Título: Notas desde un manicomio.
Autora: Christine Lavant (1915, Gross-Edling – 1973, Wolfberg), que en realidad se llamó Christine Thonhauser, nació en un pueblecito de Carintia, San Esteban, en el valle del Lavant, de donde tomaría posteriormente su pseudónimo. La autora pasó la mayor parte de su vida en su pequeño pueblo, donde había nacido como novena hija de una familia de mineros. Introvertida, rodeada por la pobreza y la enfermedad, se ganaba la vida tejiendo. Fue honrada con numerosos premios literarios, entre ellos el Premio Nacional de Literatura de Austria en 1970, tres años antes de su muerte. (Fuente: Editorial).
Editorial: Errata Naturae.
Idioma: alemán.
Traductora: Nieves Trabanco.
Sinopsis: Ésta es la historia de muchas opresiones y de una insurrección. Es también la historia de una rendición. Es, al fin y al cabo, la historia de una mujer pobre, sin recursos, que quiere —que necesita— dedicarse a leer y escribir. De una mujer que no será, como se espera de ella, ni esposa, ni madre: será poeta. Nietzsche decía que quien más sufre exige con la mayor intensidad la belleza, la produce; y bien podría estar hablando de este libro. En él, Christine Lavant, una de las poetas austriacas más admiradas, pero secretas, del siglo xx, narra su estadía voluntaria de un mes y medio en el Hospital Psiquiátrico de Klagenfurt en 1935. Lavant no escribió este fulgurante texto hasta 1946, once años más tarde, y no consintió en publicarlo mientras vivía porque era demasiado personal: en él registra su fallido intento de suicidio, su insomnio, la convivencia con sus excéntricas compañeras, la autoritaria presencia de los médicos y su lucha diaria por sobrevivir escribiendo. Con una prosa exquisita, íntima y exacta, estas páginas tienen una desgarradora potencia. (Fuente: Editorial).
Su lectura me ha parecido:
Personal, íntimo, sin orden (ni falta que hace), crítico, breve, que trasciende a lo puramente testimonial, paradójicamente lúcido... A menudo el contexto nos juega malas pasadas. Y no me refiero a "contexto" como pasado histórico, más bien me gustaría retrotraerlo a la actualidad, y en concreto, al fin de semana que acabamos de dejar atrás. Cuesta hablar de ello. No os podéis imaginar el nudo que tengo ahora mismo en la garganta mientras escribo estas líneas. De hecho, por desgracia, no es la primera vez que soy testigo de ello. Lo que me lleva a encerrarme en mi misma, sacar a relucir ese gélido caparazón de tortuga para cobijarme bajo su protección, engancharme a mis auriculares y tratar de no pensar en ello. En que el pasado sábado mi padre llamó loca a mi madre. No hace falta ser muy lista para darse cuenta de que la locura y el sexo femenino han ido muchas veces de la mano, en lo que a descalificaciones provenientes del patriarcado más rancio se refiere, y por supuesto, siempre en relación con un ahogado grito de reconocimiento, libertad, independencia, escucha, comprensión, respeto u oportunidad por parte de la mujer. "Se vuelve loca" esa es la expresión que mi padre suele soltar a modo de autodefensa y justificación, como si él no tuviera la culpa de nada. Por ello digo que a menudo el contexto, el más reciente, nos puede afectar, y más cuando (casualidades de la vida) decides que el texto, el único texto de Christine Lavant traducido al español, aborda precisamente esa problemática. La siempre escabrosa, terrorífica y machista relación de las mujeres con el campo de la salud mental. ¿De verdad las mujeres estamos locas? ¿De verdad, hombres del mundo, no os habéis parado a pensar que a lo mejor la culpa la tiene que el mundo ha sido construido a vuestra imagen y semejanza, dificultando o dejando directamente fuera a las mujeres con talento? Notas desde un manicomio: el testimonio más allá del testimonio.
