Título: Mujer al borde del tiempo.
Autora: Marge Piercy (Detroit, Michigan, 1936) es autora de dieciocho colecciones de poesía, una biografía, diecisiete novelas, un libro de cuentos, una colección de ensayos y una obra de teatro. Su trabajo ha sido traducido a diecinueve idiomas y ha recibido numerosas distinciones, incluyendo el prestigioso premio de poesía Golden Rose y el premio de ciencia ficción Arthur C. Clarke. Piercy es activista social, voz clave del movimiento New Left de los sesenta y los setenta, y miembro de la organización no gubernamental Women´s Institute for Fredoom on the Press desde 1977. Vive en Cape Cod con su marido, el novelista Ira Wood.
Editorial: Consonni.
Idioma: inglés.
Traductora: Helen Torres.
Sinopsis: Una mujer chicana, Connie Ramos, ha sido encarcelada injustamente en una institución mental de Nueva York. Las autoridades la consideran un peligro para sí misma y para los demás, e incluso su familia ha dejado de apoyarla. Pero Connie tiene un secreto, una forma de escapar de los confines de su celda: ella puede ver el futuro. Esta novela es una trasformadora visión de dos futuros... y de como uno u otro pueden llegar a hacerse realidad. Por un lado, un tiempo de equidad sexual y racial, de dignidad medioambiental, un tiempo en el que es posible alcanzar una realización personal sin precedentes, donde todo el mundo participa por sorteo del gobierno y la educación es comunitaria. Por otro, Connie también es testigo de otra posibilidad con un resultado muy distinto: una sociedad de explotación grotesca, en donde la que las fronteras entre personas y mercancías han sido definitivamente borradas.
Su lectura me ha parecido: extensa, reflexiva, inmersiva, rabiosamente actual a pesar de haberse escrito en los años 70, audaz, feminista, crítica con el capitalismo occidental, escrita desde las trincheras para imaginar posibles mundos utópicos... En la década de los 60 del pasado siglo se inició lo que se conoce como Segunda ola del feminismo, la cual viviría su etapa de mayor esplendor en los años 70 hasta acabar en los años 80. A pesar de que las teorizantes no consiguen ponerse de acuerdo - hay quien sitúa esta segunda juventud del movimiento a finales de los años 40 y quien por el contrario la fija en los años 60 coincidiendo con la publicación de La mística de la feminidad de Betty Friedan - lo cierto es que las reivindicaciones no son las mismas que las de las mujeres que participaron, allá por el siglo XIX y principios del XX, en la primera ola y por supuesto el epicentro del movimiento se traslada. Para empezar, si antes estudiamos un feminismo cuya voz se escucha sobre todo desde Europa, en esta ocasión, el terremoto tendrá lugar en Estados Unidos, país desde el cual saldrán todas las teorías e ideas que influirán a posteriori más allá de sus fronteras físicas. Aunque la publicación de El segundo sexo de Simone de Beauvoir (texto clave para el pensamiento feminista) es un autentico hito, lo cierto es que no fue hasta La mística de la feminidad de Betty Friedan (menos filosófico, más práctico, más accesible para el gran público, más crítico con los medios de masas de la época) cuando el feminismo da un vuelco y más tras conocerse los resultados de una investigación en la que se evidenciaba la discriminación de la mujer norteamericana en todos los aspectos de la vida. La nueva agenda será en relación a los derechos reproductivos - aborto, uso de anticonceptivos - y la igualdad salarial respecto a los hombres entre otros muchos temas. Además, por primera vez en la historia el movimiento feminista vivirá un intenso debate entorno a la inclusión de las mujeres lesbianas dentro del mismo. Debate a día de hoy a todas luces ya superado que, sin embargo, en su momento creó una gran división dentro de las filas, llegando a tener líderes del mismo como Betty Friedan posicionándose en contra (recordemos el famoso "efecto lavanda" con el que ella misma argumentaba el dejarlas fuera de las reivindicaciones propias del feminismo). Por aquel entonces también existían debates entorno a la interseccionalidad del movimiento respecto a otros colectivos, alguno de los cuales, a día de hoy, todavía hay quien cuestiona su pertenencia al mismo (como el caso de las mujeres trans, tema de reciente actualidad y que ha cobrado dimensiones mundiales gracias a un tránsfobo tweet de la escritora J.K. Rowlling). Polémicas a parte, lo que está claro es que esta nueva y más avanzada lucha feminista tuvo sus protagonistas más visibles en el ámbito político, pero también en el literario. Siendo este ámbito uno de los más desconocidos para el gran público. Espero que esta reseña, visto el panorama, sirva para reivindicar a una de sus representantes más interesantes y talentosas como lo fue Marge Piercy. Mujer al borde del tiempo: ¿hacia dónde queremos ir?
