Título: Juventud sin Dios.
Autor: Ödön von Horváth (Rijeka, Croacia, 1901- París, 1938) El intelectual austríaco de origen húngaro Ödön von Horváth es considerado uno de los escritores en lengua alemana con una visión más lúcida de los acontecimientos políticos y sociales que llevaron a la sociedad alemana a la Segunda Guerra Mundial. Autores como Hermann Hesse, Thomas Mann, Joseph Roth y Peter Handke manifestaron admiración por su obra. En 1931 fue galardonado, junto con Erik Reger, con el Premio Kleist. En 1933, con la llegada de Hitler al poder en Alemania, se mudó a Viena y en 1938 a París, donde murió al caerle encima la rama de un árbol durante una tormenta eléctrica en la Avenida de los Campos Elíseos.
Editorial: Nórdica libros.
Idioma: alemán.
Traductor: Isabel Hernández.
Sinopsis: Al igual que hizo Michael Haneke muchos años después en La cinta blanca, Ödön von Horváth narra en esta prodigiosa novela los orígenes del nacionalsocialismo y cómo la semilla del mal ya estaba presente en los jóvenes y en su educación. El narrador de Juventud sin Dios es un joven profesor a quien el director del colegio le pide que no corrija a un alumno que afirma que los negros son infrahumanos, y le recuerda, además, que su obligación es «educar para la guerra». Los valores patrióticos se inculcan en una especie de campamento paramilitar en el que se producirá un crimen misterioso. Horváth escribió esta obra en el verano de 1937, exiliado en Henndorf, en las proximidades de Salzburgo, y se publicó ese mismo año, alcanzando rápidamente una gran popularidad, incluso en el extranjero, siendo traducida a diez idiomas en los dos años siguientes. Las referencias a la realidad del nazismo son el elemento central en una obra en la que el autor describe una curiosa mezcla de la Alemania nazi con la Austria prefascista.
Su lectura me ha parecido: intrigante, ágil, inquietante, perversa, sorprendente, cero optimista, espeluznante... "Una crisis económica nunca trae nada bueno". Con estas palabras exactas sentenció la profesora de historia que tuve en cuarto de la ESO a raíz de una pregunta de un compañero o compañera (no recuerdo bien) mientras abordábamos las consecuencias del famoso crack del 29. Y no, no lo decía en relación a lo que el pueblo norteamericano sufriría tras una de las crisis más famosas y cinematográficas del capitalismo. En ese momento no le di tanta importancia, pero, al cabo de unos meses, cuando nos tocó enfrentarnos a la crudeza del Nazismo, supe entonces que aquellas palabras tenían más peso de lo que al principio me pareció. Si algo me ha enseñado la historia, tanto en mis años de estudiante de secundaria como posteriormente durante la carrera, es a pensar a largo plazo, a estar al día con lo que pasa en el mundo, a no quedarme con una sola opinión (de hecho, desde hace un tiempo que me he acostumbrado a ver las noticias del día en tres telediarios diferentes para desayunar, comer y cenar) para formarme un espíritu lo más crítico posible, pero sobre todo, a ser consciente de que la historia, muy a mi pesar, puede repetirse. Y esto, a día de hoy, no es un tópico o una frase bonita sin más sacada de cualquier página de citas célebres, por desgracia para todas/os es muy real. Y si no, que nos lo digan a nosotros, con el panorama que actualmente tenemos a nivel político, económico y social. Un caldo que a lo largo de todo este tiempo ha hervido a fuego lento y que ahora, a las puertas de las elecciones nacionales más inciertas de la historia de nuestro país, puede desbordar en cualquier momento. Tengo miedo, no lo voy a ocultar. Miedo de que las palabras de mi profesora del instituto (la más antipática e inspiradora que he tenido en mi vida) resuenen constantemente en mi cabeza cada vez que pongo la tele, de que esté siendo testigo de un discurso de odio y de desinformación que creía que la sociedad había superado, y lo más importante, tengo miedo de que, lecturas como la que hoy tengo el placer de reseñar, puedan estar teniendo lugar a mi lado. Juventud sin Dios: desenmascarando al Nazismo.
