Título: Los felices días del verano.
Autor: Fulco di Verdura (Palermo, 1898 – Londres, 1978), último duque de Verdura, creció en un entorno en el cual desarrolló una vívida imaginación, un salvaje sentido del humor y un gran amor por los animales. Impresionada con su trabajo como creador de joyas, Coco Chanel lo convirtió en diseñador jefe de joyas de su marca. En 1934, Di Verdura dejó Chanel para abrir un salón en la Quinta Avenida de Nueva York, visita indispensable para las estrellas del cine y el teatro del momento, así como para la alta sociedad norteamericana. En 1973, convertido en una celebridad, se retiró a Londres, donde continuó dibujando y pintando. (Fuente: Editorial).
Editorial: Errata Naturae.
Idioma: inglés. h
Traductora: Txaro Santoro.
Sinopsis: Fulco di Verdura es uno de esos elegantes escritores secretos, amado por unos escogidos lectores de todo el mundo, que primero se da a conocer en un mundo ajeno en apariencia a la literatura; en su caso, el de la moda (junto a la gran Coco Chanel). En este libro de memorias, que tiene muchos momentos a la altura de El Gatopardo, pero donde un gran sentido del humor (hasta la risa) baña el relato, Di Verdura describe su idílica infancia en la magnífica Villa Niscemi, centro para él de un mundo y un tiempo inolvidables: la aristocrática Palermo anterior a la Primera Guerra Mundial. En esos felices días sicilianos, las travesuras infantiles conviven con la primera ópera, la muerte de los ancestros queridos con los jardines espectaculares que dora el sol, las lecciones de sus institutrices inglesas con los helados memorables o las fiestas más sorprendentes…Todo ello perdura en el recuerdo del autor, de prodigiosa memoria, décadas después. En este maravilloso libro nos seduce con anécdotas de sus familiares, sus excéntricos vecinos o los animales con los que tanto disfrutaba junto a su hermana, al mismo tiempo que retrata el progresivo desarrollo de su sensibilidad. Pero esa prosa evocadora sabe narrar la «acción» como el mejor novelista, así que estas páginas no son sólo de la estirpe de Proust, sino que también nos hacen pensar en el Stendhal de las Crónicas italianas. (Fuente: Editorial)
Su lectura me ha parecido: ligera, curiosa, interesante, glamorosa, veraniega, con ecos de El Gatopardo, bien escrita, maravillosamente descriptiva, un sorprendente documento histórico... Ahora llueve a cantaros sobre los tejados y terrazas de mi ciudad. Llueve tanto que parece que las gotas agujerean el suelo y los truenos rompen los cristales. Hace días que no salgo de casa, y no es un encierro voluntario, ya que si por mi fuera saldría a pasear por las calles del barrio o habría una visita a alguna de las tiendas del centro. Menos mal que por el momento mi trabajo me permite poder resguardarme de la tormenta cuando ésta ruge sin piedad, otras personas, por desgracia, no tienen la misma suerte. Últimamente, y aunque el sonido del agua caer siempre me ha relajado, cuando acontecen días de oscuridad y humedad pienso en el mar, en la playa y en los aromas que desde la infancia pertenecen a mi memoria particular. Cuando era pequeña me bañaba, me embadurnaba y construía mil y un castillos en la orilla. Siendo una adolescente la empecé a aborrecer, el simple hecho de que mi piel mojada entrase en contacto con la arena me agobiaba. Supongo que me volví más perezosa entonces. Años más tarde volví a ella con fuerza, gracias en parte a las lecturas de temática estival que durante tantos meses había devorado. Comprendí entonces la innata conexión que nos ata a las personas que hemos nacido en la costa con esa azulada línea del horizonte y el microcosmos que rodea al concepto de "vacaciones en el mar" el cual, desde el punto de vista literario, ofrece infinitas posibilidades. Ahora, en medio del aguacero, me apetece escuchar su salada melodía y perderme en el infinito en lugar de observar, día sí y día también, edificios de hormigón. Es esas estoy mientas, a mi izquierda, reposa uno de los libros que han marcado mi verano playero y que, a riesgo de parecer enormemente inoportuno dada la climatología, me ha apetecido rescatar de mi librería y hablaros de él. La urgencia manda, a pesar del tiempo adverso, las bajas temperaturas o el cementerio de paraguas en el que se ha convertido la calle. Los felices días del verano: la infancia de Fulco di Verdura bañada por el sol y la decadencia de la aristocracia siciliana.
