RESEÑA: Los años rotos.

Publicado el 28 octubre 2019 por Jimenada
LOS AÑOS ROTOS
Título: Los años rotos.
Autora: Dacia Maraini (1936) es una de las grandes voces femeninas de la literatura italiana contemporánea. Nacida en Fiesole (Florencia), se trasladó con toda su familia y tan solo dos años de edad a Japón, donde, tras la alianza del país nipón con las fuerzas de Mussolini, vivió la experiencia del campo de concentración.Una vez regresada a Italia, se estableció antes en Sicilia y luego en Roma, donde ligó muy pronto su vida a la literatura y comenzó a publicar sus primeras novelas y obras teatrales. Los años rotos (1963), Isolina (1980), La larga vida de Marianna Ucrìa (1990) y El tren de la última noche (2008) son algunas de sus novelas más importantes. Ganadora de los premios Campiello (1990) y Strega (1999), muchas de sus obras se consideran fundamentales en la historia del feminismo italiano y europeo, y han sido adaptadas al cine y traducidas a numerosas lenguas. (Fuente: Editorial).

Editorial: Altamarea.
Idioma: italiano.
Traductora: Raquel Olcoz.
Sinopsis: Enrica tiene diecisiete años y sobrevive pasivamente en una cotidianidad mediocre y asfixiante. En su casa, como ajenos a su presencia, coexisten un padre abstraído en la construcción de invendibles jaulas para pájaros y una madre desengañada que se consume en una rutina anodina y frustrante. Sumida en esta condición de crónico desamparo, Enrica se ve obligada a hacer frente sola a los cambios de una existencia desconcertante sin más armas que su desidia. Indolente y resignada, se deja arrastrar por la inercia de la vida y deambula a tientas entre el amor y el sexo buscando en ellos un refugio y una forma de definirse. En este paisaje de desoladora aridez emocional, que se refleja en la sórdida atmósfera de la periferia proletaria de la Roma de principios de los años sesenta, se lleva a cabo la educación sentimental de una adolescente aturdida por una descarga continua de sensaciones sin sentimientos que lucha instintivamente para encontrar su propia identidad de mujer. Un bellísimo retrato que destaca por la fuerza narrativa y la inmediata sencillez realista que acomuna a los mejores personajes femeninos creados por Dacia Maraini.(Fuente: Editorial).
Su lectura me ha parecido:
   Directa, cruda, plagada de brillantes diálogos, sin medias tintas, envolvente, adictiva, un retrato de su tiempo, una reflexión tras otra... Cuando leí La amiga estupenda de la ya no tan enigmática Elena Ferrante - primera entrega de la saga Dos amigas - me quedé con la sensación de que estaba ante un libro que, lejos de parecerse al típico best seller escrito la autora o autor italiano de turno, trata de homenajear, en todos sus aspectos, a una de las tradiciones más fascinantes dentro de la literatura italiana: la de la novela intimista de la postguerra y los años sesenta escrita por autoras patrias. En ella, sus protagonistas - Elena y Lila - sobreviven desde bien pequeñas a la brutalidad cotidiana de un barrio a las afueras del Nápoles de mediados de siglo. Un barrio en el que todos se conocen, en el que el escrutinio social está a la orden del día, en donde el machismo más salvaje hace acto de presencia día sí día también, en donde existe una férrea jerarquía imposible de quebrantar, donde unas normas no escritas rigen las vidas de sus habitantes y lo más importante, un lugar del que es complicado escapar, y menos siendo mujer. De esta época, de la Italia de los 60, se me vienen dos fotogramas bien definidos a la mente. La primera, la de Anita Ekberg dándose un sensual baño en la Fontana de Trevi mientras un embobado Marcello Mastroianni no deja de observarla embelesado en La Dolce Vita de Federico Fellini Y la segunda - una de mis favoritas - la de Audrey Hepburn y Gregory Peck dando un divertido paseo en Vespa de la mano del director William Wyler y su Vacaciones en Roma. Evidentemente se trata de dos hitos con mayúsculas del cine clásico, sin embargo, muchas y muchos tenemos en la cabeza esa imagen. La del esplendor de Cinecittà, la del glamour y el lujo de sus villas, la de Sofía Loren,  la de los helados en la escalinata de la Plaza de España... En definitiva, la de esa Roma henchida y más bella que nunca cuando la realidad era otra, más próxima al Nápoles que Elena Ferrante describió, porque en Roma también había extrarradio, fábricas, pequeños negocios familiares, miseria humana y sentimiento de comunidad. Un mundo que dista de lo que los integrantes de la gran edad de oro del cine italiano - en algunos casos - quisieron mostrar. En Ferrante, como no, hay mucho de Elsa Morante, de mi admirada Natalia Ginzburg y estoy convencida de que Dacia Maraini, autora del libro que hoy tengo el placer de reseñar, también fue una de las principales influencias. Los años rotos: hombres y mujeres, mujeres y hombres; y ambos desnudos frente al espejo.