Las motivaciones que me llevaron a hacerme, gracias a Nórdica libros, con un ejemplar de Juventud sin Dios fueron en concreto dos. La primera, en parte, viene justificada por esa sobredosis que toda y todo futuro historiador experimenta cuando de pronto, un día, le hablan del Nazismo en el Instituto. En mi caso, para seros sincera, fue bastante heavy. Me obsesioné tanto, hasta el punto que, aquel mismo año, hice tres trabajos para tres asignaturas diferentes sobre esta temática. ¿El resultado? Llegué a los siguientes cursos siendo una experta en el tema, y a la carrera con la sensación que lo que había aprendido por el camino eran simplemente las migajas de lo que posteriormente descubriría en aquellas abarrotadas aulas. Luego, como es normal, vino el desencanto. Tanta sobredosis, sea de lo que sea, nunca es buena. Para después caer en el hastío (cosa que ahora me da mucha pena). Por fortuna, el Máster consiguió aportarme una mirada diferente, nuevas herramientas y sobre todo, nuevos nombres a los que poder acercarme relacionados con la etapa más oscura de la historia del país germano. La base entonces, estaba ahí, en continua formación, autoalimentándose y ampliándose a una velocidad, que si bien era pausada, su constancia, por el momento, no ha desaparecido. Además de esta razón, la segunda motivación que me impulsó fue, y gracias de nuevo a un profesor (uno de los más sabios, temidos e imponentes de la facultad), mi descubrimiento por la conocida como "época de entreguerras" o lo que es lo mismo, los años 20 y 30 del pasado siglo XX. Nunca pensé que aquellos años de desenfreno y posterior crisis económica diesen tanto de si, y menos descubrir que, un periodo tan corto de tiempo pudiese asentar las bases de lo que ocurrió después y que todas y todos conocemos. Eso me fascinó. Lejos de quedarse ahí la cosa, también descubrí las figuras de algunas de las y los intelectuales más potentes de Europa. ¡Y yo que hasta ese momento pensaba que la vanguardia literaria estaba en Estados Unidos con Scott Fitzgerald y compañía! ¡Que equivocada estaba! ¡Ojalá Herman Hesse, Emmy Henings, Leonhard Frank, Thomas Man y sobre todo Stefan Zweig hubiesen aparecido en mi vida antes! ¡La de noches que habría pasado en vela! ¡La de libros que habría descubierto! ¡La de historias maravillosas que abría devorado! La vida es la que es así, impredecible y en este sentido algo injusta. Sin embargo, y como es imposible (de momento) retroceder en el tiempo, dicha carencia la completo leyendo sus libros y descubriendo por el camino a otras y otros autores. De ese modo fue como conseguí dar con Ödön von Horváth, del que por supuesto jamás había escuchado hablar, y cuya biografía me resultó extraordinariamente breve y valiosa al mismo tiempo. Juventud sin Dios es, por el momento, el primer libro suyo que leo, y de verdad, espero que no sea el único.