Para poder entender en su conjunto el libro que hoy tengo el placer de reseñar, es importante conocer, aunque sea muy brevemente, algunas pinceladas de la biografía de su autor. Fulco di Verdura nació el 20 de marzo de 1898 en la ciudad de Palermo (Sicilia). Descendiente de aristócratas - los Verdura y los Murata de la Cerda - Fulco se crió en un ambiente privilegiado en el que los juegos en el jardín y las fiestas de alta alcurnia con otros ilustres nobles eran parte de la cotidianeidad de su rango social. Fulco heredó el título de duque al fallecer su padre. Dicha distinción le proporcionó libertad, pero económicamente en la Italia de los años 20 su situación no estaba tan boyante, por lo que se buscó un empleo que se ajustase a su posición y que le proporcionase los ingresos suficientes para llevar la vida de lujos a la que estaba acostumbrado desde niño. De este modo - y tras hacer contactos en exclusivas fiestas - fue como acabó trabajando para la mismísima Coco Chanel en el diseño de las joyas de la futura marca. Esta unión empresarial duró unos largos ocho años, los cuales aprovechó para ensanchar su red de clientes en el otro lado del atlántico, llegando a considerarse como el joyero preferido de las celebrities hollywoodienses del momento. Sus motivos de inspiración floral y su profesionalidad al frente de su propia empresa lo llevaron a colaborar con pintores como Salvador Dalí y con empresarios como Vincent Astor, por lo que se podría decir que Fulco di Verdura supo moverse con bastante soltura entre la élite intelectual y burguesía en tiempos de colapso y retrocesos políticos. Así mismo, y como curiosidad significativa, mencionar que él fue primo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa autor de El Gatopardo, una de las obras cumbre de la literatura italiana del siglo XX. Dicho esto, y siguiendo con lo último que he comentado, podemos asegurar que existe una conexión más allá de los lazos familiares y de clase social entre Verdura y Lampedusa; sino que en el plano literario tanto El Gatopardo como Los felices días del verano hablan prácticamente de lo mismo. Ambos están escritos desde épocas distintas pero no tan alejadas en el tiempo - el primero en 1958 y el segundo en 1976 -. Los dos se mueven en los ambientes círculos aristocráticos, y aunque existen diferencias de estilo y tono, la cronología en la que se ambientan los textos casi se solapa - la historia de El Gatopardo transcurre entre 1860 y 1919 haciendo especial hincapié en la unificación italiana, mientras que la de Los felices días del verano se acopla a la Italia anterior a la Primera Guerra Mundial -. Y por si fuera poco, los dos escritores no esconden su nostalgia hacia aquellos años, por motivos bien distintos, pero ahí está, latente en cada página. Si la de Lampedusa es de carácter político-social, la de Verdura es más mundana, menos profunda, más terrenal en comparación con la de su ilustre primo. ¿Y cuál es la gran diferencia entre un libro y otro? Que mientras El Gatopardo aborda la decadencia de la nobleza siciliana desde un punto de vista más público, Los felices días del verano se adentra en lo privado, en la cotidianeidad, en lo a priori superfluo y carente de interés para narrarnos los cambios en las élites italianas.
Lejos de encontrarnos ante un texto carente de personalidad, en Los felices días del verano Fulco di verdura nos introduce desde una perspectiva muy privilegiada - en ambos sentidos de la palabra - y desde la madurez adulta en el retrato de su infancia, y lo más importante, de lo que para él significó ser niño en ese contexto histórico. Fuente inagotable de novelas, ensayos, poesías y obras teatrales, la niñez jamás dejará de regalarnos impresionantes textos, algunos de ellos hoy clásicos de la literatura universal. Así como proporcionar al lector infinidad de aproximaciones desde perspectivas y géneros totalmente opuestos entre sí. En el caso del libro de Verdura, éste nos plantea una estructura clásica dentro del terreno testimonial con, evidentemente, recursos novelescos que contribuyen a hacer de su lectura más atractiva. Como ya podemos intuir, y a pesar de encontrarnos ante un documento histórico de gran valor, Fulco se agarra esa máxima tantas veces escuchada y leída en este tipo de textos de "quizás no ocurrió de este modo, pero así me lo contaron, o así me gusta recordarlo". ¿Esto qué quiere decir? Pues simplemente que el autor hace un pacto no escrito con el lector que, al igual que sucede en la autoficción, en el que se admite las trampas de la memoria y las subjetividades a las que ésta puede conducir. El propio Verdura es honesto al reconocer tal realidad y al asegurar que en ocasiones lo verídico puede confundirse entre algunas licencias que éste usa para hacer más atractivo el libro. De este modo, los lectores, los cuales siempre tienen la última palabra, tienen la libertad de asimilar que es cierto y que es completamente falso; encendiendo la chispa que hace tan atractivas estas peculiares memorias. El texto arranca con un recuerdo, con el de la imponente Villa Niscemi - situada en la populosa ciudad de Palermo - en donde pasa toda su infancia, para después enlazarlo con sendas e interesantes descripciones del paisaje y sus gentes. A través de su divertida y curiosa mirada de niño, Fulco nos guía por cada una de las espectaculares estancias de la mansión, detallando las principales características arquitectónicas y los diversos animales que en ella habitan. A continuación, y sin olvidarnos del despampanante y árido jardín - sin duda las escenas más hermosas del libro - nos describe los habitantes (humanos). Empezando por su hermana mayor, su temperamental abuela, algunos parientes lejanos, el personal del servicio, las niñeras inglesas y por supuesto algunos de sus más ilustres antepasados. Cada personaje y anécdota que Fulco plasma sobre el papel funcionan como fotos de la vida en aquel lugar, y por extensión, el día a día de la alta sociedad. No debemos de pasar por alto que Verdura era - así, sin medias tintas - un niño "pijo" de su época, y por tanto, es muy probable que muchos de sus comentarios nos resulten hipócritas y superfluos. Pero os diré una cosa, en cualquier aproximación histórica hay que leer de todo y a todos, tanto a los que tuvieron una vida muy dura como a los que la tienen solucionada desde la mismísima cuna. Así podremos conseguir una visión más amplia del periodo, en este caso en concreto, de la Italia anterior a la Primera Guerra Mundial.
