Título: Llega la negra crecida.
Autora: Margaret Drabble (Shef-field, Yorkshire, 1933) hermana de la novelista A. S. Byatt y de la historiadora Helen Langdon. Fue la segunda hija del abogado y novelista John F. Drabble y de la maestra Kathleen Marie. Después de asistir al internado Mount School, en York, obtuvo una beca para estudiar letras en el Newham College, en Cambridge. Sus primeros intereses personales la llevaron al campo de la actuación, y en 1960 se unió a la Royal Shakespeare Company, donde llegó a estar bajo la tutela de Vanessa Redgrave. Poco después abandonó la compañía para dedicarse de lleno a la literatura. A Sumer Big Cage, publicada en 1963, narra la historia de las tensas relaciones entre dos hermanas. En 1965, le otorgaron el John Llewellyn Rhys Prize y empezó a recibir el reconocimiento de público y crítica que ya no la abandonaría jamás. Entre 1980 y 1982 presidió la National Book League. La Universidad de Cambridge la distinguió en 2006 con un doctorado honoris causa y en 2008 fue ascendida a Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico. Drabble ha publicado diecisiete novelas. Entre otras, Jerusalem the Golden, en 1967, con la que ganó el James Tait Black Memorial Prize. Aunque es reconocida fundamentalmente por su narrativa, Drabble también ha escrito guiones, obras de teatro y cuentos, así como obras de no ficción como A Writer´s Britain: Landscape and Literature y las biografías de Arnold Bennett y Angus Wilson. Sus trabajos de crítica literaria incluyen análisis de las obras de William Wordsworth y Thomas Hardy. Así mismo, se ha encargado de la edición de dos versiones de The Oxford Companion to English Literature. En 1982 se casó con el escritor y biógrafo Michael Holroyd. En la actualidad reside en Londres.
Idioma: inglés.
Traductor: Regina López Muñoz.
Sinopsis: "La vejez es un tema de heroísmo. Requiere mucho valor", dice Francesca Stubbs, la protagonista de esta novela. Fran pasa de los setenta, aunque goza de saludo y autonomía, y a pesar de que hace tiempo que debería estar jubilada, trabaja gustosa para una institución benéfica que ofrece asistencia a ancianos que deben afrontar toda clase de penurias. Las personas que la rodean - su amiga Josephine, su ex marido Claude...- se ven abocadas a luchar por salvaguardar la dignidad en el último tramo de su existencia, una existencia que, más que disfrutarse, se sobrelleva en un carrusel de achaques y limitaciones de todo tipo. Así las cosas, Fran será una suerte de Virgilio - un Virgilio cercano, enamorado de los pequeños placeres de la vida - que guiará al lector por los infiernos, a menudo convertidos en tabú, de la vejez.
Su lectura me ha parecido: lenta, sobrecogedora, algo pesada, reflexiva hasta decir basta, con unos personajes con los que no he conseguido conectar del todo, recomendable, absolutamente necesaria a pesar de todo...Queridas lectoras y lectores, todos nos morimos. ¿Qué obviedad verdad? ¿Qué rotundidad? ¿Cuánta negatividad? Pues en parte si, pero la verdad, no me importa decirlo en voz alta o escribirlo en mayúsculas si hace falta. Porque esa es la única certeza, nadie es inmortal (al menos de momento) y tarde o temprano dejaremos de existir en este planeta. Sin embargo, cuando hablas de la muerte ocurre algo muy extraño, el silencio irrumpe con fuerza a la vez de que ese ambiente distendido se contrae de una forma un tanto inquietante. De pronto, uno de los participantes en la conversación te aconseja, siempre desde la amabilidad, que es mejor cambiar de tema. El de más allá, suele ser siempre el más extrovertido, te espeta que un "no seas agorera/o" o un "la vida está para disfrutarla y no para hablar de eso". Incluso está quien se cree que tienes un problema por el simple hecho de haber mentado algo relacionado con el tema. Está claro, nos cuesta hablar sobre la muerte. Normalmente esa incapacidad se asocia con el miedo, el temor al momento en el que nosotros y todo lo que nos rodea se convierta en polvo. Pero, ¿y si es por otro motivo? ¿y si existe un origen cultural para explicarlo? ¿y si nos paramos a pensar en ese tramo previo, ese del que nadie habla y al que nadie quiere llegar? ¿y si esa etapa de la vida a la que todos algún día llegaremos es el verdadero tabú? De todo esto, es decir, de hacerse mayor, de tener más de setenta años y todo lo que eso conlleva, habla Margaret Drabble en Llega la negra crecida: un tratado literario sobre la vejez en todas sus dimensiones.
