MI PADRE EL PORNÓGRAFO
Título: Mi padre el pornógrafo.
Autor: Chris Offutt (Lexington, Kentucky, 1958) pasó su infancia y primera juventud en Handelman, Kentucky, una población minera de doscientos habitantes que ya no existe. Tras licenciarse en la Universidad de Morehead, recorrió los Estados Unidos a dedo y trabajó en más de cincuenta empleos. Alumno de James Salter y Frank Conroy en el curso de escritura creativa de la Universidad de Iowa, Chris Offutt debutó con su libro de relatos Kentucky seco (1992; Sajalín, 2019). Al que le seguiría, en el campo de la literatura breve, Lejos del bosque (1999; Sajalín, 2021). Offutt es autor de tres novelas, The Good Brother (1997) y Noche cerrada (2018; Sajalín 2020) y Los cerros de la muerte (2021; Sajalín 2021) - esta última la primera de una trilogía -. Así como de tres memoirs, Dos veces el mismo río (1993; Malas Tierras 2022), No Heroes: A Memoir of Comming Home (2002) y Mi padre el pornógrafo (2016; Malas Tierras 2019). Sus relatos y ensayos han aparecido en publicaciones como The New York Times, Harper´s, Esquire, GQ, Playboy, Tin House y The Oxford American. La revista Granta lo incluyó en su lista de veinte jóvenes escritores norteamericanos en 1996. Además, ha escrito guiones para las series True Blood, Weeds y Treme, y ha sido nominado a un Emmy. En la actualidad vive en el condado de Lafayette, Misisipi.
Editorial: Malas Tierras.
Idioma original: inglés.
Traductor: Ce Santiago.
Sinopsis: cuando Andrew Offutt murió, heredó un escritorio, un rifle y ochocientos kilos de porno. Andrew fue considerado el rey de la pornografía escrita del siglo XX, con una carrera literaria que comenzó como medio para pagar la ortodoncia de su hijo y que ponto cobró vida hasta alcanzar su punto álgido durante la década de los setenta, cuando la popularidad comercial de la novela erótica llegó a su apogeo. Con su esposa ejerciendo como mecanógrafa, Andrew escribió desde su casa en las colinas de Kentucky, encerrado en una oficina en la que nadie osaba entrar, más de cuatrocientas novelas. Pero, cuanto más escribía, más crecía su ambición y más difícil era para sus hijos formar parte de ese mundo. En el verano de 2013, Chris regresó a su cuidad natal para ayudar a su madre, ya viuda, a salir de la casa de su infancia. Cuando comenzó a leer los manuscritos y las cartas de su padre, por fin tuvo la oportunidad de conocer a aquel hombre difícil, voluble y, a veces, cruel al que había amado y temido a partes iguales, y se dio cuenta de que en ausencia de su padre, podría dar sentido a su vida y a su legado.
Su lectura me ha parecido: impactante, áspera, dura, adictiva, piadosa, inmersiva, severa, explosiva, catártica, tenebrosa, plagada de claroscuros, emotiva en su justísima medida... Cuando una se aproxima, con paso sigiloso pero decidido, a la sección de "Biografías" el resultado suele ser, cuanto menos, algo decepcionante. Los reyes y reinas, tan importantes como inmortales gracias a los libros de texto, son los que copan más del 50% de la sección, así como aquellos ministros, banqueros, duques, marqueses, condes, presidentes y demás advenedizos que se codearon con los que ostentaban la corona por legitimación divina. De todos ellos, siempre hay hueco para los más contemporáneos, aquellos que, inexplicablemente, suscitan cierto interés en una importante parte de los lectores y cuya literatura deja mucho que desear. Seguidamente, nos topamos con los mediáticos que, aún teniendo toda la vida por delante, deciden posar sus cortas y respectivas biografías en manos de un autor/a s sueldo o confiar en el poder de su talento en el noble arte de la escritura para plasmar como ha sido su vida desde que nacieron hasta el mismísimo momento en el que deciden rellenar la página en blanco. Por supuesto, éstas son las más solicitadas, las más aclamadas por el público más generalista, las que primero se agotan en cualquier librería que se precie. Pero, también, las primeras en llegar a los templos del libro de segunda mano o a Wallapop. Después, y no por ello menos importante, encontramos las biografías bisagra, las que actúan como puente entre lo que se considera "alta" y "baja" literatura. Entiéndase alta, por citar un ejemplo, las biografías que Stefan Zweig le dedicó a monarcas como María Antonieta o María Estuardo, y baja, la que alguien escribió sobre