   Sin duda, Los años rotos ha sido una de las sorpresas de este año tanto a nivel literario como personal. Desde el plano más íntimo, he de confesaros que lo he devorado, que duró días en mis manos y que por si fuera poco, la historia, valga la redundancia, casi me devora también. Me tuvo tan obsesionada durante aquel breve espacio de tiempo que desde entonces he ido informándome de los libros que se habían traducido de Dacia Maraini al castellano, con la mala suerte de toparme con el temor que toda y todo lector siente en algún momento de su vida. Ese en el que descubres que la obra de esa o ese autor que acabas de descubrir y que te ha acabado apasionando hasta límites insospechados, o bien no está traducida o bien, simplemente, hace mucho que una editorial no se pone las pilas en una posible reedición. Este último, por desgracia, fue el caso de Dacia Maraini. Sin embargo, y a juzgar por la buena acogida que está teniendo la joven editorial Altamarea - especializada en traducir y sacar a la luz todas esas pequeñas y grandes joyas de la literatura italiana contemporánea - es probable que los fans, los existentes y los nuevos, en los próximos años tengamos libros de Maraini para rato. Desde el plano puramente literario, deciros que Los años rotos es a grandes rasgos una novela de iniciación con protagonista femenina, muy en la línea por ejemplo de Nada de Carmen Laforet. De hecho, hay muchos elementos que entroncan esta novela de tradición italiana con la con este clásico de la postguerra española, aunque sin duda el más importante es el trato y la forma con la que ambas autoras se aproximan a los problemas y dilemas de su protagonista. Si en Nada es Andrea, en Los años rotos es Enrica y su mirada, y sus decisiones, y su visión del entorno que le ha tocado vivir. El lector se encuentra en un barrio obrero de la periferia de la Roma de los años 60 en donde Enrica, de origen humilde, se mueve entre sus clases de mecanografía - un oficio al que sí puede aspirar debido a su baja extracción social - la realidad de un entorno familiar desalentador y el descubrimiento de su propia identidad a través de experiencias sexuales no del todo satisfactorias y el contexto que acompaña a esta historia. La narración de Enrica entra con dureza, sin sentimentalismo alguno y directa a lo que se nos está describiendo. Especialmente impactante es su inicio, el momento en el que se nos presenta a Enrica y a su amigo en el enésimo encuentro sexual que tienen. Todo normal hasta que descubrimos que él tiene novia y el trato servilista de dicha relación plagada de ordenes y exigencias por parte de él. En tan sólo un capitulo, Maraini ya nos ha dejado helados y con la sensación de que ya nada puede ir a mejor.
   A continuación descubrimos como, al volver al hogar, Enrica se encuentra con un padre dedicado a construir jaulas - sin duda la gran metáfora de la novela - más que por trabajo como vía de escape y de desatención de las tareas domésticas y una madre arisca, prematuramente envejecida y a la que Enrica le es imposible asociar con otra cosa que no sea realizando tareas de la casa. La frustración de su madre, unido a la consciente despreocupación de su padre la sumen en una especie de desamparo y desilusión perpetua. No es de extrañar que Enrica aproveche cualquier circunstancia para salir a la calle, alejarse de sus padres y lanzarse en brazos de cualquiera que le prometa un refugio seguro y reconfortante - amigas, amantes, estudios -. Sin embargo, eso nunca es suficiente y acaba resignándose a que no puede aspirar a algo mejor. En su mundo, es difícil ascender socialmente, por lo que muchos encuentran el consuelo en empleos precarios, mal pagados y caracterizados por una irritante monotonía. Trabajos en los que por su puesto, en el caso de las mujeres, no se les enseñaba a creer en ellas mismas ni se les mostraba su valía. Uno de los mayores terrores de Enrica es acabar como su madre, el ejemplo perfecto de la otra cara de la moneda, la de esas mujeres que son engullidas por el patriarcado en el momento en el que se establecen en el hogar, dando por sentado que son ellas y sólo ellas las que deben ocuparse del hogar y de los ciudados. Ante esta situación, Enrica acabará luchando, a pesar de las adversidades, contra el sistema, las conveniencias sociales y el destino que le espera como mujer y proletaria. Los tiempos la acompañan, ya que los cambios hacia una sociedad más igualitaria y los ecos de la "nueva mujer" resuenan en prensa, en las conversaciones, en los libros... No obstante, Enrica tendrá la ardua tarea de definirse y buscar su propia identidad entre los dos modelos de mujer que siguen perviviendo: el de la mujer abnegada que renuncia a sus sueños para formar una familia (su madre) o el de la mujer de éxito pero eternamente condenada por haber antepuesto su independencia a todo lo demás (la señora Bardengo). Enrica, al igual que otras tantas heroínas de la literatura social, se siente en un primer momento desamparada, pero poco a poco será consciente de que los primeros pasos importan, que el conocerse a sí misma - en lo bueno y en lo malo - es una de las mejores formas de generar conciencia de género y que las jaulas, por muy claustrofóbicas que sean, hay que romperlas para a continuación alzar el vuelo en pos de la tan ansiada libertad.