La historia de como Llega la negra crecida llegó a mis manos comienza con el descubrimiento literario de su autora, de Margaret Drabble. Escuché hablar por primera vez de esta escritora inglesa gracias a un volumen de relatos titulado Un día en la vida de una mujer sonriente, editado el año pasado por Impedimenta. Un volumen compuesto por trece cuentos que estaba, literalmente, en todas partes: librerías, bibliotecas públicas, Twitter, Facebook, Instagram, publicaciones en papel, periódicos digitales, en reseñas, artículos de opinión, dentro de las recomendaciones espontáneas de famosos...No había lugar en el que no estuviese ese libro. Y como fue normal, una servidora no pudo evitar hacerse con él, motivada, además de por esa insistencia mediática, también por ese repentino interés que el año pasado experimenté respecto al cuento en todas sus dimensiones. Un día en la vida de una mujer sonriente se convirtió en la lectura que dominó los primeros días de septiembre del pasado año, una lectura que me cautivó en gran medida (aunque no todos los relatos eran perfectos) y que me sirvió para descubrir a una autora para mi desconocida hasta ese momento. Desde entonces y hasta que Llega la negra crecida apareció en mi vida, era de las que buscaba las novelas y relatos de Margaret Drabble entre las estanterías de las principales librerías de mi ciudad. Pensaréis que estaba loca, y puede que a ojos de quienes no aman los libros lo parezca, pero, lectoras y lectores, ¿quién no ha sentido ese impulso inmediato de buscar otros textos de una autora o autor con el que habéis disfrutado mucho? La cosa siguió así durante un tiempo, aunque sinceramente, nunca adquirí ningún libro suyo, es lo que tiene ser joven en este contexto de crisis y falta de oportunidades laborales. Y continuó de la misma forma, pasaron los meses hasta que un día, sin previo aviso, La negra crecida apareció ante mis ojos. Era una de sus últimas novelas publicadas y lo cierto es que desde el minuto uno quise leerlo y que formase parte de mis lecturas acumuladas. Sin saber si quiera de que iba, conseguí hacerme con un ejemplar gracias a la editorial Sexto Piso. Reconozco que tardé un tiempo en leerlo, pues como los lectores somos así de volátiles, en ese momento habían otros libros en los primeros puestos de mi lista de eternos pendientes. Sin embargo, conseguí ponerme al fin con él a principios de este mes, todo ello, recordemos, sin haber leído de qué iba y solamente guiada por el nombre de su autora. ¿La moraleja de esta historia? leer siempre las sinopsis. ¿El resultado? Una lectura que, aunque no me haya enamorado del todo, si que ha conseguido plantearme preguntas, suscitar reflexión y rememorar a los que ya no están, en especial a mi abuelo materno.
Centrándonos en la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que Llega la negra crecida presenta una lectura algo densa y por consiguiente ligeramente pesada. De hecho, podríamos decir que Llega la negra crecida pertenece a un tipo de novela muy particular, esas que narran historias en las que no sucede nada trascendental, pero que por el contrario, poseen un poso de reflexión tremebundo. Con esto no pretendo disuadir a nadie de su lectura, ya que el que me haya parecido algo tediosa en cuanto a su narración, no es sinónimo de evitar este libro a toda costa. Eso si, una cosa os voy a decir, los que conozcáis de que trata esta novela os vais a llevar una grata sorpresa, pues, no encontraréis esas ideas preconcebidas acerca de la literatura que aborda temas relacionados con la tercera edad. Todos tenemos prejuicios, y en este caso tendemos a pensar que las historias en las que los protagonistas son gente mayor suelen ser tristes, grises, trágicas, auténticos dramones...En pocas palabras, que consiguen deprimir a cualquiera. Sin embargo, en esta novela, Drabble consigue que el lector asista pasmado a su lectura. El puñetazo en el estómago es inmediato, no lo voy a negar, pero hay una desmitificación magistral de muchos tópicos asociados a la vejez, el paso del tiempo, su día a día y su estatus en la sociedad actual. Nada más abrir el libro nos topamos con Francesca Stubbs, más conocida por todos como Fran, la protagonista absoluta de esta novela. Un personaje complejísimo en su construcción y en el que debemos detenernos unos instantes para comprender el carácter de este libro. Fran tiene más de setenta años, vive sola y trabaja en una entidad benéfica ayudando precisamente a ancianos en situación de vulnerabilidad. Su labor diaria es la de encargarse de inspeccionar viviendas sociales para mejorar las condiciones de alojamiento y vida de las personas que residen en ellas. Una rutina que le reportará tristeza, sufrimiento, pero también amistad y la construcción de todo un sistema de solidaridad al rededor del bienestar de quienes acuden a la asociación. En esta novela, todos los personajes se ayudan entre ellos o a otras personas, en un acuerdo de intercambio de favores. Creando de este modo todo un entramado de buenas acciones mientras todos esperan a que su existencia sea interrumpida de un momento a otro. Porque sí, como es normal, el tema de la muerte está presente, pero no de una forma melodramática, sino con crudeza, proveniente sin duda de las mejores novelas psicológicas. Además del fin de la vida, son otros los temas que envuelven a Llega la negra crecida, tales como la enfermedad, la dependencia, la emigración, los refugiados o la sociedad del espectáculo entre otros. Todos ellos abordados por un lado desde la visivilización y por otro desde la crítica pura y dura. A pesar del tono crudo de la novela, Drabble encuentra, como buena inglesa, espacio para el humor. Pero no un humor desternillante, sino de una clase muy específica, para nada irónico, sino simple, sutil, como si surgiese de manera espontánea en relación a una conversación o situación que viven los personajes. Esa naturalidad le aporta a la novela un toque de realismo, más allá de la situación que la autora plantea y las acciones de sus protagonistas. Los vuelve humanos y entrañables de alguna manera. Por último, destacar la original forma que tiene Margaret Drablle a la hora de presentar los escenarios, pero sobre todo, a sus personajes. Resaltando primero sus aspectos psicológicos más importantes para después permitirle caminar, hablar o realizar cualquier tipo de acción, posponiendo la mención de su nombre. En resumidas cuentas, personaje antes que identidad.
