Título: Picnic en Hanging Rock.
Autora: Joan Lindsay (St. Kilda West 1896- Melbourne 1984). Era descendiente de una familia Boyd, puede que la más famosa y prolífica dinastía artística de Australia. De 1916 a 1919 estudió pintura en la National Gallery School de Melbourne, e incluso llegó a exponer como pintora. Se casó con Daryl Lindsay, vástago de una importante familia de artistas y escritores ingleses, el día de San Valentín de 1922, en Londres. Día que, precisamente, sería el elegido por Joan Lindsay para situar los hechos de su novela más célebre, Picnic en Hanging Rock. El matrimonio se instaló en Australia, donde ella se dedicaría a la pintura, hasta que, tras la Gran Depresión, Daryl fue contratado como director de la National Gallery de Victoria. En 1956, fue nombrado caballero del Imperio Británico. Aunque la primera novela de Joan, Through Darkest Pondelayo, una sátira sobre los turistas ingleses, fue publicada en 1936, no sería hasta el año 1962 cuando viera la luz su primera obra reseñable, Time Without Clocks, un texto de fuerte contenido autobiográfico en el que retrató sus primeros años de casada. El autentico éxito le llegaría, no obstante, con Picnic en Hanging Rock (1967), que automáticamente le reportó fama mundial, y que se convertiría por derecho propio en una de las más reseñables novelas de culto de la literatura australiana. Parte del éxito de la novela se basó en que la autora nunca desveló si lo narrado fue un hecho real o no. La extraordinaria repercusión de la obra persiguió a Lindsay hasta el día de su muerte, y constituyó un antes y un después en la historia de la literatura australiana del siglo XX. Joan Lindsay murió por causas naturales en Melbourne a los 88 años.
Idioma: inglés.
Traductora: Pilar Adón.
Sinopsis: Febrero de 1900. Un grupo de alumnas del selecto colegio Appleyard para señoritas se dispone a celebrar un picnic el día de San Valentín. Lo que empieza siendo una inocente comida campestre se torna en tragedia cuando tres niñas y una profesora desaparecen misteriosamente entre los recovecos de Hanging Rock, un imponente conjunto de rocas rodeado de la salvaje y asfixiante vegetación australiana. La única chica que logra regresar, presa de la histeria, no recuerda nada de lo sucedido.
Su lectura me ha parecido: inquietante, bella, fresca, envolvente, misteriosa, capaz de mantenerte en vilo desde la primera hasta la última página, ¿verídica tal vez?...La mañana no podía empezar de mejor manera, un picnic en la naturaleza siempre apetece, y más cuando el frío da un pequeño respiro en el crudo invierno. No tardamos en llegar al lugar, su belleza corta la respiración, hasta el punto de querer sumergirte y descubrir hasta el último de sus secretos. Es imposible no aburrirse entre claro y claro del luminoso bosque. Un divertido juego de cartas, una agradable conversación, una lectura con mucho fundamento, un chiste espontáneo, unas risas como respuesta, una canción amena, un dibujo improvisado sobre las piedras...Y si el sueño llega sin previo aviso, cualquier lugar a la sombra las milenarias rocas puede convertirse en el mejor dormitorio. El aire puro entra por los pulmones, oxigenándolos, liberando toda compostura y rectitud, tan propias de la disciplina del día a día. En las faldas del Moncayo las nuevas tecnologías no tienen cabida ¿Quién necesita mirar la última actualización del WhatsApp o subir una foto a Instagram cuando puede disfrutar contemplando el paisaje? ¿Qué podía salir mal en un día tan idílico como aquel? Pero entonces, un grito, el cielo se oscurece, algo se rompe en la perfecta estampa invernal. Dicen que unas compañeras y una profesora han desaparecido, el pánico y la confusión se apodera de las presentes. Ya no hay juegos de cartas, ni cotilleos, ni lecturas, ni chistes, ni risas que los correspondan. Las leyendas de las ninfas que habitaron el lugar dejaron de tener sentido, a menos que sus rostros, demacrados por alguna maldición, estuviesen detrás del misterio. Nadie sabe qué hacer, salvo esperar hasta que la angustia venza y no quede más remedio que marcharse y comunicar lo sucedido. En el momento de la partida, muchas echamos la mirada hacia atrás preguntándonos cómo había podido suceder, si lo estábamos pasando en grande, si hasta habíamos conseguido olvidar el colegio y a sus odiosas monjas. Mientras el autobús se alejaba serpenteando, el Moncayo se alzaba majestuoso, escondiendo su frío corazón de piedra, sepultando las voces de cuatro mujeres para siempre. Aquello sucedió el catorce de febrero de 2018, ciento dieciocho años después de que en las inmediaciones de Hanging Rock, tres alumnas y una profesora desaparecieran sin dejar rastro durante un picnic el día de San Valentín de 1900. ¿Verdad? ¿Ficción? ¿Cuál de las dos historias ocurrió de verdad? A todo eso juega la autora del libro que hoy tengo el placer de reseñar, a todo eso juega una servidora que, desde la humildad, ha querido actualizar a la par que homenajear a una de las mejores lecturas del verano. Picnic en Hanging Rock: una desaparición, un internado de inspiración victoriana y una terrible maldición.
