HERIDAS ABIERTAS
Título: Heridas abiertas.
Autora: Begoña Méndez (Palma, 1976) es licenciada en Lingüística General y en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. También en la UB, se remasterizó en Literatura de la Era Digital y más tarde fue Premio Extraordinario en el máster de Humanidades de la UOC, con un trabajo centrado en Diario de juventud de la escritora uruguaya Idea Vilariño. Es profesora de lengua y literatura en una escuela de adultos y colaboradora en las revistas culturales Pliego Suelto, El Cultural y Mercurio. Ha publicado Una flor sin pupila y la mujer de nieve (Sloper, 2019), artefacto literario hecho de versos, escritura automática y collages. Heridas abiertas es su último texto publicado.
Editorial: Wunderkrammer.
Idioma: español.
Sinopsis: Santa Teresa, Soledad Acosta, Zenobia Camprubí, Teresa Wilms Montt, Lily Íñiguez, Marga Gil Roësset, Idea Vilariño, Susan Sontag, Alejandra Pizarnik y Mariana Eva Pérez son las diez autoras objeto de este ensayo. Leerlas es irse de viaje hacia los límites de la existencia y de la identidad, pues en sus cuadernos personales donde se mostraron desnudas en extremo, con sus deseos y su dolor expuestos. Si los diarios empezaron siendo herramientas censoras y vigilantes por parte de instancias de autoridad (la Iglesia, la madre, el marido...), ellas consiguieron transformarlos - aunque pagaran un alto precio por ello - en espacios de libertad. Este libro existe por todas las mujeres que transformaron su malestar y marginalidad en parajes para la rebelión artística, en territorios para la insubordinación y la conquista de sí.
Su lectura me ha parecido: personal, interesante, demasiado breve, literario, delicioso, un suspiro en manos de la o el lector más ávido, íntimo... Comencé a escribir un diario al rededor de los once años. En una etapa tal vez demasiado temprana. Ni la constancia ni un objetivo concreto más allá de plasmar lo que había hecho durante las jornadas en las que se me ocurría abrirlo para escribir en él dominaban mis impulsos. Cumpleaños, exámenes de matemáticas que suspendía, algún que otro secreto que a día de hoy suscitaría más risas que inquietud, juegos en el patio, las salidas de los domingos en familia... En resumidas cuentas, poca cosa. Sin embargo, a medida que fui creciendo e iba siendo consciente de que la escritura - como acto en sí - se había convertido en una parte intrínseca de mi, redacté otro diario, allá por los quince años (etapa que recuerdo con cierto desasosiego, la secundaria, ya sabéis) y que duró, con periodos de sequía intermitente, hasta más o menos el primer año de universidad. Ahí la tenacidad y la disciplina fueron mayores. El sentarme, todos (o casi todos) los días a escribir un poco de, no solo lo que acontecía en mi vida (más interesante que cuando aún estaba en primaria), también aquellas inquietudes y reflexiones que a una servidora más le importaban. Aquí las primeras veces - desengaños, desamores, desilusiones, descubrimientos y demás palabras iniciadas por "des" - se confundían con opiniones acerca de temas de la actualidad de entonces, apuntes para posibles "proyectos" literarios reducidos a meras anotaciones sueltas en medio de disertaciones personales - maldito síndrome de la impostora - o incluso el testimonio de aquello que no entendía y que, ya sea por desconfianza o vergüenza - no me atrevía a preguntar. Por supuesto, a pesar de que las sesiones de escritura intimista se convirtieron en una especie de ritual en una habitación propia a día de hoy extinguida, ni el estilo, ni la forma, ni siquiera el contenido que vomitaba cada tarde sobre las páginas me importaban. La función estética o el sentido literario eran ajenos a mi persona cuando quería exponer pasajes tan reservados. Solo los empleaba cuando rascaba tiempo entre exámenes y trabajos para escribir algún relato o un capítulo más de aquella novela influida por Física o Química y las escenas de amor de las novelas juveniles que solía leer a esa edad. Jamás pensé que un diario pudiese ser tomado en serio a esos niveles - y eso que los quince leí el Diario de Anna Frank, con todas las consecuencias que aquello trajo consigo - hasta que me percaté del poder de dicho género (a nivel histórico) para ofrecernos un tipo de información igual de válida que la que podemos encontrar en otra clase de documentos, así como llegar a trascender desde lo personal a lo político. Normal que, tiempo después, devorase todo aquello que tuviese un punto de autobiográfico, incluyendo algunos diarios - no tantos como me gustaría - de aquellas autoras capitales en mi panteón literario. En mis manos, de nuevo, un pequeño ensayo que nos ahonda en el género, así como en la escritura personal de una serie de escrituras que la cultivaron. Heridas abiertas: un apasionante recorrido por la palabra escondida.
