la Dictadura Comunista, la de una perpetua alucinación provocada por el consumo de drogas, la del movimiento cultural y literario en Rumanía o la de una extraña secta que amenaza con cambiar mentalidades en favor de oscuros propósitos (metáfora sin duda de la represión de toda dictadura)... Y si tenemos un problema para hablar de una trama, las dificultades para definir su estilo son notables. Esa fusión entre lo sobrenatural, lo espectral, la crítica política y lo cómico-costumbrista abrazan a quien se atreve, valientemente, a cabalgar sobre sus palabras. En definitiva y para ir cerrando este apartado, me gustaría deciros a modo de recapitulación que El ala izquierda es una lectura difícil, plagada de una belleza singular, un placer a los ojos del lector y con infinidad de lecturas a nivel de trama e intención. Pero mentiría si no dijera que, a pesar de su lentitud y sus páginas ausentes de diálogos, ya no soy la misma tras su lectura.
La literatura es mágica, evocadora, divertida, tierna y armoniosa. Pero también, la literatura es abstracción, caos, anarquía, libre y nada complaciente. Unas veces te acuna, te acuesta, te arropa y te da un beso de buenas noches antes de apagar la luz. Otras, por el contrario, te zarandea, te golpea, te viola, te traumatiza, te destroza por dentro, de deja ko en medio de una calle oscura y solitaria invadida por la oscuridad más terrorífica. Te hace reír a lágrima viva, pero también puede que esas lágrimas respondan a un estímulo menos cómico y más reflexivo o empático. Nadie conoce la fórmula perfecta para escribir una buena novela, ni siquiera los que creen tener la potestad de dar lecciones al respecto. Todos aprendemos, nadie nace enseñado, el problema viene cuando se peca de soberbia y una antepone su opinión al resto, despreciando o minusvalorando otras opciones igual de válidas. Cada texto literario es único en su especie, aunque a grandes rasgos podríamos hablar de dos tipos de historias: las que su contenido nos remueve las entrañas y las que su forma consigue pincharnos donde más nos duele. Las primeras son las más comunes, las que tienen un inicio, un nudo y un desenlace bien marcados y cuyo recurso para sorprender al lector parece residir en la propia trama, en la construcción de sus personajes (más o menos compleja) y en el objetivo que la autora o el autor quiera llevar a cabo en la novela en cuestión. Poco importa la forma, si esto se escribe así, si decides alterar la construcción de las frases, si no hay casi descripciones, si hay un exceso de diálogos; lo importante es el mensaje y su trascendencia a través de las acciones que construyen la narración. Uno de los ejemplos más puros que he leído y que podría perfectamente ajustarse a esa descripción es Blade Runner, o lo que es lo mismo, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick. El título, como acabáis de comprobar es lo de menos, a pesar de que el primero fue el escogido para su adaptación cinematográfica, el envoltorio y sobre todo el ir directamente al meollo del asunto, de lo que se nos quiere contar es más importante que el cómo nos lo quieres contar. El resto, como bien sabéis, queda a la merced de la imaginación del lector. Las segundas, las que parecen preocuparse por la belleza del lenguaje, abundan menos. Tal vez nos hemos acostumbrado a consumir un tipo de literatura que, aunque excelente en su idea, no responden a esa necesidad estilística, a esa preocupación por la estructura, por los capítulos, por el vocabulario...En general este tipo de historias no cuentan nada que no se haya escrito ya, es más, la simpleza de sus tramas defraudaría al lector más exigente. Pero al revestirlas de personalidad literaria (no siempre barroca o pasada de rosca), consigues que la trama pase de simple a memorable en cuestión de páginas. En general estos autores son recordados por sus novelas, pero también por su forma de narrarlas, de expresarlas, de envolverlas, sumergiendo al lector en una experiencia totalmente inmersiva y que en ocasiones requiere un esfuerzo extra. Ejemplo de ello sería, por supuesto, El ala izquierda, capaz de trasladarnos a lugares extraños, a una trama difícilmente resumible a través de un estilo tan embriagador como arduo, como cuando escalas la ladera de una escarpada montaña. ¿Cuál de los dos es mejor? Ninguno, simplemente ambos modelos deben coexistir, por el bien de la literatura, pero sobre todo, por el bien de los que componemos el último eslabón de la industria editorial, los lectores. El ala izquierda: una historia de reflexión constante, madurez, infancia, maternidad, relaciones familiares, regímenes autoritarios, alucinaciones, geografía... El primer y memorable vuelo de una mariposa llamada vida.
Frases o párrafos favoritos:
"El pasado lo es todo, el futuro no es nada, no existe otro sentido del tiempo.
Película/Canción: a falta de lo primero, os adjunto la canción que me ha acompañado durante la redacción de la presente reseña. Ecléctica, envolvente y misteriosa; como las alas de una mariposa.
¡Un saludo, a seguir leyendo y feliz navidad!
Cortesía de Impedimenta