La historia de como Picnic en Hanging Rock llegó a mis manos es realmente sencilla. Pero si quiero ser honesta con vosotros, debería comenzar este relato, verídico esta vez, describiendo como, desde hace un tiempo, mis gustos lectores han experimentado un gran cambio. Como he comentado en más de una ocasión, el género fantástico fue durante mucho tiempo uno de los grandes olvidados entre mis lecturas habituales. Si bien es cierto que a los cuentos infantiles, en los que se entremezclaba la realidad con elementos o personajes típicos de la literatura fantástica, les tenía verdadero aprecio, ninguna historia más adulta de estas características lograba cautivarme. Por no decir que alguna vez menosprecié el género en público, sin cortarme ni un pelo. La cosa cambió cuando descubrí que había mundo más allá de las historias de hadas buenas, orcos perversos o reinos gobernados por criaturas sobrenaturales. Un mundo que, por otro lado, me inquietaba, me resultaba apasionante y provocaba mil y un preguntas en una mente tan curiosa como la mía. Estoy hablando del terror, sí, de ese género tan venerado, en cuyo seno acoge a algunas obras cumbre de la literatura universal, tan temido por la mitad de los lectores, tan venerado por la otra mitad y con unas características más versátiles de lo que aparenta. Gracias al descubrimiento del terror de la mano de uno de los grandes maestros (aún sigo sorprendida ante el estremecimiento que sentí al leer Corazón delator de Edgar Allan Poe), fui poco a poco ampliando mis lecturas al respecto. A este paulatino descubrimiento del género ayudó que, de la noche a la mañana, muchas editoriales de este país comenzasen a editar novela de terror, especialmente de inspiración gótica, victoriana o neovictoriana, como si no hubiese un mañana. Los fantasmas, las casas encantadas, los espigados acantilados, los cementerios y demás tópicos del género volvieron a estar de actualidad y a despertar el interés de la crítica y de los lectores a partes iguales. Fue durante esa etapa de aprendizaje, en la cual me encuentro actualmente, cuando llegó a mis oídos la historia de Hanging Rock de la mano de Impedimenta y de algunas reseñas colgadas en internet. Hasta ese momento, había leído mayoritariamente novelas o cuentos del género siempre ambientados en Reino Unido o Estados Unidos, así que en cuanto descubrí que su autora era australiana e indagué sobre el lugar en el que se desarrollaba la acción no me lo pensé dos veces. Pensé que sería interesante y podía enriquecerme aún más como lectora. El libro llegó a mis manos a mediados de julio y durante el mes de agosto se convirtió en una de las lecturas del verano, por no decir que en una de mis imprescindibles.
