Título original: Outlander
Autora: Diana Gabaldon
1º de la serie Forastera
Recién acabada la Segunda Guerra Mundial, una joven pareja se reúne por fín para pasar sus vacaciones en Escocia. Una tarde, cuando pasea sola por la pradera, Claire se acerca a un círculo de piedras antiquísimas y cae de pronto en un extraño trance. Al volver en sí se encuentra con un panorama desconcentrante: el mundo moderno ha desaparecido, ahora la rodea la Escocia de 1734.
El argumento de Forastera, puede parecer bastante simplón en un principo: una mujer de 26 años que sirvió como enfermera durante la Segunda Guerra Mundial y que recién terminada esta se retira con su marido a las Highlands Escocesas para retomar su relación después de haber estado separados durante seis años. De acuerdo, hasta aquí todo perfecto, pero la trama se complica cuando Claire, mientras da un paseo vespertino, se acerca a un círculo de piedras y cae en trance. Al despertar, se encuentra con que ha viajado al pasado, al siglo XVIII para ser más exactos.
Y es en este punto donde la historia cobra vida. En este momento tan irreal de su vida, Claire conoce a Jaime, un joven escocés perseguido por soldados ingleses que hará tambalear la fidelidad que debe a su esposo. Un entresijo de sucesos y circunstancias les obligan a casarse y a partir de entonces, volver atrás no será una opción.
Claire deberá decidir si permanecer al lado del joven escocés que es capaz de darlo todo por ella o si volver atrás (al futuro) a una vida de rutina con el hombre al que le debe fidelidad. La relación entre Claire y Jamie me ha encantado, aunque rompe con algunos tópicos de la novela romántica (SPOILER); en este caso, Claire es mayor que Jamie cuando en este género suele suceder lo contrario y, por otra parte, Jamie sigue siendo virgen a diferencia de Claire, que al haber estado casado anteriormente ya ha roto con esa etapa de su vida.—Si no sabes quién soy, ¿no temes que alguna noche te mate mientras duermes?
No contestó. Retiró el brazo y la sonrisa se ensanchó. (...)Sin molestarse en alzar la cabeza, se desabotonó la delantera de la camisa y la separó, dejando al descubierto el pecho desnudo hasta la cintura. Extrajo el puñal de la vaina y me lo arrojó. Cayó a mis pies sobre las tablas de madera.
Volvió a taparse los ojos con el brazo. Estiró la cabeza hacia atrás y mostró el lugar donde la pelusa oscura de la barba incipiente se detenía con brusquedad, justo debajo de la mandíbula.
—Derecho hacia arriba. Debajo del esternón —me aconsejó—. Rápido y limpio. Aunque hace falta un poco de fuerza. Degollar es más fácil, pero bastante más sucio.
Me agaché para coger el puñal.
—Merecerías que lo hiciera —le espeté—. Bastardo arrogante.
La sonrisa visible debajo de la curva del brazo se ensanchó aún más.
—¿Sassenach?
Me detuve con el puñal en la mano.
—¿Qué?
—Moriría feliz.