   Pero si por algo destaca Los años rotos es por la impecable radiografía y el estudio de las identidades y modelos, tanto femeninos como masculinos, que aparecen a lo largo de sus 242 páginas. En cuanto a éstas primeras, la propia Maraini insiste mucho dejar muy claro al lector la idea del cuerpo femenino como ente cambiante a lo largo del tiempo y de las circunstancias. La adolescencia, el despertar sexual, los juegos del amor, el embarazo, el aborto, la maternidad, el cansancio, la enfermedad... Todo eso hace mella en el cuerpo de la mujer, concebido en esta novela no sólo una especie de mapa vital, también como un símbolo del malestar social y de los abusos que el propio patriarcado ha ejercido sobre él. No importa la edad, el dinero o el país en el que naces, ya que a todas y cada una de nosotras se nos inculca el pudor respecto al cuerpo, generando un tabú que deja, como consecuencia, sin las herramientas suficientes para que las mujeres puedan realizarse tanto en él ámbito profesional como el personal. Parece que la sociedad no es consciente de ello, pero cuando una mujer consiente relaciones sexuales en condiciones desiguales; cuando una mujer es explotada laboralmente, cuando una mujer deja de lado su plenitud física en pos de un embarazo, alumbramiento y correspondiente crianza; cuando una mujer se preocupa excesivamente por mantenerse eternamente joven; cuando una mujer decide abortar y lo hace a escondidas y sin que nadie lo sepa... En todas esas situaciones el cuerpo sufre, pero sistemáticamente es invisibilizado, ocultado, negado... En cuanto a ellos, regresando a la presente novela, son muchos los nombres que aparecen. Cesare, Carlo, Giulio, Francesco, el padre de Enrica... Todos ellos se mueven en unos parámetros claramente influenciados por la extracción social a la que pertenecen: el cabeza de familia que por culpa de una frustración personal y profesional no sabe canalizar la presión del hogar , la hipocresía del prometido pero con amantes, el "buen chico" que se convierte en bestia cuando no es correspondido sentimentalmente, la superficialidad de quien lo tiene todo y el misógino que esconde sus verdaderos secretos bajo la alfombra. No son más felices que las mujeres, pero para Maraini tienen ciertos privilegios, lo cual no es sinónimo de saberlos usar en el momento preciso o que no sufran algunas desigualdades entre ellos. También llevan el ritmo y compás de las relaciones - tanto profesionales como personales - y por supuesto dan por hecho ciertos aspectos supuestamente intrínsecos a su género - tales como llevar la iniciativa, hablar más alto, tener más autoridad... - . Y frente a ellos está Enrica que, a modo de espejo, los observa detenidamente, a cierta distancia y sin hacer ruido. Aprende de ellas, aprende de ellos. Es consciente de las cosas que los unen, las que los separan, las que agrietan más la brecha y las que por el contrario contribuyen a cicatrizar cualquier herida. A ellas las comprende, a ellos les marca los límites. Todo ello, como hemos dicho, frente al espejo, a cuyo reflejo deberían acostumbrarse tanto mujeres como hombres. Porque arreglarse frente a él está muy bien, es útil, pero lo es más el hecho de detenerse, clavar los ojos en el cristal y autoanalizarse. Tal vez entonces, los roles de género comenzarán a diluirse, a mezclarse con el agua, para acabar desapareciendo por el estrecho agujero de la pila.  
Los años rotos: una historia de superación, conciencia feminista, machismo, dominación, escapatoria, mujeres, hombres, diferencia de clases, desigualdad, cotidianeidad...Una novela que nos redescubre a una autora a la que nunca debimos perder la pista. Frases o párrafos favoritos:
“Mientras encendía el gas, apretó los labios resecos, como de vieja, y me pareció verme a mí misma en su lugar, con un hombre sentado en el sitio de papá y una cocina idéntica a esta, con los mismos olores y los mismos gestos. Me sentí consternada”.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Altamarea