Sin duda, Marge Piercy es una de las grandes escritoras unidas a este feminismo de segunda ola - adorada, por cierto, por la gran Gloria Steinem - fue también toda una pionera en el género de la ciencia ficción y el fantástico. Llegando a engrosar una enorme cantidad de títulos de ambos géneros en su haber, siendo Mujer al borde del tiempo su novela más memorable y recordada por generaciones de lectoras y lectores en el ámbito anglosajón. Cuesta entender como un libro casi coetáneo en el tiempo a Los Desposeídos de Ursula K. Le Guin - la autora que abrió camino en esto de que una mujer pudiese escribir sobre viajes espaciales o planetas inexplorados, aunque tuviese que soportar durante toda su carrera el machismo y desprecio de sus colegas varones - y que fue fundamental para la educación literaria de Margaret Atwood - autora de El cuento de la criada - no tuviese tanto recorrido fuera de la cultura inglesa y norteamericana. Tal vez, una de las razones fuese el desprestigio que durante décadas sufrió la ciencia ficción dentro de los círculos literarios más conservadores, ya que el imaginarse futuros apocalípticos o los conflictos dentro de una nave que viaja por una ficticia galaxia al parecer no se consideraban "alta literatura" al gustarle tanto a las masas. Puede ser que, el hecho de que fuese una mujer su autora, y además feminista, disuadiese a los editores a la hora de atreverse a encargar su correspondiente traducción, de publicarlo y exhibirlo en los escaparates de las mejores librerías. Aunque, sin duda, y a pesar que comparto las tres causas mencionadas, también es cierto que la sociedad no estaba aún preparada para leer un texto de estas características. Un libro en el que, por ejemplo, reflexiona entorno al género no binario y la posibilidad de que se normalice y que la gente se defina de este modo sin temor a discriminación, burlas o violencia. Una novela en la que, entre otras muchas cosas, la protagonista no responde ni a los cánones de belleza establecidos, ni a un estatus económico boyante, ni siquiera es una estadounidense blanca, y por tanto, privilegiada en muchos aspectos. Se llama Connie Ramos, es chicana - término con el que se refieren a los estadounidenses de ascendencia mexicana - es pobre y gorda. Tres características - física, económica y racial - que de seguro por aquel entonces molestarían a más de una o uno. Ya que hasta hace cuatro días no se concedía la ficción sin que la o el protagonista se adecuase al modelo heteropatriacal racista, sexista y homófobo. En resumidas cuentas, estaríamos hablando de un personaje bastante avanzado a su tiempo, y justo en unos años en los que la palabra "inclusión" en literatura era más propio, precisamente, de las utopías que del mundo real. Sin duda, en ese sentido, Connie Ramos nació en la ficción para inspirarnos y guiarnos a todas y a todos.