Una de las cuestiones que más me ha llamado la atención del libro, además de su cosmopolitismo en las expresiones tanto en francés e italiano que nos topamos a lo largo de su lectura (no debemos olvidar que el presente texto está escrito originariamente en inglés a pesar del origen siciliano del autor), ha sido por supuesto el momento en el que Fulco di Verdura descubre la crueldad infantil. Él mismo se reconoce como un niño caprichoso, un alumno perezoso y fácilmente irritable. Una criatura que llevaba locas a las institutrices y primas con sus trastadas pero que, sin embargo, empieza a comprender a una edad muy temprana la sensibilidad y el valor del arte. Su gran descubrimiento pue sin duda la ópera, así como las representaciones pictóricas y grandes obras de teatro. Espectáculos a los que, debido a su privilegiado estatus social, pudo acceder y disfrutar sin problemas. Siendo conscientes de su posterior trayectoria profesional, es normal que el pequeño Fulco acabase por imbuirse en esa espiral de creatividad, aunque desde una perspectiva insólita y poco predecible. Personalmente, una de las imágenes que también merecen un pequeño espacio en este párrafo es la del terremoto que en el año 1908 tuvo lugar la ciudad de Mesina siendo, junto con la ciudad Regio de Calabria, completamente destruidas. Tras dicho seísmo, un tsunami con olas de hasta 12 metros sacudió la costa calabresa llevándose por delante la vida de entre 75.000 y 200.000 personas. Los temblores llegan hasta la Villa Niscemi, y la inquietud se apodera de sus inquilinos. Sin embargo, lo más interesante de este capítulo es la solidaridad que la propia ciudad de Palermo demuestra ante aquella inesperada tragedia. Casi no vemos el paisaje devastador, sólo lo que Fulco nos cuenta a partir de conversaciones entre los adultos, aún así, el lector no puede evitar estremecerse e ir corriendo a internet para comprobar la devastación y los cadáveres en blanco y negro. Por ir acabando esta reseña, concluiremos diciendo que el libro de Fulco di Verdura se erige como unas memorias muy al uso de las clases altas de la sociedad, en el que la buena literatura se funde con un testimonio único de un acontecimiento que, sin ser del todo llamativo, fue fundamental para entender los cambios de mentalidad y el mundo anterior al primer gran conflicto bélico de la historia universal. El mundo estaba cambiando, lo sabemos desde el presente y lo supieron algunas y algunos de sus protagonistas - tanto ilustres nombres como voces procedentes del anonimato - y estaba dándose en muchos lugares de aquella Europa post siglo XIX. Una Europa que, en lo que a la alta alcurnia se refería, seguía como si la entrada del nuevo siglo no hubiese tenido lugar. Una clase privilegiada que, cegada por su poder, su influencia y su dinero no atisbaba a ver lo que estaba por venir, lo que ya asomaba desde el horizonte, ese hedor a muerte procedente de las futuras trincheras. Esos hechos, esas etapas de transición, son fundamentales para entender los grandes hitos de la historia que, por desgracia, suelen normalmente quedarse en un segundo plano. De ahí que textos como el de Fulco di Verdura sean imprescindibles ya no sólo para comprender un hecho concretísimo, también para poderlos enmarcar dentro de una cronología más amplia en la que podamos comparar desde una actitud crítica. En la literatura, el final del verano es, como ya lo mencionamos en Vozdevieja, símbolo del cierre de una etapa vital - de infancia a adolescencia, de adolescencia a madurez o de madurez a vejez - pero en este testimonio, el ocaso de la estación más calurosa permite el nacimiento de una época más turbulenta, oscura y decisiva.
Los felices días del verano: una historia de nobles, primas, arbolados jardines, barrocas estancias, juegos en la playa, ilustres parientes, abuelas convertidas en matriarcas, travesuras, lujos, fiestas, tardes interminables... El libro que os hará más llevaderas la lluvia, la nieve y los días de encierro involuntario.
Frases o párrafos favoritos:
"Para mí continuará siendo lo que siempre fue: “La Casa”, la única casa que realmente he amado, con ese amor que no conoce reservas y que sólo puede albergar un niño". ¡Un saludo y a seguir leyendo!Cortesía de Errata Naturae