RESEÑA: La edad del desconsuelo.

Publicado el 20 mayo 2020 por Jimenada
LA EDAD DEL DESCONSUELO
Título: La edad del desconsuelo. 
Autora: Jane Smiley ( Los Ángeles, California, 1949) es autora de una veintena de obras de ficción y ensayo. Recibió el Premio Pulitzer de narrativa y el Premio Nacional de la Crítica por su novela Heredarás la tierra (1991). Entre otras obras, ha publicado La edad del desconsuelo (1987), The Greenlanders (1988) y, en los últimos años, la trilogía formada por Some Luck (2014), Early Warning (2015) y Golden Age (2015). Desde 2001 forma parte de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. 

Editorial: Sexto Piso. 
Idioma: inglés. 
Traductor: Francisco González López. 
Sinopsis: "nunca más volveré a ser feliz", mustia Dana en el asiento trasero del coche familiar, sin reparar en que piensa en voz alta. Al oírlo, Dave, su marido, siente que ambos están a punto de perder todo aquello que una vez desearon: sus años de apacible matrimonio, tres hijas, la próspera clínica dental que comparten. Ahora Dave está convencido de que Dana se ha enamorado de otro hombre y, de manera inesperada, decide que la mejor manera de salvar su relación es evitar que su esposa descubra que él lo sabe. 
Su lectura me ha parecido: ágil, algo original en cuanto a su estructura, depurada, algo manida, en la que los personajes secundarios son más interesantes que los principales, destructora, perfecta - por decir algo - para lectores que no les importe leer la misma historia una vez más, aunque con algunos matices... En tiempos de coronavirus la montaña rusa de las emociones ha sido de lo más vertiginosa. De pronto queríamos abrazar a cuantos se nos pusiesen por delante - incluyendo al hermano que suele reusarlos pero que en el fondo los sabe disfrutar - como querer pegar a alguien y te consuelas aporreando la pared o la almohada de tu cama. Unos días es imposible borrar la sonrisa de tu cara aunque las bombas en forma de malas noticias no dejan de caer sobre el tejado. Otros prefieres encerrarte a cal y canto en tu cuarto buscando un espacio de soledad ante la hostil coraza que has construido al rededor de tus emociones. Hay veces en las que dices sí a todo, aunque estés completamente en contra o sostengas una opinión diferente por miedo a unas represalias en forma de gritos o contestaciones desdeñosas. Pero también las hay en las que, desde la ironía más fina - siendo una digna sucesora de Jane Austen - no dejas de soltar lo que te parece por la boca, importándote un comino si ofendes o enfadas a quien se sienta a tu lado a comer todos los días de la cuarentena. Nadie ha estado a gusto estos días - y quien sí lo haya estado que levante la mano que estaría encantada de conocer su idílica perspectiva - ni siquiera esas interminables jornadas en las que la luz entra de lleno en el comedor y te autoconvences que las próximas 24 horas serán un oasis en medio de la tragedia. Ni siquiera cuando la calma se instala en tu dormitorio, espejismo del brutal terremoto que tiene lugar justo debajo de nuestra propia piel. De ahí que hablar de amor - en concreto del amor a la pareja - se nos antoje el ejercicio más complejo en los tiempos que corren, como si ante un dificilísimo examen nos hallásemos. Son miles las historias: parejas que han pasado el encierro juntos, separados, divorciados, en pleno apogeo de su amor, con la relación enquistada, a punto de casarse, en el inicio de la relación, a kilómetros de distancia, encerrados cada uno en una habitación ante la posibilidad de estar contagiados... Todas ellas vertebradas y condicionadas por la crisis del Covid-19. El amor y las relaciones afectivas van a cambiar para siempre, nos tenemos que hacer a la idea, aunque no nos guste, aunque queramos con todas nuestras fuerzas volver a lo de antes. Del mismo modo que los libros nos recordarán que hubo un tiempo en el que las mascarillas no existían como complemento indispensable del día a día o también lo harán respecto a las relaciones amorosas. Y seguirá así, lamentablemente, hasta que no tengamos la milagrosa vacuna. Sin embargo, hay cosas que jamás se verán alteradas, como el hastío, la infelicidad o la frustración; señales que advierten de una más que posible ruptura. Avisos que, como una losa, caen sobre el pecho del protagonista del libro que hoy reseño: La edad del desconsuelo: la universalidad del desamor. 

Escrito del tirón y sin capítulos - lo cual para una servidora, purista en este asunto, resulta siempre complicado - como si de una confesión se tratase, el lector se adentra en la mente y en las entrañas de un matrimonio típico de clase media norteamericano. El punto de vista no será objetivo, ya que nuestros ojos serán los de Dave, el marido, quien junto a Dana (me encanta y me divierte a partes iguales la sonoridad que provocan sus nombres juntos), su compañera de trabajo, esposa y madre de sus tres hijas, parecen vivir en una apacible convivencia. Ambos regentan una clínica dental, ambos se conocieron mientras estudiaban en la universidad y ambos se vieron atraídos inmediatamente el uno por el otro. Hasta la página 25 la historia es la más típica del mundo, de hecho, por este motivo en concreto, me costó en un primer momento conectar con el narrador, los personajes y la propia trama. Ese recurso explotado hasta la saciedad junto con la típica sucesión de acontecimientos casi consiguen que abandonase su lectura por un tiempo, y digo casi porque fue pasar la página 25 y a continuación encontrarme algo más interesante dentro de lo habitual. Por un momento creí que Jane Smiley no tendría nada que aportarme de cara a una lectura más profunda y ya puestos en mis ganas de saciar ese apetito lector que arrastraba desde hacía días. Una confesión, que casi pasa desapercibida para el propio Dave, provoca el cataclismo de proporciones épicas en un núcleo familiar que podríamos definir como tradicional. "Nunca jamás volveré a ser feliz" suelta de pronto Dana mientras va con su marido en coche. Ella piensa que él no le ha oído, ya que sus palabras se enredan en un murmullo, pero Dave las ha escuchado perfectamente, es tal la nitidez con la que se graban en su cabeza que serán muchas las preguntas que le asalten a la cabeza desde ese preciso instante. Ese y no otro va a ser el motivo que vehicule el resto de esta breve novela acabando con la tranquilidad de un esposo hasta el momento poco interesante a nivel de personaje. ¿Estará Dana engañándole con otro hombre? ¿Estará enamorada de él? ¿Por qué se lo ha ocultado todo este tiempo?... Estos y otros interrogantes no dejan de revolotear al rededor de la cabeza de Dave quien, ante la situación que supondría dar al traste con un matrimonio de tantos años y unas hijas maravillosas, toma la decisión de salvarlo todo fingiendo no saber nada del asunto, dicho de otro modo, evitar que Dana descubra que sabe de la existencia de un segundo hombre en su vida. Pero las dudas están ahí, le asaltan a todas horas, perturbando su vida, mezclándose con la cotidianeidad, afectándola involuntariamente. Con todo esto, y a pesar de ese interesante juego de sospechas y fingimientos - cosa que se hubiese solucionado si la sinceridad hubiese imperado, pero claro, en ese caso nos hubiéramos quedado sin novela - los personajes de Dave y Dana no han conseguido convencerme, ya que los encontré demasiado pegados a los arquetipos habituales. Sin embargo, no me sucedió lo mismo con las hijas, cuya construcción es perfecta y original desde un punto de vista literario. Sus diferentes personalidades están perfectamente perfiladas y conectadas con los sentidos. Lizzie, la mayor, tiene unos ojos enormes y reacciona ante cualquier estímulo visual. Stephanie, la segunda, lo escucha todo para luego actuar. Y la menor, Leah, es todo piel, por lo que necesita ser abrazada. El modo en el que estas tres niñas interactúan entre ellas y con la delicada situación de sus padres - no dejan de ser así mismo víctimas de lo acontecido - es una clase magistral de ingenio y técnica literaria. Más allá de eso, La edad del desconsuelo ha resultado ser uno de esos libros que no ha acabado de cuajar en mi cabeza. Esperemos que su siguiente novela, que si todo va bien se publicará cuando todo esto pase, consigue al menos llevarme por caminos poco transitados del amor. 

