Pues en Madrid lo encontraréis en boca de todos. Parece tener fascinados a todos sus habitantes, y aunque yo mismo no he asistido a sus sermones, me asombra el entusiasmo que ha despertado. La adoración que le tributan los jóvenes y los viejos, los hombres y las mujeres, es sin igual. Los grandes le colman de regalos; sus esposas se niegan a tener otro confesor, y en toda la ciudad se le conoce con el nombre de «Hombre santo»”.
Dicen que su sabiduría es de lo más profunda, y su elocuencia de lo más persuasiva. En el curso de toda su vida, jamás ha infringido una sola regla de su orden, ni se ha descubierto la más leve mancha en su persona; y se dice que es tan estricto observador de la castidad que desconoce en qué consiste la diferencia entre el hombre y la mujer
Esta novela de terror gótico salió a la luz originariamente en 1796. Parece que Matthew Gregory Lewis la escribió antes de cumplir los veinte años y tardó solo diez semanas en escribirla. Recién publicada fue tachada de libertina, inmoral e impía, y no me extraña, porque llama la atención que una obra tan cruda y pecaminosa, con tanta crítica a la Iglesia católica y a sus fieles devotos cristianos, a los que tacha de crédulos y manipulables, se gestara en esa época. Una obra que también nos habla sobre la falta de empatía y humanidad en algunos que se supone siguen a un supuesto dios misericordioso, y sobre la doble moral de aquellos y aquellas que visten hábitos religiosos o sotanas, mostrándose al mundo con una fachada de santidad, de moral intachable, pero que luego no pueden evitar ceder a las tentaciones mundanas más macabras y lujuriosas con tal de satisfacer sus impulsos sexuales.
Poco os voy a contar de la trama, salvo que te envuelve desde el principio y no puedes parar de leer, y que va, como su título indica, de eso, de un Monje, Ambrosio, al que el pueblo admira por sus sermones cargados de beatas enseñanzas y su supuesta bondad, le creen un santo. Ha permanecido toda su vida encerrado en su monasterio, sin caer en las debilidades de la condición humana, sin conocer las flaquezas a las que el hombre se expone en el exterior, en la vida real. Es estricto, inclemente y excesivamente severo con los pecados de los demás, hasta que se descubre a sí mismo como un ser depravado y cruel, infiel a su dios y sus creencias.
La historia tiene mucha acción y crudeza, su violencia explícita, sus toques de irrealidad y fantasía. Hay magia negra, exorcismos, pactos satánicos, pasiones dormidas que despiertan con violencia extrema, escenas escabrosas. Los personajes son una maravilla, sobre todo el de Ambrosio y es espectacular la evolución del mismo a lo largo del argumento, como pasa de tener una reputación intachable y virtuosa, a ser cada vez más malvado, más imperturbable ante el sufrimiento ajeno, y asistimos a su hundimiento en la miseria moral hasta terminar cayendo en el mismísimo infierno. Una historia que nos muestra también, con una prosa hipnótica, riqueza lingüística y un argot típico de la época, pinceladas de la situación social del Madrid de la época y el rol que protagonizan las mujeres como vehículo del mal durante la Inquisición. A través de una atmósfera de terror gótico muy conseguida (aunque francamente a mi terror o miedo no es que me haya provocado, pero yo soy dura de roer), la obra explora las bajezas humanas en las que se puede llegar a caer y las supersticiones exageradas de la época, explora emociones y sentimientos como la impunidad, la culpa, los remordimientos, la venganza. El final es tremendo, fantástico, demoledor.
Oculté el coche en una espaciosa caverna del monte, en cuya cima se alzaba el castillo. Dicha caverna era de considerable profundidad, y los del lugar la conocían con el nombre de la Cueva de Lindenberg. La noche era serena y hermosa. La luna bañaba las antiguas torres del castillo y derramaba su luz plateada sobre sus coronamientos. Todo estaba callado a mi alrededor. No se oía más que la brisa de la noche suspirando entre las hojas, el ladrido lejano de los perros del pueblo, o el búho que se había instalado en un rincón de la deshabitada torre oriental. Oí su chillido melancólico y miré hacia arriba. Estaba posado en el antepecho de una ventana, que yo reconocí como la de la habitación embrujada.
Muy recomendable, sobre todo si disfrutáis con los clásicos, con la literatura de la buena, con las novelas de aventuras ambientadas al final del siglo XVIII, o con las novelas góticas con toques sobrenaturales y magia, también con romanticismo. Mi nota por supuesto la máxima: