Reseña: La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joel Dicker. Sobrevalorado.

Por Cris Miguel @Cris_MiCa

Avalado por la crítica europea y promocionado como uno de los mejores libros del año, podían ocurrir dos cosas: una que fuera cierto y fuese un buen libro, dos que fuera una exageración para vender ejemplares. Para mí es lo segundo. No es una obra maestra. No es nada nuevo. Es un libro entretenido, adictivo, pero se queda muy lejos de ser una obra maestra. Mucho ruido y pocas nueces.
Que si el sucesor de Larsson, que si el thriller del año… Patrañas. Suspense, cliffhangers, sí. Pero con recursos narrativos burdos y poco elaborados, que rezuman practicidad y poco ingenio. Es obvio que con estas características no se puede hablar de obra maestra y no se debería del libro del año. Pero la publicidad hace milagros, sino que se lo digan a E.L. James.
Todo parece negativo. Lo es. El libro me ha gustado, pero tenía las expectativas demasiado altas. Si a eso le unes una cantidad considerable de previsibilidad y un final prácticamente fortuito que no está a la altura del resto del libro… Pues, eso. La frase “no es para tanto” podría pintarse en la portada en lugar del faldón atrayente y falso que le han puesto.
Realmente estoy enfadada, porque me siento idiota y engañada con este libro. Como si hubiesen insultado mi humilde inteligencia. En fin… El libro, para que el que no sepa de qué va, trata sobre un escritor, Goldman, que se ve en la necesidad de defender a su antiguo profesor, maestro y amigo, Harry Quebert, de una acusación de asesinato de una chica de quince años que ocurrió en 1975.
A mí me vendieron otra cosa. El libro empieza en primera persona, desde el punto de vista del idiota del protagonista, Marcus Goldman, escritor (palabra que repite hasta la saciedad, como si necesitara suplir alguna carencia el verdadero autor, Joel Dicker. Estos suizos…). Desde luego, el principio es lo mejor del libro. Cómo nos perfila los personajes, cómo se va enredando el asunto, cómo la fe en su amigo no se quiebra ni un segundo, cómo todos los personajes parecen tener motivos, cómo esa chica, Nola, no es lo que aparenta ser… Y me diréis, joder, pues eso es un thriller, y yo os diré: sí, eso sí. Hasta que llegamos al ecuador, aproximadamente, y el autor pierde consistencia y se convierte en un cruce entre Jessica Fletcher, en su casa de verano, y Richard Castle creyéndose gracioso, guapo y policía. ¡Un desastre!
Lo peor, sin duda, es que este libro está escrito en serio. No es un capitulo de Se ha escrito un crimen o de Castle, donde el sentido del humor, afortunadamente, tiene su apropiado protagonismo. No. Este señor intenta, poco a poco, dotar a sus páginas de una trascendencia que no consigue, intenta transmitir alma, y no lo consigue, intenta ser algo más que un best-seller de verano, y no lo consigue.
Hay tramos que parecen más sacados de un libro triste y malo de autoayuda para escritores mediocres. ¿Os he dicho ya cuánto odio que los personajes de los libros sean escritores o acérrimos lectores? Creedme, mucho.
Sin embargo, lo que más me ha decepcionado ha sido la calidad literaria. No estoy diciendo que esté mal escrito. Para nada. Simplemente utiliza recursos burdos para “su tierna edad de veintisiete años”, como dijo alguna por ahí.
Como ya he dicho el libro está en primera persona, complementado con flashbacks de 1975. Hasta ahí, bueno. Hubiese tenido mayor dificultad si mantuviera la primera persona y sólo se sirviera de las declaraciones para contar todo al lector, y mantener así que la información que recibe el protagonista la reciba a la vez el lector. Pero para qué complicarse si puede hacer un batiburrillo de tiempos verbales, tiempos reales de la novela y personas. Te puedes encontrar con lo que dice Marcus en primera persona, te encuentras también, de repente, y sólo señalado por un espacio, que estás en la cabeza de un personaje secundario (en tercera persona, sí, pero desde su punto de vista). Luego pasas a 1975, donde te cuentan la historia paralela. A veces, al tiempo que lo descubre el protagonista y otras veces mucho antes que Marcus.
En fin… el autor tenía cosas que contar y no se ha molestado en trabajar para contarlas. Las ha ido poniendo según las necesitaba, según quería complementar tal o cual información de un personaje o de una situación, a su antojo y sin ningún orden ni concierto. ¡Otro desastre! Y más grande que el anterior, porque demuestra así la baja calidad del libro.
La trama es adictiva. Si no tiene eso… Aunque los personajes secundarios, para tener todos motivos, son bastante planos y previsibles. No digo que me viera venir al final quién mató a la chica. Pero, oigan, que fue fortuito. Esto tampoco es meritorio. No formaba parte de una trama trabajada y elaborada con motivos, causas y efectos. Puede ser spoiler, lo siento, pero no fue premeditado. Veo necesario decirlo para que no os esperéis que el caso en sí mismo tenga unas respuestas a la altura de sus seiscientas páginas. No las tiene.
Las respuestas que nos da el autor, sin embargo, nos las podíamos oler. No en su totalidad, pero casi. Hay grandes revelaciones que a lo mejor os pillan por sorpresa. A mí ninguna de ellas me ha dejado ojiplática. Algunas sirven para cerrar círculos y subtramas decentemente, otras se les intenta dar demasiada trascendentalidad. Demasiada. Lo que hace que te importe un pepino.
No he empatizado nada con los personajes. Ni con Goldman, ni con Quebert. Son coherentes, pero insoportables, sobre todo el primero. Además no he terminado de creerme por completo ningún tipo de relación que crea entre los personajes. Por ejemplo, al principio me hacía gracia que la madre de Goldman fuera tan exagerada y pensé "todas las madres son iguales", pero luego con cada conversación en la que intervenía me pareció poco natural y poco creíble.
Como la conversación que mantiene con Gahalowood, el sargento, un hombre huraño pero competente, que desde el principio le cae mal el escritor. Pues luego crea una relación de colegueo que ni Beckett en Castle. De repente, el sargento le cuenta todo sin ningún reparo, y le convierte en su compañero, hasta tal punto de ser capaz de soltarle él, un hombre de pocas palabras, un discurso motivador sobre lo que supone ser escritor para la sociedad para que no abandone. Simplemente me parece poco coherente con el personaje.
Con el punto de inflexión del libro, lo notaréis. Antes del desenlace. Sabía que no me iba a gustar cómo iba a terminar todo. Se había dejado muchas cosas sin responder. Y una bastante importante, que es la base del desenlace. Lo intenta justificar como un descuido del protagonista, una pista que no ha investigado. Yo la tenía presente en mi cabeza… quizás la mencionó demasiado, si la hubiese nombrado menos, el lector, al igual que el estúpido de Marcus, no hubiese reparado en ella. Quizás hubiese sido más sorprendente sin tantos indicios. O quizás no es más que un simple bestseller con ínfulas para que lo entienda y lo compre todo el mundo.
En definitiva, el libro está bien (guiño, guiño). Simplemente la imagen que nos ha vendido Alfaguara es errónea. Si me hubiesen dicho “un thriller adictivo”, vale. Es lo que es. Pero si me dicen “una obra maestra”, “el sucesor de Larsson”, “una prosa madura y adulta para sus veintisiete años”… Pues me siento estafada. Lo mejor de Suiza siguen siendo los relojes, ¿no?

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