En la novela de Jane Smiley, Dave asegura haber alcanzado la edad del desconsuelo exactamente a los treinta y cinco años de edad. Una edad que más que con el exceso del conocimiento acerca de las vicisitudes y tortuosos caminos que conlleva el vivir, él la relaciona con los impedimentos entre las circunstancias personales y las del resto del mundo, las cuales son dinamitadas y sepultadas bajo toneladas de escombros. Como un edificio cuya utilidad y esplendor han pasado a mejor vida y es hora de construir sobre sus cenizas una nueva criatura de hormigón y acero. Esa es la opinión de Dave, un personaje ficticio salido de una consolidada escritora norteamericana. Pero, y a riesgo de frivolizar un poco al respecto, pienso que una de las pocas grandezas que esta breve novela nos puede aportar es precisamente la potencia de su mensaje. Ese discurso descorazonador, deprimente, asfixiante en muchos casos, que nos oprime los pulmones hasta vaciarlos de aire. Una reflexión que llega a mi generación, la de la precariedad, la de la incertidumbre y del presente más inmediato multiplicada y deformada. Cayendo como una pesada piedra desde un empinado acantilado, haciéndose añicos en el momento de su impacto contra el rocoso suelo de la montaña. Tal vez, precisamente por eso, me haya costado tanto reseñar La edad del desconsuelo, porque en cierto modo, y tomando bastante distancia del testimonio de Dave, me encuentro en ella, personalizada y plagada de mil y un circunstancias, pero sí, lo estoy. Pero a diferencia del protagonista y narrador de la historia, a nosotras/os ni siquiera podemos imaginar lo que él tiene y que considera objeto de su desconsuelo. Esa mentalidad cortoplacista en la que nos hemos educado a la fuerza y a trompicones nos impide ver más allá de la semana que viene o del mes que viene, por lo que temas como la maternidad, el acceso a una vivienda digna, a un trabajo justamente remunerado ni siquiera se vislumbran en el horizonte. Y no por falta de ganas, sino porque el sistema nos ha arrebatado la capacidad de pensar en todo ello. Hemos asociado trabajo con plenitud y felicidad, hemos comprado las promesas de prosperidad con esfuerzo, educación  y dedicación y hasta, en medio del clima actual, somos de los que tendemos a reinventarnos más. Pero nadie nos preparó para el baño de realidad, ese ardiente cubo de agua que quema los sueños, la paciencia y las expectativas generadas desde la más tierna e ingenua adolescencia. Las quemaduras escuecen, están llenas de pus, algunas son muy graves, pero no queda otra que curarlas - o medio sanarlas - y tirar hacia adelante, soportando más golpes, impidiendo que la fuerza quiebre nuestro junco, seguir en pie, volvernos de hierro para endurecer nuestra piel... ¿Os suena verdad? Llevo días escuchándola cada vez que salíamos al balcón a aplaudir y hasta ahora no me había percatado de la ironía que entraña. No se si la novela de Smiley es la mejor opción para leer durante la desescalada, pero lo que sí se es que no hay que darle la espalda a la realidad traumática del desamor, aunque sea a través del lenguaje novelístico, aunque ello implique deprimirnos aún más de lo que ya estamos. De lo contrario, pensaremos que es una invención, como esa generación castigada por dos crisis que, según los señoros de turno, no tienen derecho a quejarse porque no pegan un palo al agua. 
La edad del desconsuelo: una historia de desconfianza, incomunicación, paternidad, preguntas obsesivas, murmullos convertidos en bombas atómicas, matrimonio, confesión... Un libro que, visto de esta forma, tal vez debamos leer cuando la telaraña del Coronavirus deje de pegarse a nuestra piel, 
Frases o párrafos favoritos: 
"Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo (…). Es por lo que sabemos, ahora que - a nuestro pesar - hemos dejado de pensar en ello. No es solo que sepamos que el amor se acaba, que nos roban a los hijos, que nuestros padres mueren sintiendo que sus vidas no han valido la pena. No es solo eso (…) Es más bien que las barreras entre nuestras propias circunstancias y las del resto del mundo se han derrumbado a pesar de todo, a pesar de toda la educación recibida."
¡Un saludo, a seguir leyendo y ánimo!
Cortesía de Sexto Piso