En lo que a la reseña propiamente dicha se refiere, y saltándome todos los protocolos seguidos anteriormente, comenzaré por lo primero que ve el lector nada más toparse con la presente edición: su portada. En serio, desde aquí me gustaría felicitar a quien o a quienes hayan trabajado en el diseño de esta, así como a la mente brillante que tuvo la genial idea de escoger esa foto de las Juventudes Hitlerianas como carta de presentación. El objetivo es claro: contextualizar al lector y provocar inquietud. Dicho con palabras más coloquiales, dar yuyu. Lo del contexto queda claro nada más fijas la mirada en ella, pero, ese segundo golpe de efecto es magistral. Las miradas de esos dos niños que, uniformados, dirigen al lector consiguen cortar la respiración, helar la sangre, que éste se sienta incómodo. ¿Son de verdad niños alemanes bajo el Tercer Reich o por el contrario se han escapado de alguno de los pasajes de Los chicos del maíz? Pronto lo sabremos, mientras tanto, podemos asegurar a ciencia cierta que el objetivo se cumple con creces. Cuando el lector se adentra en Juventud sin Dios se encuentra, para su más grata sorpresa, con una narración ágil, dinámica, que va directa al grano, con unos capítulos realmente breves (alguno no alcanza las tres páginas), cuyos títulos rezuman una simpleza de manual pero que, sin embargo, jamás pierde la intención de la novela en su conjunto. Porque sí, queridas y queridos lectores, una novela de este calibre esconde ya no sólo una intención (la cual desgranaremos en el siguiente párrafo) sino que además, tal y como está narrada (desde un estremecedor pesimismo), Horváth nos conduce hacia una de esas reflexiones que impactan por su dureza y por estar, por desgracia, próximas a la realidad. La historia la hemos visto muchas veces reproducida tanto en la literatura y el cine. Juventud sin Dios narra, en una claustrofóbica y perpleja primera persona, la experiencia de un profesor de historia y geografía en un colegio masculino austríaco en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. En una de sus clases, el protagonista decide reprender a un alumno por un comentario racista sobre la inferioridad de los negros. A partir de ahí, la situación se complica para el profesor, siendo su actitud reprochada por profesores, padres, alumnos y miembros de la comunidad, además de ser testigo de como, poco a poco, la educación de los chicos y chicas del lugar se está redirigiendo hacia una paulatina militarización. Ante esta situación, el profesor se siente un incomprendido. Busca con desesperación a quien pueda entender lo que está sucediendo y dar respuesta a esos miedos que lo acosan. Y aunque le cuesta dar con ellos (ese otro Julio César y un párroco caído en desgracia), la cobardía y un necesario instinto de supervivencia comenzarán a apoderarse de él. El ambiente se vicia, el contexto es el que es, la despersonalización ha comenzado (ahora sus alumnos responden a iniciales no a nombres completos), la automatización, el lavado de cabeza y el adiestramiento (ya no moralmente, también físicamente) ha comenzado. Nunca es suficiente si lo que está por llegar es una nueva guerra más mortífera que la anterior. Este es el punto de partida, y entre clases y entrenamientos en las colonias durante las vacaciones de verano, el lector no sólo se nutre de párrafos que apuntan directos a nuestra memoria (algunos son para enmarcar) o de diálogos en donde la metáfora adquiere un toque terrorífico, también consigue de ser consciente de un comportamiento que tristemente repetimos casi a diario. Esos "yo paso", "me la suda" o ese "mirar hacia otro lado" nunca dolieron tanto como en Juventud sin Dios. Una sonora bofetada de realidad que nos despierta, de golpe y porrazo en una sociedad, desgraciadamente la actual, que en parte se ha nutrido de estos comportamientos. Pocas veces la escritura y la posterior publicación de una novela han estado más justificadas, tanto en el momento en el que ésta vio por primera vez la luz (nada más y nada menos que en el 1937, un año terrible para ser un intelectual de izquierdas en la Austria prefascista) como en el momento actual (en el que estamos siendo testigos de un espeluznante rebrote de las tendencias fascistas en Europa y Estados Unidos). Por último, y antes de pasar a la más que pertinente reflexión final, es posible, como ya he podido comprobar en muchas reseñas, que la de Horváth no sea una novela que satisfaga algunas expectativas. Sin embargo, dejadme deciros que Juventud sin Dios es sin lugar a dudas un documento histórico, una reliquia de un tiempo convulso que guarda más misterios de lo que aparenta. Así que sed pacientes y mantened los ojos bien abiertos. Palabra de historiadora.