Aunque para los fans del buen thriller de misterio con toques de terror - del malo ya andamos más que saturadas/os - el título de este ensayo pueda llevar al lector de a pie a confundirlo con esa maravilla escrita por Gillian Flynn, éste se nos presenta de una forma muy particular. En primer lugar, englobado en la magnífica (aunque demasiado breve, lo siento, tenía que volver a decirlo) colección Chaiers, editada por la interesantísima editorial Wunderkrammer. Una colección de no ficción que busca introducir, que no informar, de aquellos temas de interés que, por decirlo de alguna forma, escapan a lo generalista. De ahí que en su mayoría estén vinculados a aspectos relacionados con la literatura, como objeto de estudio así como de reflexión personal o persiguiendo una intención más cercana a lo intelectual. En segundo lugar, la portada, ilustrada con una Calcedonia roja (marca de la casa en cada ejemplar que publican de la nombrada colección). Un mineral de sílice que en una de sus múltiples variedades - llamada Cornalina - presenta un tono rojizo intenso. Prefecto, en este caso, para crear un diálogo estético entre título y cubierta. Cuando la observamos, no solo vemos dicho pedrusco, sino que inconscientemente creemos percibir una metáfora, la de la propia carne abriéndose tras un profundo corte, dejando al descubierto la sangre. En otras palabras, aquello que nos mantiene vivos, burbujeantes, como el relieve de la roca escarlata. A su vez, también se asemeja a un órgano, al corazón si me apuras, latente, de nuevo, símbolo de aquello que no se ve pero que, sin embargo, palpita bajo nuestro pecho. Como veis, la sugestiva portada no para de darnos pistas de lo que podemos encontrarnos dentro. Y por último, y a riesgo de parecer una fetichista de lo visual - aspecto crucial a la hora de que un libro, además de por su sinopsis, acabe formando parte de las estanterías de tu cuarto - su tamaño, pequeño, ligero, no mucho más grande que la palma de mi mano. Lo cual favorece el transito y la movilidad del objeto, y del conocimiento, más allá del salón o la biblioteca. No existe, evidentemente, un interés especial a la hora de justificar el porqué esta editorial y no otras para comentar la parte extraliteraria, muy importante, por cierto, de la creación de cualquier proyecto de carácter editorial. Pero cuando el trabajo es bueno y está bien hecho, se reconoce. Y si es editando ensayos - aunque sean de carácter más divulgativo - todavía más.
En lo que a su contenido se refiere, como ya he comentado, nos encontramos ante un texto puramente introductorio - para que tu, una vez finalices su lectura, vayas a tu librería más cercana y arrambles con los diarios que se han publicado de las autoras que en él se menciona - y en el que, primando un orden cronológico y temático, te va exponiendo a cada una de ellas a través de la escritura de sus diarios. De este modo, Heridas abiertas podría definirse como una aproximación, que no profundización, a el lado más íntimo de escritoras como Santa Teresa de Jesús, Zenobia Camprubí, Idea Vilariño, Alejandra Pizarnik o Susan Sontag entre las más conocidas, o de Marga Gil Roësset y Teresa Wilms Mott, cuyos nombres son más desconocidos para el público en general. Tras un breve pero impecable primer capítulo en el que, a modo de introducción, Méndez aborda la historia del género desde sus orígenes hasta la revolución cultural que se produjo entre los siglos XVIII y sobre todo el XIX, al irrumpir, por un lado, lo que conocemos como "individuo moderno" - el paso de la liturgia a la lectura privada fue clave para su surgimiento - y por otro el concepto moderno de familia - erigida sobre la base de unos afectos que en anteriores épocas no existían -. Una vez superado dicho prólogo, el lector se sumerge en la escritura de cada una de las autoras que aparecen en el presente ensayo, transitando por sus textos memorialísticos. Desde la más alejada de su tiempo - la ya mencionada Santa Teresa de Jesús que en 1560 escribió su Libro de la Vida como ejercicio de control exigido a sus confesores - a autoras de los siglos XIX y XX en donde apreciamos como el diario constituye una herramienta de control tricéfalo: materno, marital o como un medio de supervivencia. Este, por ejemplo, es el caso de Zenobia Camprubí, escritora perteneciente al grupo de las Sin sombrero que durante décadas solo se le conocía como la esposa del poeta Juan Ramón Jiménez. En sus diarios, según Méndez, apreciamos no solo su depurada técnica, también los síntomas de una época en la que las mujeres transitaban entre la obediencia y la subversión, entre no eclipsar al marido de turno y el poder de unas palabras que, tiempo después, la han colocado en el lugar que se merecían, al lado y, en ocasiones, por encima del señor Premio Nobel. Seguidamente, escritoras como Marga Gil Roësset o Teresa Wilms Mott ponen el foco en las mujeres que todavía no tienen ni el espacio ni la autonomía para desarrollar una literatura personal. Reivindicando aquellos territorios u espacios que por derecho, al igual que los hombres, también les pertenecen. Habitaciones propias que para vidas tan intensas que, en ocasiones, han desembocado en el suicidio (como es el caso de Alejandra Pizarnik). Para cada autora escribirlos significó una cosa, así como las motivaciones que las llevaron a ello. Pero si algo podemos destacar, a modo de cierre, de este ensayo - con el que me he quedado con ganas de más - es la pasión de su autora por descubrirnos estas desconocidas facetas en muchos casos para, en última instancia, reivindicar ese paisaje poético, esas atmósferas seguras, esas soledades buscadas en las que la escritora deposita la palabra sobre cortes sangrantes.
Heridas abiertas: un ensayo reivindicativo, cercano, divulgativo, plagado de reflexiones para subrayar, que invita a buscar, investigar, empaparse... La oportunidad para descubrir autoras, escrituras y perspectivas pocas veces tenidas en cuenta.
Frases o párrafos favoritos:
"En los diarios, la intimidad se genta en el tuétano de la experiencia cotidiana y emerge en la soledad de la habitación o de la casa. Una escritora enclaustrada que, sin embargo, quiere irse a algún otro lado. Porque hay en las diaristas, aun en las más secretas y en sobras, incluso en las más periféricas, una voluntad de ser leídas, conscientes como son del valor de su labor literaria."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Wunderkrammer