otra princesa más llana, más de andar por casa, más del pueblo. Esas suelen estar protagonizadas por toda una serie de personajes que, lejos de ahuyentarnos, consiguen atraernos aún más si cabe gracias a ese halo de leyenda que la cultura popular - y alguna serie de Netflix o HBO - ha contribuido a otorgarles a pesar de no haber llevado la vida más ejemplarizante. Pablo Escobar, Diego Armando Maradona o la pareja de atracadores Bonnie y Clyde serían un ejemplo perfecto en estas lides. Y por último, tras hurgar un buen rato en las estanterías, una servidora acaba topándose con los desconocidos. Rostros que observan desde el otro lado del papel, nombres antaño anónimos, plumas que - con mayor o peor talento - tratan de acercarnos a las vidas de quienes, hasta ese instante, no eran más que polvo en la historia. Algunas de ellas de tal calibre que incluso llegan a considerarse clásicos instantáneos de lo biográfico, a la altura de los que dedican su esfuerzo a escribir sobre Isabel la Católica, Godoy, Kurt Cobain o Magallanes entre otros muchos, descubriéndonos personajes imposibles de olvidar. Esto es precisamente lo que le sucede al libro que hoy tengo el placer de reseñar, digno heredero - aunque con muchos matices por supuesto y sin entrar en rimbombancias absurdas - de Franz Kafka cuando decidió criticar el carácter abusivo y déspota de su progenitor en Carta al padre. Mi padre el pornógrafo: el imposible equilibrio entre la severidad y la misericordia.
De un tiempo a esta parte ya son pocas las personas que no conocen el nombre de Chris Offutt. Autor, a mi juicio, poco reivindicado y que, hasta hace unos años, era habitual en pequeños grupúsculos de lectores amantes de la grit lit. De un tiempo a esta parte, y sobre todo gracias a la puesta en valor del noir y del neonoir tanto en literatura como en cine (Fargo es la punta de lanza, pero no la única), Offutt ha conseguido por fin colocarse en primera línea en el terreno novelístico gracias a su acercamiento a un nada artificioso y crudo retrato de las miserias humanas presentes en lo que comúnmente hemos venido a llamar, sin demasiado acierto, la Norteamérica profunda. Kentucky seco es sin duda su obra más celebrada - un volumen de relatos que está empezando a ser tenido en cuenta en muchas escuelas de escritura creativa - pero tanto Noche cerrada como Lejos del bosque (novela y antología de cuentos respectivamente) engrosan una producción literaria tan interesante como valiosa. Y aunque el pasado otoño volvió al candelero de la actualidad gracias al inicio de su primera trilogía - la cual ha inaugurado con ese libro de formidable título llamado Los cerros de la muerte - lo cierto es que, a pesar de haber coqueteado con el mundo de las series de televisión, Offutt se nos descubre como un excelente autor de no ficción. Por desgracia (aunque la editorial Malas Tierras pronto pondrá remedio a tal injusticia) solo nos ha llegado traducido al español Mi padre el pornógrafo. Libro que una servidora, siguiendo ese instinto que me ha aportado el mismo número de alegrías y que de decepciones a lo largo de todo este tiempo, acabó devorando con ansia durante los últimos meses de un julio, el de 2021, no muy distinto al de 2020. Recuerdo todavía las miradas de extrañeza y perplejidad de alguno de los parroquianos de aquella cafetería de la calle Molinell cuando, en mis descansos de la hora del almuerzo tras unas intensas horas entre montañas de libros y conversaciones a pie de mostrador, se me ocurría sacar el libro para seguir degustándolo al compás del café con leche y tostada de tomate. Y no me extraña. Yo misma me quedé algo perpleja la primera vez que tuve noticias de su existencia. Su título desprendía incomodidad mirases por donde mirases, al igual que el inquietante montaje de su portada - donde aparece el propio autor de niño y de adulto - y, sobre todo, esa mirada severa, esos ojos con cierto toque sombrío, esa cara de pocos amigos que, sin duda, no invita de buenas a primeras a leerlo. Sin embargo, y a riesgo de fastidiarla - soy plenamente consciente de que este libro no es para todos - os animo a que superéis la portada y su impactante título para adentraros en la perturbadora historia de uno de los escritores más prolíficos y desconocidos del siglo XX. Ahora bien, no saldréis indemnes de ella. Quien avisa no es traidor.