La rama de un árbol le arrebató la vida a Ödön von Horváth mientras, bajo una intensa lluvia, paseaba por los Campos Elíseos en el año 1938. Muchos lamentaron entonces su muerte, incluyendo grandes personalidades de la cultura germana y austríaca. Y no era para menos, Horváth se iba de este mundo con tan solo treinta y siete años. Por fortuna para todos, durante su corta vida le dio tiempo a escribir, entre otros textos, el que hoy ocupa toda nuestra atención, cuya simpleza narrativa no enturbia una intencionalidad clara y universal. Todos hemos escuchado muchas veces que sin educación, el mundo es lugar menos seguro, o que la ignorancia crea monstruos. Pues francamente, no les falta razón, ya que ambas afirmaciones son totalmente ciertas. ¿Cuál es el problema entonces? Muy sencillo, que se hace muy poco o nada para favorecer el aprendizaje educativo, en otras palabras, que en el fondo, a unas ciertas élites no les interesa que las nuevas generaciones aprendan más de lo estrictamente necesario. Y no estamos hablando sólo de conocimientos generales, también de todas esas herramientas indispensables para desarrollar el espíritu crítico, eso tan incómodo que, si se emplea con inteligencia y agudeza, es capaz de sonrojar a hasta a la persona más poderosa del mundo. La historia, a lo largo de los siglos, ha demostrado que la educación, además de conocimiento, es poder, y por tanto, un privilegio al alcance de muy pocos. Durante la Edad Media por ejemplo, las clases más desfavorecidas estaban privadas de toda opción de acceso a una educación superior, favoreciendo a una élite nobiliaria capaz de poder costearse unos estudios en las universidades más famosas de Europa. Hoy en día ese patrón está desfasado. Ya no hay una clase nobiliaria al uso, las mujeres pueden acceder libremente a la educación superior y no existe discriminación por sexo o raza al respecto. Y si bien todavía prevalece una brecha social entre clases, el derecho a la educación es universal. Con este panorama y con una de las generaciones mejor preparadas de la historia, ¿cómo es posible que existan partidos de ultraderecha? O lo más preocupante ¿por qué la gente les vota? La explicación a este paradójico fenómeno la encontramos en un clásico: "la gente ve demasiado la tele". Frase a la que le deberíamos añadir varias coletillas como: "y el ordenador", "y el móvil" "y Netflix"... Pues, según varios estudios, actualmente existe un porcentaje muy elevado de jóvenes que ya no consumen tanta televisión o directamente ya no la ven. ¿Es ese el problema? Pues sinceramente sí, entre otros, porque mientras mantienes los ojos pegados a la pantalla, por muy informado que crees estar, al final, resulta que no lo estás tanto. Eso es lo que consiguen las redes sociales, que además de ofrecerte la información personalizada (por tanto, sesgada) acabas quedándote con los titulares y no con el contenido de la misma. Y si a eso, además, le añadimos el poder de atracción de las grades plataformas digitales (capaces de conseguir que te tires todo un día haciéndote maratones de tu serie favorita), conseguimos la alienación total. Si algo nos enseña Horváth en Juventud sin Dios es a que con un poco de desinformación se puede conseguir que el humanismo quede aplastado por la irracionalidad del Nazismo. Traducido a nuestro tiempo: que la gente pase de querer saber más sobre lo que pasa a su alrededor y que sólo le preocupe la calidad de las fotos de su teléfono móvil, el filtro Valencia o no perderse el último episodio de Juego de Tronos. La ignorancia crea monstruos, y si además se fomenta, éstos pueden acabar devorándonos a todos. Juventud sin Dios: una historia de paradojas, cobardía, fanatismo, intolerancia, supervivencia, enfrentamiento, desamparo, con un hilo de esperanza algo descorazonadora... La prueba de que el ser humano ha vuelto a tropezar con la misma piedra.
Frases o párrafos favoritos:
"Que estos críos rechacen todo lo que para mí es sagrado no me parece tan grave. Lo que resulta más grave es como lo rechazan, sin conocerlo. Y lo peor de todo es que no quieren conocerlo de ningún modo. Para ellos, pensar es odioso."
Película/Canción: al igual que hiciese Ödön von Horvath en 1937, en el terreno cinematográfico el director alemán Michael Haneke dirige y estrena en el año 2009 La cinta blanca. Una película que describe la vida en un pequeño pueblo de Alemania de principios de siglo XX en donde tienen lugar una serie de extraños sucesos. Al final, la cinta de Haneke no deja de ser una búsqueda de los orígenes de todo tipo de terrorismo, sea de naturaleza política o religiosa en vísperas de la Primera Guerra Mundial. De ahí que se compare tanto con la novela de Horváth. Por eso y porque es un peliculón, es de justicia que en esta ocasión adjuntase su correspondiente tráiler. Espero que os animéis a verla.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Nórdica Libros