RESEÑA: La casa intacta.

Publicado el 18 junio 2020 por Jimenada
LA CASA INTACTA
Título: La casa intacta. 
Autor: Willem Frederik Hermans (1921-1995) fue un prolífico y versátil escritor holandés. Escribió ensayos, estudios científicos, poesía, cuentos y novelas; de ellas cabe destacar El cuarto oscuro de Damocles (1958) y No dormir nunca más (1966). En los años setenta tuvo un papel relevante en el desenmascaramiento de Friedrich Weinreb, que se había lucrado vendiendo falsas rutas de huida a judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En 1977, Hermans obtuvo el Premio de Literatura Holandesa, el galardón literario más prestigioso de los Países Bajos. Junto con Harry Mulisch y Gerard Reve, está considerado uno de los tres grandes (De Grote Drie) escritores de la literatura holandesa de posguerra. 

Editorial: Gatopardo. 
Idioma: holandés. 
Traductora: Catalina Ginard Féron. 
Sinopsis: Europa del Este, 1944. Un soldado holandés que lucha con un grupo de partisanos se refugia en una casa abandonada de aspecto señorial durante un cese de hostilidades. La casa está casi intacta por los estragos de la batalla, y el partisano se instala en ella como si la guerra no hubiese tenido lugar: se baña, se viste con ropa que encuentra en el armario, come restos de comida. Cuando las fuerzas alemanas recuperan la plaza y unos soldados nazis llaman a la puerta, él decide hacerse pasar por el propietario de la casa. Pero ¿cómo se las arreglará para mantener el engaño?
Su lectura me ha parecido: breve, sutil, en ocasiones explícita, pesadillesco, original en cuanto a su premisa, contundente, perversa, antipatriótica, antibelicista, universal... Durante la cuarentena huía, como quien escapa de un animal peligroso, de cualquier referencia literaria al interior, al hogar, a las pesadas cuatro paredes de mi cuarto. De ahí que, salvo alguna excepción, la mayoría de las lecturas que me han acompañado en el confinamiento han sido historias que acontecían fuera, más allá de los muros de la gran ciudad, en la Galicia rural, en la Italia bañada por el sol de una tarde de verano, en la California más chiflada que os podáis imaginar, en la gira de un grupo de rock inventado de los años 70, en algún lugar perdido del atlántico tras sufrir un accidente de avión durante la Segunda Guerra Mundial y hasta en un bibliobús que tenía a la mismísima Isabel II de Inglaterra entre sus usuarios más ilustres. Por supuesto, también me he mecido al son de la espiral autodestructiva de los personajes del cómic Hechizo Total, entretenido yendo de un lado a otro de la enorme casa de muñecas ideada por Patricia Esteban Erlés, llorado acompañada de Delphine de Vigan y su Nadie se opone a la noche - sin duda, el mejor libro de todos los que me leí durante el encierro - o partiéndome de risa con la inoperancia de los personajes de Documento 1 - en última instancia, los más apegados a la realidad y a la precariedad crónica de la sociedad actual -. Todos ellos libros en los que el factor introspectivo (y por tanto de reclusión) era imprescindible para poderlos apreciar en todo su esplendor. Sin embargo, siempre trataba de viajar, aunque fuese a través de mi imaginación, a todos aquellos lugares que, por el momento, son imposibles de visitar. Me angustiaba la idea de no volver a pisar la calle en mucho tiempo. Dicho así suena un tanto exagerado, pero sed conscientes de la incertidumbre, el alarmismo y la dramática situación que estaba teniendo lugar en los meses de marzo y abril. Unos hechos a los que estábamos obligados a hacer frente, sin anestesia alguna, sin que nadie nos hubiera preparado o mentalizado para ello. En mi caso, la medicina la encontré en parte en esas lecturas que me permitieron llenar un poco de aire los pulmones y despejar la cabeza de esos pensamientos trágicos que de vez en cuando me asaltaban por la noche o me producían dolor de barriga. Ahora que la desescalada es un hecho - y ya veremos si no nos tendremos que arrepentir de nuestra rapidez a la hora de gestionarla - he creído conveniente redactar y publicar la reseña del siguiente cuento. Un relato de interior, pero también de exteriores. Una narración que oscila entre el oasis en medio del caos y el horror de una guerra que se antoja la más sangrienta de la historia. La casa intacta: el retrato más macabro, helado y despiadado del sinsentido de la guerra.

Antes de adentrarnos en la reseña propiamente dicha, cabe presentar un poco a su autor Willem Frederik Hermans. Nacido en Ámsterdam en el año 1921, es uno de los escritores holandeses más importantes de los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Con inquietudes científicas desde niño, Hermans trató de subsistir con la escritura en los duros años de la reconstrucción, algo que le obligó a desempeñar otros trabajos para poder mantenerse en una Holanda con las heridas de la guerra todavía abiertas. Sin haber participado en ella, su producción literaria está enormemente marcada por ésta. Además, por si fuera poco, Hermans se erigió en la década de los 70 como uno de los responsables a la hora de desenmascarar a Friedrich Weinreb. En este punto, permitidme que me detenga, ya que creo que es muy importante que sepáis un poco de esta historia - ya no sólo como curiosidad histórica, también porque, de cara a la novela que hoy reseñamos, lo encuentro bastante oportuno -. Veréis, el tal Friedrich Weinreb fue un economista y escritor judío que, durante los años de la ocupación nazi en Holanda, se dedicó a vender rutas seguras para los judíos que deseaban escapar del país. Las gente, desesperada, no dudaba en desembolsar grandes sumas de dinero con tal de escapar del horror y de una muerte segura en los campos de concentración. Sin embargo, la  ruta supuestamente segura fue en realidad una trampa para que los judíos cayesen en la trampa y acabasen arrestados por los nazis. Cuando fue descubierto en 1944, dejó su casa y se escondió en el pequeño pueblo de Ede. Tras la liberación y una vez capturado por los aliados, fue encarcelado tres años acusado de fraude y colaboracionismo. Pero no fue hasta 1969 cuando, a raíz de unas memorias publicadas ese mismo año, en las que afirmaba su intención de brindar a aquellos judíos esperanza de supervivencia, además de la creencia de que los Países Bajos iban a ser liberados antes de que los nazis ordenaran la deportación. El debate sobre su culpabilidad o inocencia se extendió durante décadas, llegando a su punto más álgido y acalorado en la década de los 70. Fueron muchos los intelectuales que se mojaron y dieron su opinión al respecto, entre ellos el propio Hermans, que lo señaló como culpable de la muerte de aquellas gentes. Años más tarde, y en un intento de poner fin al debate, el gobierno pidió al Instituto de los Países Bajos para la Documentación de la Guerra que investigase el asunto. Finalmente en 1976, y tras haber realizado un trabajo de documentación, cotejo y entrevistas a los pocos supervivientes que quedaban de los hechos, se presentó un informe en el que se señalaba la falsedad del testimonio que Weinreb plasma en sus memorias, señalando su intencionalidad estafadora y ascendiendo a 70 el número de victimas que la famosa "ruta". Esta pequeña pincelada de historia, que a priori parece no venir a cuento más allá de la opinión del propio autor al respecto, va más allá de lo meramente anecdótico. Ya que me permite a mi como crítica literaria enmarcaros no sólo en la época - asumo que todos la domináis más o menos - también en ese retrato de la maldad en estado puro. Una maldad que, en tiempos de guerra, se expone de la forma más explícita, naciendo del interior de personas que jamás imaginarías, mostrando que no existen límites en cuanto a crueldad humana se refiere. Weinreb supo ocultarla de la forma más retorcida y sibilina, una liga a la que los personajes de La casa intacta jamás podrían aspirar. 


Ambientada en un lugar desconocido de la Europa del este y en pleno apogeo de las hostilidades entre ambos bandos, asistimos a la historia de un soldado holandés - cuyo nombre jamás sabremos - que, en medio de un cese de disparos, decide separarse de sus compañeros partisanos y refugiarse en una casa abandonada y de aspecto señorial. La sorpresa es mayúscula cuando descubre que dicha mansión a penas se ha visto afectada por las bombas o los disparos de metralla, si hasta sigue emanando agua caliente. Una vez en su interior, el soldado se queda a vivir en ella, disfrutando de los objetos y comodidades de sus estancias, así como de las comida que los anteriores dueños no pudieron llevarse a la boca. La situación se le antoja idílica en medio del caos bélico, una especie de oasis en medio del bravo océano. Pero llegan los Nazis, recuperan la plaza y llaman a la puerta del caserón. A partir de ese momento, el soldado deberá fingir ser entonces el propietario de dicho lugar para evitar una muerte segura. Con esta premisa tan atractiva, Hermans ya consiguió que una servidora se interesase por esta novela corta - por no hablar de relato - y eso que, como ya he comentado en más de una ocasión, hacía años que no me adentraba en una novela ambientada en la Segunda Guerra Mundial. Mi aproximación a ella había sido desde una perspectiva más ensayística, memorialística, más pegada a los hechos que a la ficción que esta puede inspirar en cualquier pluma más o menos talentosa. Una vez vencido el escepticismo, La casa intacta duró pocos días en mi mesita de noche. Lo devoré. Con ansia. Con entusiasmo. Su brevedad fue determinante, pero también la forma con la que Hermans consigue que el lector no despegue los ojos del papel. A pesar de buscar siempre lo lírico en una narración, en esta ocasión adoré la hosquedad de su estilo, sin duda a corde con el contexto y la historia que se narra. Lejos de resultarme molesta, esa sequedad me impactó, me subyugó, hasta el punto de querer atesorar todos aquellos recursos, como si de una clase de escritura creativa se tratara. La casa intacta se adhiere perfectamente a la tesis de que, si quieres contar una historia en la que suceden cosas abominables, las palabras y el tono deben ir en consonancia si lo que se pretende es dejar huella en la memoria del lector. Así que gracias Hermans, gracias por esta lección de estilo. 

Dicho esto, y al hilo de lo ya expuesto, cabe rescatar el término "universo sádico" al que el escritor Cees Nooteboom hace referencia en el epílogo de la presente edición. Y es que en el relato de Hermans la violencia se presenta en toda su crudeza, explícita por momentos, incómoda de leer y que actúa como vehículo natural a lo largo de toda la narración. El lector se enfrenta a escenas inenarrables, atroces, pero todas ellas justificadas de cara a la intención por parte del autor en denunciar el sinsentido de la violencia. Algo que se acentúa si tenemos en cuenta el pensamiento nihilista de su protagonista - sólo ansía sobrevivir a cualquier precio - y la incursión de otros personajes que, independientemente de su posicionamiento ideológico u político, son capaces de cometer las mayores barbaridades en pos de una causa o un ideal en muchos casos maniqueo. Un acercamiento arriesgado pero efectivo que en los tiempos que corren nunca viene mal tener presente, sobre todo si de lo que se trata es de mandar un mensaje en favor de la no violencia cuando, a la vista está, todavía quedan resquicios de intolerancia y de agresiones movidas por el racismo, la xenofobia o la homofobia. Aunque Hermans lo capitalice en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, la denuncia traspasa los límites temporales, alcanzando un estatus universal. Por otro lado, y ya para acabar, señalar la importancia de la casa, y sus características propias, dentro de la historia. Como si se tratara de un personaje más - el más importante diría yo - la mansión en la que el soldado se queda a vivir actúa como refugio más o menos habitable (hay que tener en cuenta que está teniendo lugar una sangrienta batalla y que haya sobrevivido de la forma en la que Hermans nos la describe es por lo menos increíble dentro de la verosimilitud que como lector quieras otorgarle a la novela) frente al terror que se vive a fuera. Al mismo tiempo, cada estancia actúa como un espacio propio, que en ocasiones parece condicionar al protagonista, incitándole a realizar ciertos comportamientos o a la toma de determinadas decisiones. Cuando los nazis irrumpen en sus dominios, la casa dejará de proteger al partisano, mostrando su cara más hostil, dejándole vendido y solo ante el peligro de que descubran su verdadera identidad. Este recurso no es nuevo, de hecho, son muchas las autoras y autores que, desde géneros muy dispares, han concebido novelas o relatos en los que su presencia es absolutamente imprescindible. Julio Cortázar, Edgar Allan Poe, Isabel Allende, Martine Desjardins, Daphne Du Maurier, Shirley Jackson, Adelaida García Morales... La lista es interminable. Nadie puede negar el tirón y las posibilidades de introspección y reflexión que tienen las casas - mansiones, pisos pequeños, apartamentos en la playa, casas perdidas en el monte, adosados - dentro de la literatura. Por lo que no es de extrañar que en los próximos meses, por culpa de la crisis del coronavirus, los lectores asistamos a una avalancha de novelas en las que las estructuras físicas como psicológicas de lo que comúnmente llamamos "hogar" sean elementos protagónicos. Tal vez se cree un nuevo género, una nueva generación que explore la intimidad y lo privado en tiempos de incertidumbre y enfermedad. Conociendo el estilo y una vez leído el relato de Hermans, estoy convencida de que todavía quedan otros puntos de vista que abordar desde lo clásico, aunque dicha mirada parta del interior, de unos ojos que observan el exterior con miedo, sintiendo el peso del techo sobre sus hombros, consolándose de que, al menos, se encuentra a salvo. Al menos de momento.
La casa intacta: una historia de terror, guerra, violencia gratuita, protección, lujos inesperados, ambigüedad, antipatriotismo, egoísmo, supervivencia... Un libro que, en tiempos de desescalada, tal vez nos atrevamos, esta vez sí, a leer.
Frases o párrafos favoritos: 
"Era como si todo este tiempo ella hubiese representado un papel y sólo ahora se mostrara tal y como había sido siempre en realidad: una cueva ventosa, llena de escombros e inmundicia."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Gatopardo Ediciones