En Mujer al borde del tiempo Connie Ramos ha sido encarcelada injustamente en una institución mental de Nueva York. Aunque su historial delictivo es largo, así como sus antecedentes de violencia psicótica, en esta ocasión, Ramos no merecía dicha condena. La autoridades no dudan en considerarla un peligro para los demás y para sí misma, hasta el punto de que, ni siquiera su propia familia, ha dejado de apoyarla. Sin embargo, Connie logrará mantener un pequeño contacto con el exterior gracias a la irrupción de Luciente, una persona procedente del futuro que la ayudará y acompañará en su largo periplo hasta lograr la libertad. Su día a día en el psiquiátrico le sirve a la autora para criticar, precisamente, las jerarquías existentes actualmente en la sociedad y su relación con el poder o la autoridad. Además de denunciar la histórica y terrorífica violencia que en dichas instituciones se ha practicado prácticamente al amparo de un todavía vergonzoso desconocimiento de las enfermedades mentales, de unas máximas erróneas asumidas tanto por los facultativos como por parte de las familias de los internos y por supuesto de los abusos perpetrados para "curar" o más bien neutralizar al paciente. En los tiempos que corren, con todo el conocimiento que tenemos al respecto de las enfermedades mentales, así como una cada vez mayor concienciación, hacen que asistamos a la novela de Piercy con bastante miedo, llegando en ocasiones a horrorizarnos del desdén y superioridad con la que los médicos tratan a las y los internos en dicha institución mental. Esa claustrofóbica casi lobotomizada atmósfera contrasta enormemente con lo que Luciente le muestra a Connie Ramos, con esa futurista aldea llamada Mattapoisett que encarna la mejor de las utopías posibles. Gracias a una conexión mental con esa extraña criatura del futuro, Connie consigue apreciar como en Mattapoisett no existen las clases sociales, y por tanto, la certeza de la inexistencia de "jefes" y "explotados". Para lograr este justo equilibrio, en Mattapoisett los cargos públicos son rotativos, de esta forma, todo el mundo puede tener acceso a la vida política, y por tanto, conseguir un modelo extraordinariamente participativo. En la idílica aldea se cuida de la comunidad del mismo modo que se cuida a la naturaleza, considerando a todo individuo como alguien imprescindible, a no ser que su voluntad sea renegar de ella, atacar el bien común o la integridad de cualquier persona. Por supuesto, no existe la propiedad privada, como tampoco el apego por lo material. Seguidamente, encontramos una educación comunitaria, un lugar en el que es posible alcanzar la realización personal plena, en el que no existe ni discriminación por sexo gracias a la abolición del género - de hecho, el género no binario está completamente normalizado en Mattapoisett - ni por razas tras haber mezclado los genes de toda la población manteniendo identidades culturales separadas, ni por supuesto, por un mayor o menor poder adquisitivo por lo ya mencionado anteriormente. Sin embargo, al mismo tiempo Connie observará, tras haber desarrollado con el tiempo su capacidad de vinculación a Luciente, otro futuro que dista mucho de parecerse al de Mattapoisett. Una distopía en la que un pequeño porcentaje de la población (los más adinerados) vive más de treinta años, en la que una explotación de proporciones salvajes se cierne sobre los pobres, en la que las mujeres particularmente sufrirán la violencia más atroz, en donde la esclavitud vuelve a ser legal y en la que las fronteras entre personas y mercancías han desaparecido. Un futuro dantesco al que parecen abocados si se llevan a cabo unos experimentos que unos científicos quieren llevar a cabo usando como ratas de laboratorio a las y los propios internos del psiquiátrico. El destino está en manos de Connie. ¿Dejará que los mad doctors se salgan con la suya o por el contrario se resistirá para que la humanidad aspire a una sociedad rural-futurista como la de Mattapoisett? La respuesta la obtendréis tras leer casi 500 páginas de pura ciencia ficción feminista.
