RESEÑA: La hermosa burócrata.

Publicado el 09 abril 2019 por Jimenada
LA HERMOSA BURÓCRATA
Título: La hermosa burócrata.
Autora: Helen Phillips (Colorado, 1983) actualmente vive en Nueva York, donde imparte clases en el Brooklyn College. La hermosa burócrata la situó a la vanguardia de la nueva generación de jóvenes narradores que está revolucionando el panorama literario estadounidense. Ha publicado también las colecciones de relatos And Yet They Were Happy (2011) y Some Possible Solutions (2016). Su obra ha sido merecedora de numerosas distinciones. (Fuente: Siruela).

Editorial: Siruela:
Idioma: inglés.
Traductor: Daniel de la Rubia.
Sinopsis: Si las perspectivas laborales no hubieran sido tan sombrías durante ese húmedo verano, es probable que Josephine no hubiera aceptado el puesto de administrativa en un edificio sin ventanas situado en la periferia. Su tarea consiste, exclusivamente, en introducir interminables series numéricas en la enigmática Base de Datos. Pero a medida que pasan los días y los inescrutables impresos llenos de cifras se van acumulando, Josephine empieza a sentirse cada vez más amenazada por el inquietante entorno: el zumbido de la ventilación, el color rosáceo de las paredes, el eco en los largos pasillos... Cuando su marido desaparece de improviso y la verdad sobre la naturaleza de su empleo comienza a perfilarse, su creciente malestar se transforma, ahora sí, en absoluto temor. (Fuente: Siruela).
Su lectura me ha parecido: extraña, misteriosa, con un arranque inolvidable, claustrofóbica, desconcertante, mejor no preguntar por su desenlace..."No es difícil acostumbrarse a todo, particularmente cuando se ve a los demás hacer lo mismo." Así se expresaba León Tolstoi en su famosísima y siempre reivindicada Anna Karenina. Y es que de un tiempo a esta parte, el ser humano ha sido consciente del poder alienador que las altas esferas ejercen sobre todas los aspectos, hasta del detalle más mínimo de nuestra cotidianeidad, pero también, de lo difícil que resulta desprenderse de él sin llevarse por delante gran parte de lo que, con esfuerzo, hemos conseguido construir. Algo que, con la gigantesca influencia de las nuevas tecnologías (en especial las que consiguen deprimirnos o activar nuestra euforia con tan sólo un "like"), es un esfuerzo cada vez más titánico. De ahí, en parte, la resignación, el "tragar con todo", la impotencia, el acostumbrarse a que las cosas son así y punto. Retomando las sabias palabras del escritor ruso, diremos que, a fin de cuentas, como el resto hace lo mismo, ¿yo por qué voy a ser menos? No vaya a ser que me meta en un problema y vea mi proyecto de vida truncado. Además, todo es aceptarlo y que el tiempo siga corriendo, rápido, veloz, sin sobresaltos, sin que se detenga con un golpe seco.  Esa filosofía del conformismo (esa palabra que en ocasiones tanto odio), explica gran parte de nuestros errores como sociedad, además de fomentar un pensamiento poco proclive a formular cualquier crítica. Sin embargo, cuando aplicamos esta misma filosofía al mundo del trabajo, entonces ésta saca sus fauces a relucir y las pasea para que todas y todos vean lo que les puede suceder si no cumplen con la política de la empresa. Y lo peor de todo es que, como dependemos de un salario a final de mes, acatamos todo lo que los echen con tal de aferrarnos a un empleo que, por muy horrible o mal pagado que esté, al fin y al cabo es trabajo. La precariedad, así como ese conformismo mal llevado, son los motivos que obligan a Josephine, protagonista de la novela que hoy reseñamos, a aceptar un puesto en el lugar menos inspirador y cerrado (literalmente) de cuantos la imaginación haya podido imaginar. La hermosa burócrata: una particular e indescriptible distopía sobre las consecuencias de la alienación.
   La historia de como La hermosa burócrata acabó en mis manos es bien sencilla y en línea con esa tradición literaria a la que, como lectora y fan absoluta, me he aferrado. Las distopías (subgénero dentro de la ciencia ficción) siempre me han entusiasmado, flipado y volado la cabeza con sus visiones de esos mundos futuros devastados y sujetos a regímenes totalitarios en los que nadie desearía vivir. Desde aquella primera y memorable lectura de 1984 de George Orwell, así como las posteriores de Un mundo feliz de Aldoux Huxley y Farenheit 451, no pude evitar caer rendida a sus pies. Me dieron tanto miedo su imaginación, me provocaron tantas reflexiones, en definitiva, me causaron tanta impresión que decidí, entre los años 2014 y 2015 poner punto y final a la carrera de Historia con un Trabajo Final de Grado relacionando dichas lecturas, entre otras, con su contexto, con la época en la que se habían escrito, que casualmente coincidía con el auge de los mayores regímenes totalitaristas de los que la humanidad ha sido testigo. ¿Serían una crítica a dichos sistemas políticos? ¿Y de estar en lo cierto, a cual lanzan sus puntiagudos dardos? ¿O más bien estamos no ante una feroz crítica, sino ante una descripción de algunos de ellos, ante su inspiración llevada a su máximo extremo? Todas esas preguntas, a las que más o menos conseguí encontrar respuesta, rondaban en mi cabeza cada vez que me adentraba, con gran entusiasmo, en el interior de una nueva distopía.
   Desde entonces, desde que descubrí a los que todo el mundo conoce como "padres" de la distopía del siglo XX, han sido muchas las que, con mayor o menor fortuna, han pasado por mis manos y por mis ojos. Sin embargo, cuando conseguí, tras años de espera y mucha paciencia (ya que por aquel entonces el libro estaba inexplicablemente descatalogado) meterme de lleno en la lectura de El cuento de la Criada, algo cambió en mi interior. Estaba leyendo una distopía, tenía muchas cosas en común con las escritas por los grandes del subgénero, sin embargo, el punto de vista era totalmente diferente. Aquella fue la primera vez que leí una distopía protagonizada por una mujer y narrada desde su punto de vista. Lejos de quedarse ahí el asunto, El cuento de la Criada también mostraba al lector una distopía horrible, para todos, pero especialmente para las mujeres (no hace falta que me explaye en los detalles ya que muchas y muchos habréis visto la serie, y si no la habéis visto, ya estáis tardando), las cuales son las principales víctimas de Gilead (Estados Unidos). Sin duda, la novela de Margaret Atwood marcó un antes y un después en mi incesante búsqueda de distopías literarias. Seguí leyendo a autores, pero mi interés hacia la mirada femenina aumentó considerablemente, sobre todo en los últimos años. De ahí que no me pudiera resistir a hacerme con un ejemplar de La hermosa burócrata. Una distopía que apuntaba maneras, cuya sinopsis había conseguido removerme por dentro y a la que se añadía una autora que, según la breve biografía de la solapa, estaba considerada como una de las mejores de su generación. Y sí, al principio fue bien, mejor que nunca. El problema llegó cuando, una vez me encaminaba a la recta final de su lectura, ésta acabó tornándose algo confusa.
   Si existiera un color para definir la lectura, así como la trama de la novela de Phillips, ese es el gris. Pero no en su versión marengo, tan sofisticada, sino en una gama más apagada y fría, como la rugosa pared de ese trozo de edificio mal derruido en medio de un descampado, como ese escalofrío que recorre nuestro cuerpo cuando colocamos un dedo sobre el cristal de la ventana en una tarde helada y lluviosa. Gris no significa simple, ni anodino, es la fusión del blanco y negro, el resultado de una simple mezcla que, si se aglutina, si se empasta, si se funde correctamente, puede deparar algo grandioso. Eso pensaba cuando me adentré en La hermosa burócrata, de hecho, esa sensación de estar ante algo verdaderamente potente y gris (muy gris) me mantuvo en vilo desde el mismo inicio de la novela. Tan memorable como estremecedor. Hacía tiempo que no leía algo tan seco, tan frío, tan directo y que al mismo tiempo me provocase infinidad de emociones.
   Su premisa, la de una mujer (Josephine Anne Newbury) que tras mucho tiempo en dique seco (es decir, en el paro), accede a un empleo de todo menos alentador, no puede ser más actual. Si lo miramos con los ojos de quienes llevamos años y años luchando entre la precariedad y el desempleo, es muy probable que muchas y muchos acabemos identificándonos con los problemas e impresiones de Josephine. Sin ir más lejos, el primer capítulo podría reflejar a la perfección ese grado de despersonalización (llevado por supuesto al extremo) al que últimamente se está encaminando el mundo laboral. Josephine entra a trabajar en un lugar sombrío, austero, sin ventanas. El lector desconoce por completo quien le entrevista, no sabe si es un hombre, una mujer o incluso un robot. Para Josephine, y por supuesto para el que acaba leyendo esta novela, siempre será "La Persona con Mal Aliento". Al no haber ventanas, no hay ventilación ni luz que entre desde el exterior, por tanto, la autora nos sumerge en un entorno altamente claustrofóbico con el fin de que nos creamos constreñidos entre techo y pared, entre silla y mesa, entre empleada y labor. Sabemos en qué consiste el nuevo trabajo de Josephine, el cual no puede ser más desalentador. Una tarea tan monótona como meter conceptos en una base de datos aburre a cualquiera, destruye, desquicia... Pero ella sigue ahí, porque la situación no es buena, porque necesita trabajar, porque tiene sueños, porque comparte su vida con alguien a quien ama.
   Sin embargo, el detonante surge cuando, de forma totalmente inesperada, su marido, el amor de su vida, desaparece sin dejar rastro. Es entonces cuando el lector se encamina a una narración basada en un supuesto (para nada novedoso en literatura pero claramente interesante en el caso de La hermosa burócrata). ¿Podrá Josephine seguir en ese trabajo tras el abandono de su pareja? ¿Podrá pasar por alto sus sospechas acerca de los elementos que constantemente introduce en la abominable máquina? ¿Mantendrá su actitud dócil y sumisa ante "La Persona con Mal Aliento"? A esas y a más preguntas pretende responder Phillips en esta novela. No obstante, y a pesar de ese brutal arranque y esa manida pero interesante propuesta (dentro de las distopías literarias todavía quedan muchos frentes abiertos), la trama parece enredarse, hasta el punto de meterse en un callejón sin salida, en un jardín del que es complicado salir indemne. Algo que, en prejuicio del lector, la autora arregla de una forma un tanto abrupta, creando la sensación en el lector de que acaba de asistir a un enredo mayor. Tan extraño, tan incongruente, tan "no lo he pillado pero seguro que tiene su significado". Y no lo dudo, pero en esta ocasión, la idea que tenía Phillips en la cabeza, que de seguro que era buena, no acaba de plasmarse perfectamente sobre el papel.
   A pesar de este ligero descalabro en cuanto a su final, en general me ha parecido una propuesta  muy interesante y digna de ser apreciada tanto por los lectores como por el mundo intelectual. Ya que no son pocas las reflexiones que su lectura plantea entorno a como, dentro del sistema capitalista, concebimos la acción de trabajar o el hecho de tener un trabajo. "Trabajo" en todas sus concepciones posibles. Pero también, y es ahí donde encuentro la mayor virtud de esta novela, en el hecho de que, a pesar de que desde la editorial nos la venden como una distopía, en realidad, el lector que se adentra en ella no percibe esa sensación. Es más, parece que esté hablando del momento actual, de la realidad más acuciante, de la vida de todas aquellas personas que, como ganado, se meten en los autobuses o el metro para dirigirse a sus respectivos empleos sin más motivación que la de la subsistencia económica. Sin importar cual de infelices son haciendo su trabajo o si éste resulta más esclavo de lo que aparenta. Tras leer La hermosa burócrata y recorrer junto a Josephine cada uno de los extractos de ese sistema en el que se ve imbuida, una no puede evitar preguntarse si estamos ante una fantasía novelada o ante nuestra propia rutina, ante nuestra propia hipocresía respecto al conformismo o simplemente ante el futuro, hasta donde estaríamos dispuestos a llegar si el capitalismo más salvaje acaba construyendo edificios sin ventanas, autómatas frente a ordenadores o máquinas cuyo último fin el trabajador desconoce por completo.  La hermosa burócrata: una historia de alienación, presión, jerarquía, expectativas, fracasos, inquietudes aplastadas, monotonía, locura, tecnología... ¿Trabajo al servicio de quién?Frases o párrafos favoritos:
"Experimentó un timorato instante de miedo cuando empujó la robusta puerta. Pero cuando ésta ser abrió, no saltó ninguna alarma y se encontró con una escalera donde reinaba el silencio. Los escalones de cemento se perdían hacia arriba y hacia abajo, son que fuera posible ver dónde terminaban."
Cortesía de Siruela