Centrándonos en la reseña propiamente dicha comenzaremos diciendo que Picnic en Hanging Rock presenta una de las lecturas más adictivas que he experimentado en mucho tiempo. Y eso que la premisa de trama, la cual hemos desgranado al principio de la reseña, no tiene en un principio mucho misterio. ¿Cuántas novelas o relatos se han escrito sobre la desaparición de personas en el bosque, en el campo, en parajes de ensueño? Muchísimas, demasiadas tal vez, y la mayoría de ellas han acabado derivando hacia el género policíaco. No obstante, lo que hace especial a la novela de Lindsay es que el lector que se adentra en sus páginas no se encuentra ante la canónica historia de detectives y delincuentes o asesinos a los que dar caza, sino ante algo más complejo, más siniestro. Gracias a una ambientación de ensueño, de la que al principio nos enamoramos y de la que después sentimos verdadera asfixia, y por supuesto, a un manejo magistral del suspense, la autora arma una historia tan sugerente que el lector se siente incapaz de abandonar su lectura. Con Picnic en Hanging Rock, Lindsay crea un público adicto y que no parará hasta llegar al final de esta historia. Y lo mejor de todo es que lo consigue sin recurrir, como si hacen otras autoras y autores, a elementos explícitos y bastante forzados típicos del propio suspense. Unas mínimas y sutiles pinceladas bastan para que se metiese y se siga metiendo a legiones de lectores en el bolsillo. Todo eso está muy bien pero, ¿Qué fue lo que de verdad desató la locura por esta novela? ¿Qué es lo que ha provocado que cada año muchos curiosos viajen hasta Australia y visiten las montañas de Hanging Rock? ¿Qué mantiene fascinados a los lectores de medio mundo desde el momento de su publicación hasta nuestros días? La respuesta es sencilla: su excepcional ambigüedad, y es que su autora jamás reveló si lo que se narra en la novela ocurrió de verdad o simplemente es pura invención. Ese doble misterio fue suficiente para que por un lado la novela trascendiese de lo popular, y por otro, para que Lindsay ganase mucho dinero gracias al éxito entre los lectores. Pero más allá de cuestiones de marketing, pues cabe la posibilidad de que todo se redujese a una estrategia editorial pura y dura, lo que está claro es que Picnic en Hanging Rock es algo más que un best seller de la época, sino un ejemplo de agudeza, destreza y originalidad literaria. Ese excelente equilibrio entre realidad y ficción nos empuja a una historia que, por muy extraño que parezca, no va del misterio de la desaparición en si, sino de lo que ésta provoca en el internado de señoritas al que pertenecen las tres alumnas y la profesora extraviadas. Lindsay no esclarece el enigma, sino que se limita a explicarlo y a narrarnos las consecuencias, el cataclismo al que tienen que hacer frente alumnas, profesoras, la directora y los trabajadores del lugar. En esta novela no hay, bajo mi punto de vista, un personaje que sobresalga sobre otro, a pesar del empaque de Herster Appleyard (directora del internado), convirtiendo a Picnic en Hanging Rock en una novela coral en la que las distintas voces se entremezclan, acentuando todavía más la sensación de asfixia. ¿Y qué pasa con el final? ¿Qué sucede? ¿Consiguen volver las tres chicas y la profesora sanas y salvas? No está en mi mano responder a todas esas preguntas, si tanta curiosidad os ha despertado esta reseña, sólo tenéis que hacerme caso, salir de casa, acudir a vuestra librería o biblioteca más cercana y haceros con un ejemplar. No os arrepentiréis, os lo aseguro.
Como acostumbro a hacer en mis reseñas, lo mejor me lo dejo para el final, y es que si un libro no insta a la curiosidad, no reactiva la imaginación o no provoca preguntas en el lector ¿de qué sirve entonces este último párrafo? Lo suprimiría y punto. Pero como soy una optimista empedernida, siempre trato de sacarle el máximo partido a las lecturas. De todo se puede aprender, incluso de las bazofias literarias o de esas novelas cuyo final nos ha indignado. Afortunadamente, no es el caso del libro que acabamos de reseñar, pues si de algo debe estar orgullosa Joan Lindsay es de haber provocado miles de teorías relacionadas con la novela y el paradero de sus cuatro personajes desaparecidos. Cada cual más disparatada y original que la anterior. Desgraciadamente no vengo a formular una hipótesis al respecto, sino a hablaros de la palabra "cambio". Si realizamos una rápida búsqueda en internet comprobamos enseguida las diferentes connotaciones que atesora este término. Cambio de día, cambio de año, cambio de planes, cambio de hora, cambio de decisiones, cambio de parecer, cambio de ropa, cambio de costumbres, cambio de pensamiento, cambio de destino, cambio de vida...Desde las más anecdóticas hasta las más trascendentales, pero todas