Sin duda, uno de los aspectos que he aplaudido a rabiar ha sido la brillante construcción de su personaje principal. Consuelo Camacho Ramos - así se llama de verdad - más allá de su complejidad psicológica dentro de la historia que plantea Piercy, es toda una declaración de intenciones si pensamos en como ha estado y sigue estando el mundo actualmente. En una sociedad en la que las distintas comunidades tradicionalmente discriminadas por el sistema, de pronto, que una mujer hispana o chicana sea la protagonista de una novela de ciencia ficción pura es ya de entrada toda una revolución, pues se carga a martillazos los pilares del canon oficial que ha prevalecido en este género durante décadas. Lejos de quedarse ahí, Piercy la dota de dos pluses de vulnerabilidad y que molestan enormemente al capitalismo más salvaje - es gorda y pobre - dejando claro no sólo la diversidad social, también el hecho de que las personas expulsadas de sus encorsetadas formas pueden viajar en el tiempo, tomar decisiones importantes para el futuro de la humanidad y en última instancia salvar al mundo. De hecho, a lo largo del libro el lector acompañará a Connie en una especie de viaje Inter temporal, que no iniciático, hacia la aceptación de sus virtudes y defectos. Ella que viene de la oscuridad y de un estrato social en el que el sexismo, el racismo, la gordofobia o la aporofobia son el pan de cada día poco a poco verá recuperada su autoestima, logrando en ese tiempo ser mejor persona que quienes la internaron injustamente. Connie Ramos sería, dicho de forma burda, todo lo que Trump desprecia, pero que con su presencia y potencia como personaje conseguiría dejarlo a la altura del betún. Por otro lado, además de la influencia de la segunda ola feminista que ya he comentado al principio de la presente reseña, me quedo también con la importante reflexión que pivota a lo largo de toda la novela que, aunque densa en su extensión, todas y todos deberíamos leer. Y es que una vez más la ciencia ficción - tan menospreciada por la alta literatura - nos da la lección que ahora en pleno siglo XXI, y sobre todo, en medio de la que ya podríamos considerar como la pandemia más importante de los últimos tiempos, la sociedad necesita. Si algo demuestra Mujer al borde del tiempo es que todas y todos importamos, y lo que es más importante, tenemos más poder del que creemos para poder cambiar las cosas. Pensamos que somos el último eslabón de una cadena de montaje dentro de una enorme máquina que, como la maravillosa Metrópolis, parece engullir a individuos sin piedad alguna. Que somos como Chaplin en Tiempos modernos, atornillando una pieza como autómatas impotentes que ven como el mundo avanza en una dirección que nos sentimos incapaces de corregir. Pero lo cierto es que con nuestras decisiones y una mayor o menor participación en la sociedad podemos cambiar las cosas, hacerlas avanzar, retroceder, virar el rumbo, dejarlo tal y como está o incluso cambiar la mentalidad de comunidades enteras. Votar en unas elecciones es tal vez el ejemplo más fácil que se me ocurre, pero también existe el activismo, la escritura, el arte, la enseñanza o simplemente el manifestar nuestro punto de vista, aunque sea en un grupo reducido de personas. Nunca se sabe cuando se podrá prender la mecha. Eso sí, una advertencia, la novela lo dice bien claro: siempre habrán personas que querrán cambiar las cosas para bien y las que, por el contrario, preferirán escoger un camino cuyas consecuencias serán nefastas. Ahí es donde entra, sin duda, el espíritu crítico y los intereses personales de cada una y uno. Nosotros decidimos, como Connie Ramos, que no se nos olvide.
Mujer al borde del tiempo: una historia de amistad, futuros alternativos, utopías, distopías, intereses ocultos, conquista de la autoestima, feminismo de los 70... Una novela que nos interpela directamente obligándonos a escoger qué futuro queremos para las generaciones venideras.
Frases o párrafos favoritos:
"El objetivo de crear futuros es hacer que la gente pueda imaginar qué quiere y qué no quiere que pase, y quizás hacer algo al respecto."
¡Un saludo, ánimo y a seguir leyendo!
Cortesía de Consonni