La vejez es un tabú. Estamos en pleno siglo XXI y todavía lo es, a pesar de que desde los medios de comunicación o la publicidad reivindiquen todo lo contrario. Me parece estupendo que se hable de la vejez en los telediarios o en los anuncios de televisión, sin embargo, el reivindicar las canas o el incluir a más personas mayores promocionando productos a través del entorno audiovisual no ha conseguido que ésta deje de ser uno de esos temas del que preferimos no hablar. No nos gusta cumplir años, ni descubrirnos nuestra primera arruga en el rostro, ni mirarnos al espejo y observar como nuestro cabello ya no es como cuando teníamos veinte años, ni darnos cuenta de que nuestro cuerpo ha cambiado o que nuestra saludo va poco a poco cuesta abajo. ¿Por qué sucede esto? Muy simple, porque existe un culto casi divino hacia la juventud. Lo vemos en las series, las películas, los periódicos, los medios digitales, en las campañas publicitarias, en los telediarios, en el deporte, en el arte, en la literatura, en la política...Muchos son los rostros jóvenes que pueblan todos estos ámbitos, unos porque han accedido a ellos por sus propios méritos y otros, en la mayoría de los casos, no tenemos más remedio que observarlos en nuestro día a día. Desde que, por ejemplo, cogemos el autobús, hasta que desembarcamos en el centro, un lugar plagado de carteles y anuncios en los que, mujeres en su práctica totalidad, lucen un perfecto cutis y una silueta realmente envidiable. Sin embargo, en este mundo en el que se rinde cada vez más culto a la imagen, en cuanto tratas de acceder a una oferta de empleo, la juventud es un problema, pues se asocia inmediatamente con inexperiencia. Una paradoja que también se da en la gente mayor, ya entrada en la vejez, pues demás de considerarse socialmente a estas personas como baluartes de la experiencia, cosa bastante obvia, su edad también es motivo de discriminación y de prejuicios. Si eres joven y tu edad te supone un problema, cosa que a mi juicio me parece inexplicable, lo afrontas lo mejor que puedes, teniendo siempre la certeza de que aún te quedan muchos años por delante para poder alcanzar tus metas profesionales y personales. Sin embargo, cuando se llega a una determinada edad, a los setenta y muchos de la protagonista de esta novela por ejemplo, la sensación es que se acaba el tiempo, que lo mejor ya pasó y que ahora queda resignarse y venirlas venir. Afortunadamente no me encuentro en ese rango de edad y tal vez por ello me haya costado empatizar más con los personajes de esta novela. Sin embargo, leyéndola, he podido ser consciente de la volatilidad de la vida, así como las diferentes formas de abordar la vejez y el deterioro tanto físico como psicológico. Y también, para ser más exactos, como las personas mayores reaccionan ante esta situación, ante esa certeza o excusa de no servir para nada, de vivir eternamente de los recuerdos, de encerrarse en si misma o mismo, en no atender a razones, en permanecer en silencio, un silencio como preludio de la negra crecida, metáfora de la muerte ideada por D. H. Larwence y que Margaret Drabble retoma para hacernos reflexionar. Llega la negra crecida: una historia de solidaridad, compañerismo, vejez, recuerdos, amistad, ayuda, enfermedad, pérdida, tenacidad...Una resignación o una huida hacia adelante para escapar de las garras de la muerte.
Frases o párrafos favoritos:
"No puede evitar vivir la vida como un viaje."
"Fran ya es demasiado vieja para morir joven"
Película/Canción: como no podía ser de otra manera, y a falta de una adaptación cinematográfica, os adjunto la pieza de BSO más conocida de una de las películas sobre la tercera edad más famosas de la historia. ¿Nos damos una vuelta Miss Daisy?
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Sexto Piso