Introduciendo "mujeres y salud mental" en el buscador de imágenes de Google, éste nos ofrece una respuesta de lo más clarificadora. Por un lado, abundan los carteles o fotos de congresos en los que se aborda el tema desde una perspectiva feminista. Lo cual nos puede hacer pensar que se está avanzando mucho en este aspecto. Sin embargo, en cuanto deslizamos el dedo por la rueda del ratón hacia abajo, descubrimos imágenes tremendas (como la de una publicidad de medicamentos capaces de tornar en sonrisa los labios de una mujer) o la insólita fotografía de Hugh Hefner posando con dos conejitas (la volatilidad de los algoritmos sigue siendo todo un misterio). Si seguimos bajando, entonces encontramos algunas (que no todas) de las causas por las que las mujeres sufrimos más enfermedades mentales y por tanto, somos las principales usuarias de psicólogos y médicos especializados. La mayoría de ellas, representadas bajo el paradigma de una mujer al bode de la extenuación y con mil cosas entre los brazos y en la cabeza. A lo que se conoce como "carga mental", en internet se reduce a un dibujo animado rodeado de mil y un bocadillos entre los que se puede leer: "cena", "compra", "reunión a las 17:00", "medicamento para la hija", "clases de violín del hijo", "tutoría"... Algo que, por supuesto, los hombres rara vez sufren. Ahora bien, si en lugar de "mujeres y salud mental" tecleamos "mujeres y salud mental en la historia", la panorámica que se nos ofrece es más inquietante. Y si a esa búsqueda le añadimos palabras tan fuertes para algunos como "psiquiátrico" o "manicomio", entonces ya nos adentramos en los inicios de una película de terror. Las fotografías antiguas se intercalan con otras más modernas (en las cuales se hace gala del buen mantenimiento de las instalaciones o de los procedimientos en dichos centros), no obstante, son las primeras las que de verdad permanecen en la retina de la curiosa o curioso internauta. Desde estampas de patios al aire libre en las que los internos aparecen de pie, sentados o encogidos en el suelo, hasta instantáneas donde podemos percibir las consecuencias de el aislamiento y las camisas de fuerza, pasando por las archiconocidas sesiones de electroshock que tantas veces hemos visto en el cine. Cuyas muecas de dolor y mandíbulas desencajadas podrían haber inspirado algún cuadro de Goya en su última y oscura etapa. Entre el estereotipo y lo verídico. Entre el terror y el rigor médico. Así oscila la percepción de las enfermedades mentales por parte de la sociedad. Y aunque, sobre todo el cine, ha contribuido a confeccionar una imagen un tanto perturbadora de la o el enfermo mental (no todos son asesinos psicópatas), en esta ocasión debemos decir que la ficción no anda tan despegada de la realidad. O al menos es lo que destilan las páginas del texto de Christine Lavant.
Pongámonos en antecedentes. Christine Tonhauser (nombre real de la escritora austríaca) nació a principios de siglo XX en un pequeño pueblo llamado Gross-Edling en el valle del Lavant (nombre que posteriormente usaría como apellido). Siendo la novena hija de una familia pobre, dedicada a la minería, sintió a una edad muy temprana la necesidad de escribir y desarrollar su talento literario. No obstante, las perspectivas de futuro no eran tan alentadoras como ella se imaginó ya que, al igual que habían hecho las mujeres de su familia, lo que se esperaba de ella era que se casase, tuviese hijos y dedicase su vida al cuidado de éstos y del hogar. Eso, sumado a su carácter retraído y atormentada ante la idea de no encajar y no cumplir con las expectativas de su condición femenina, fueron los motivos por los que, en 1935, decidió ingresar por voluntad propia en el Hospital Psiquiátrico de Klagenfurt. De este modo, Christine buscaba respuestas y la ayuda de los médicos para que consiguiesen enderezarla, hacerle ver que su destino era el de ser madre y esposa, para que sus padres no se sintiesen decepcionados, para asumir, en última instancia, su rol debía ser el de una mujer hacendosa y sumisa. Afortunadamente, entre las pertenencias que Christine se llevó consigo figuraban un cuaderno y unos cuantos lápices. Elementos que le servirían, durante su estancia, para contar al mundo el estado de las instituciones mentales, así como el trato que sus empleados ejercían con los pacientes. Tras seis semanas de internamiento, Christine Tonhauser (a partir de ese momento Christine Lavant), con la urgencia de seguir escribiendo y con la certeza de que jamás asumiría el papel de esposa sacrificada.