Al igual que su hijo, el padre de Chris Offutt - Andrew J. Offutt V - también fue escritor. Uno de los que se inició, no por amor a las letras, sino por motivos económicos (había que pagarle la ortodoncia al niño). Uno de los que se encerraba en su oscuro despacho, de los que trabajaban día y noche, de los que echaba mano de la esposa - que triste resulta el personaje de Jodie McCabe Offutt - para que le ayudase a mecanografiar, corregir o pasar a limpio las novelas sin recibir una pizca de reconocimiento. Uno de los que no dejaba que sus hijos se acercara a su máquina de escribir bajo amenaza o levantando un muro infranqueable, de los que se llenó de ambición, de los que prefería frecuentar convenciones plagadas de frikis a pasar tiempo con su prole. Uno de severos castigos, machista redomado, de los que ignoraba a sus hijos, hasta el punto de no llegar a conocerlos del todo. Pero, a cambio, Offutt padre era uno de los que escribía ferozmente, a la carrera, como si le fuera la vida en ello, usando para ello hasta veinte pseudónimos diferentes - el más memorable el de John Cleve - obteniendo como resultado más de 400 novelas cortas. Un Marcial Lafuente Estefanía del pulp, la fantasía, la ciencia ficción y del porno. Sobre todo del porno. Ya que es el género que más frecuentó y del que más títulos contabilizó el propio Offutt tras la muerte del patriarca. De hecho, esta peculiar biografía arranca con dicho fallecimiento, las conversaciones con la que fuera su esposa y todo el material que Chris Offutt encontró en su despacho, lugar que, como ya hemos comentado, le estaba vetado y sobre el que parece haber caído una especie de maldición en forma de incómodo legado. Porque sí, no es fácil asumir que tu padre, además de escribir novelas de gran carga sexual en las que daba rienda suelta a toda una clase de perversiones que a día de hoy nos parecerían intolerables, tampoco ejerció como tal. ¿O sí? A pesar de la dejadez, su incapacidad para dedicarle tiempo a todo lo que no fueran sus novelas o el maltrato psicológico que ejercía contra su mujer. En un honesto y magistral ejercicio literario - no estamos muy alejados de lo que hizo Mary Karr en El club de los mentirosos al retratar la problemática relación con sus padres - Offutt nos narra la vida de su padre desde sus inicios como hijo de la Gran Depresión hasta sus últimos días, pasando por su momento de mayor apogeo y popularidad - los 70 fueron los años del boom de la novela de ciencia ficción erótica - y sin olvidar a aquellos personajes secundarios fundamentales, como lo fueron su madre y sus hijos. Es en este punto donde Offutt consiguió ganarme por completo como lectora al incluirse a él mismo dentro de la propia historia en busca de una catarsis emocional, dicho de otra forma, de ajustar cuentas con su pasado. En Mi padre el pornógrafo no solo descubrimos al hombre cruel, maniático e implacable que fue Andrew J. Offutt V, también al propio Chris Offutt durante aquellos años y los que le sucedieron a la muerte de éste. Especialmente doloroso fue descubrir los abusos que Chris sufrió de niño por parte de un desconocido a cambio de dinero - y que confesó muchísimos años después - de las dudas que aquello le produjo respecto a su sexualidad, la hostilidad del lugar en el que vivían - en las montañas de Kentucky - sus intentos de huir, su responsabilidad como hermano mayor - a los seis años tenía que hacerse cargo de sus hermanos y de las tareas de la casa mientras sus padres estaban de convención - así como la repulsión al sexo que padeció cuando descubrió el material pornográfico y, muy especialmente, ese cómic inédito que dibujaba como vía de escape para sus obsesiones y pulsiones. Las de un hombre al que, según sus propias palabras, la escritura le había impedido ser un asesino en serie. La escritura como terapia, o la terapia como escritura, así podríamos definir a este libro crítico al tiempo que piadoso, despiadado y a la vez emotivo, sin medias tintas y, sin embargo, gris. Moviéndose en una tan incomprensible como acertada distancia exorcizante en la que, matando al padre, consigue el mejor de los ensayos biográficos.
Mi padre el pornógrafo: una historia de desidia, maltrato, frialdad, obsesiones, novelas que se escriben como churros, recuerdos amargos, infancias difíciles, escritura compulsiva... Los demonios de la creación literaria y sus consecuencias.
Frases o párrafos favoritos:
"Rara vez papá nos dejaba la casa sobre la que se ostentaba el dominio absoluto. Cuando lo hacía iba a convenciones, un ambiente que saciaba su ego en todos los sentidos. Terminó por acostumbrarse a esos dos extremos y se mostraba resentido cuando su familia no lo trataba como lo trataban los fans. Lo decepcionábamos con nuestra necesidad de tener un padre."
¡Un saludo y a seguir leyendo!