unidas por un nexo común, el de desprenderse de lo que nos ha acompañado durante tanto tiempo a todos los niveles y sustituirlo por algo nuevo. Es entonces cuando la incertidumbre y las dudas aparecen de improviso, obligándonos a contestar a preguntas del tipo: "¿será lo mejor?", "¿estoy obrando correctamente?", "¿no estoy arriesgándome demasiado?", "¿qué me deparará todo esto?", "¿y si fracaso?" "¿y si no consigo lo que pretendo?". Los cambios asustan, es normal, y al principio todos nos resistimos a él. Nos hemos acostumbrado tanto a un patrón determinado que cuando tenemos que subir el siguiente escalón o nos sacan de la zona de confort entramos en crisis. Algo así sucede en Picnic en Hanging Rock, siendo éste uno de los temas centrales de la novela. Todo en ella gira al rededor del cambio y son muchos los elementos que nos dan pistas. No es casualidad que la autora haya decidido ambientar la novela en el año 1900 (toda una declaración de intenciones) como tampoco la fecha escogida, el catorce de febrero. En primer lugar, 1900 marca un interesante punto de inflexión, pues al tiempo que simboliza el fin de una era de esplendor marcada por la expansión imperialista fundamentalmente, también representa el inicio de otra más convulsa, más mortífera, menos pacífica. Todos sabemos los acontecimientos que marcaron el siglo XX, por eso, respecto al XIX, se produce un notorio cambio a nivel mundial. En 1900, la gente aún desconocía los próximos conflictos y atrocidades a los que el mundo se iba a tener que enfrentar, pero si apreciaron la evolución a la que invitaba la entrada en el nuevo siglo. Seguidamente, en la novela el día de San Valentín adquiere una dimensión distinta. Se acabó el romanticismo y los estándares tradicionales tan repetidos hasta el momento. La tragedia de Hanging Rock provoca una pérdida de inocencia brutal entre las protagonistas, sobre todo entre las alumnas, preludio de lo que estaba por venir en las próximas décadas de siglo XX. Tampoco es producto del azar la inspiración neo-victoriana del libro. Son muchos aspectos los que nos trasladan al XIX: la dualidad entre belleza y terror respecto al paisaje, el carácter británico de su directora, la superstición o la constitución del propio internado (que nada tiene que envidiar a las típicas mansiones tétricas de la época victoriana). En ese sentido Appleyard se erige como una especie de último bastión de una época que toca a su fin, como un anacronismo dentro de una normalidad a punto de quebrarse. Solo ante la noticia de la desaparición, los pilares que antes soportaban con dignidad todo síntoma de cambio empiezan a quebrarse. La maldición se cierne sobre Appleyard cual novela victoriana se tratase, los gritos de cambio comienzan a devorar todo lo aprendido, ni siquiera la estricta educación impartida ni la artificial inocencia de las alumnas servirán para afrontar lo que traerá consigo el siglo XX. Y todo esto sin recurrir a fantasmas, cementerios encantados o criaturas fantásticas. La realidad, o mejor dicho, el cambio de realidad da más miedo que cualquier ser espeluznante. Picnic en Hanging Rock: una historia de tradiciones desfasadas, miedos, paisajes entre lo idílico y lo hostil, alumnas que pierden el candor, maestras que se resisten al cambio, una comunidad al borde del abismo...En una palabra: léanla.
Frases o párrafos favoritos:
"El picnic perturbó el normal desarrollo de sus vidas, en algunos casos de un modo muy violento. Y lo mismo sucedió con innumerables criaturas de presencia mucho más insignificante. Arañas, ratones, escarabajos… También ellos se escabulleron, se ocultaron o salieron corriendo aterrorizados, de manera parecida pero a una escala más pequeña. La trama comenzó a urdirse en el colegio Appleyard en el mismo instante en que los primeros rayos de luz del día de San Valentín cayeron sobre las dalias, y las alumnas se levantaron para ver lo espléndida que era la mañana e iniciar el inocente intercambio de tarjetas y regalos."
Película/Canción: en el año 1975 se estrenó la única adaptación cinematográfica de esta novela a cargo de Peter Weir, que con el tiempo ha acabado por convertirse en un film de culto de gran belleza cinematográfica al rodar gran parte de sus escenas en entornos naturales de la Australia más agreste. Por otro lado, este mismo año se ha estrenado su primera adaptación televisiva en el canal COSMO, en la que podemos encontrar a la actriz británica Natalie Dormer dando vida a la estricta directora del internado Herster Appleyard. En esta ocasión, me inclino por adjuntaros el tráiler de la versión de 1975, y es que su dirección de fotografía así como su estilo me han fascinado.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Nos vemos el año que viene, el 14 de febrero, en Hanging Rock.
Cortesía de Impedimenta