Teniendo en cuenta este breve e imprescindible apunte biográfico (tranquilas/os, aunque os haya contado el final no os he hecho un spoiler) tenemos que empezar diciendo que no estamos ni ante una novela, ni ante una autobiografía al uso (aunque si parcial), ni ante un ejemplo de metaficción, ni siquiera ante un diario; sino ante notas. Notas sueltas, sin un orden claro, sin una separación física - no hay capítulos - que van de un lado a otro, contándote cuestiones bien diferentes pero con un claro nexo de unión: la certeza del lugar en el que se encuentra, lo que sus ojos ven y las historias que escucha por parte de otras internas así como de los propios médicos. Este aparente caos narrativo no es tal si tenemos en cuenta las circunstancias en las que fue escrito (dentro del propio psiquiátrico) y ese carácter testimonial que va más allá, como he dicho antes, del propio testimonio, ya que se nos presenta con una calidad nada desdeñable. Desde un intimismo bárbaro en cuanto a su complejidad, la descarnada voz de Lavant nos habla desde las sombras, lugar en el que se encuentran los pacientes del psiquiátrico - muchos de ellos rechazados por sus familias y por la sociedad en general - , pero también desde la perspectiva de quien decidió ingresar por voluntad propia, algo que, según ella, la distingue del resto, considerándolo como un hándicap en su proceso de recuperación. Lo que no sabrá es que, por el camino, irá conociendo la realidad de aquel lugar - no tan diferente a la de otros centros de la época - además del machismo imperante por parte de los que trabajan en su interior. Enseguida el lector puede apreciar la estricta jerarquía (y sus diferencias internas) así como las relaciones médico-paciente y como de ellas se desprende un trato paternalista cuyo reflejo más inmediato tiene lugar en empobrecimiento del propio sistema. En lugar de mejorar la salud mental de las pacientes, se recurre a comportamientos y tratamientos que ponen aún más en peligro la estabilidad emocional de éstas. Un ejemplo podría ser el hecho de que se considerase que algunas de estas mujeres sufren mal de amores y que por eso están ahí o que recomienden buscarse a una mujer para que les enseñase tareas domésticas una vez salgan del hospital. Podríamos achacarlo a la época, donde comentarios de ese tipo eran aceptados e interiorizados por las propias mujeres. Sin embargo, ¿creéis que hemos cambiado mucho de un tiempo a esta parte?
En última instancia y antes de dar por finalizada la reseña del presente libro, queda por hablar de la gran cuestión. Y es que como hemos podido apreciar, el concepto "sana" - en femenino por supuesto - es automáticamente sinónimo de mujer que se amolda a los roles patriarcales. Ante ese panorama, estoy convencida que no pocas en esa misma situación, viéndose privadas de libertad por culpa de no ajustarse a lo que se espera de ellas, habrían acabado con sus vidas de la forma más rápida posible. No debemos olvidar, y la historia nos lo confirma, que muchas de estas pacientes estuvieron internadas en centros psiquiátricos en contra de su voluntad. De este modo, el manicomio - palabra que hoy sigue siendo tabú - se convirtió en la cárcel del talento femenino. En la prisión en la que muchos sueños y aspiraciones desaparecieron sin dejar rastro. La desconfianza en dicho sistema salvó a Christine Lavant del abismo, tal vez incluso de la muerte, algo que nos habría impedido disfrutarla en todo su esplendor. Actualmente las técnicas han avanzado y se está luchando porque la psiquiatría adquiera esa perspectiva de género tan necesaria y urgente. Aún así ¿es posible que estos lugares infernales hayan mutado? ¿Es posible que exista confinamiento y pérdida de identidad hoy en día? ¿Es posible que los propios hogares se hayan convertido en el lugar de opresión más asfixiante? ¿Es posible que el patriarcado quiera volverlas a encerrar cambiando la institución mental por una cocina, una lavadora o un suelo que limpiar? ¿Es posible que ni siquiera algunos hombres, cómplices del sistema, no sepan o no quieran verlo? Sí, es posible. Charlotte Perkins Gilman no andaba tan desencaminada en su El papel pintado de amarillo, como tampoco Christine Lavant en su brutal y curiosamente lúcido testimonio, como tampoco lo están todas las mujeres que, como Charlotte o Christine, desean desarrollarse más allá del calor del hogar, la familia y la pareja. No estáis locas, ninguna de vosotras, sólo necesitáis respirar y la oportunidad de hacer realidad vuestras aspiraciones.
Notas desde un manicomio: una historia de supervivencia, machismo, terribles diagnósticos, depresión, incomprensión, tenacidad, verdad... Una prueba más de lo mucho que queda por avanzar y de lo poco que en algunos casos hemos cambiado.
Frases o párrafos favoritos:
"Mientras que aquí se me considere una invitada de paso y que yo misma me sienta como tal, no habré traspasado la última frontera”.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Errata Naturae