Patricia Lorente nos escribió para ofrecernos un ejemplar de su novela, Sándwiches de mermelada. Como con cada uno de los autores que nos escriben, leímos su sinopsis y miramos si queríamos recibir o no el libro (nuestro fin no es juntarnos con libros en casa a mansalva, así que si nos ofrecen alguno que sabemos que no nos interesa decimos que no, no porque sea otro libro más que acumular vamos a leer qué sé yo, vida y milagros de Benedicto XVI), pero bueno, este rollo viene a que después de leer la sinopsis del libro de Patricia y ver qué nos podía ofrecer, no dudamos en ningún momento.
Así que recibí Sándwiches de mermelada una mañana, y por la tarde cuando me puse a leer, en una hora ya lo tenía terminado: es muy muy finito -130 y pocas páginas- y con un tamaño de letra tirando a grande, además que se lee rapidísimo. “En persona” el libro es una cucada, así chiquitito con un tacto sedoso y una cubierta en colores pastel que relajan (una vez en las manos la cubierta se ve preciosa).
El exterior es bonito y el interior no se queda atrás, un librito que no se hace de más.
Podéis adquirir el libro por 7€ (aquí os dicen cómo) sabiendo que 1€ del precio va destinado a la asociación ASFEMA: Asociación Fenilcetonuria y OTM Madrid.
Aunque esté narrado por (*momento rebuscando quién es el narrador porque me da que no me ha dicho su nombre), podría decirse que la protagonista es Cristina. La novela, o breve novela, trata sobre Cristina y su enfermedad: la fenilcetonuria. ¿Qué, que no sabéis qué es lo que les supone a las personas que la padecen? Bueno, Patricia os lo explicará mejor que yo a través de nuestro narrador, pero para que os hagáis una idea os cuento un poco a mi manera: se clasifica la fenilcetronuria como una “enfermedad rara” por la cual las personas no pueden asimilar el aminoácido fenilalanina que contienen las proteinas de la carne ya que la encima que se encarga de procesarla está, digámoslo de algún modo, deteriorada; así que la fenilalanina se acumula en la sangre provocando en los afectados retraso de las habilidades mentales y sociales, movimientos espasmódicos,… debido a la toxicidad de la misma. Esta enfermedad debe detectarse en los recién nacidos (de ahí la prueba que nos hacen nada más llegar al mundo). La autora, aunque conocedora de lo que supone para una familia esta enfermedad, no ha querido recrearse en ese aspecto y la ha tratado desde el punto de vista de la vida en el instituto como si fuera algo más.
¿Qué pasa? Que Cristina debe seguir una dieta estricta a base de verduras, azúcar, fruta y unos batidos que aportan a su cuerpo aquello que le falta. Imaginaos pues en el instituto, que llegáis nuevos allí y que os ven un tanto delgada, comiendo ensaladas, bebiendo esos batidos y poco más (a parte de que sois listas de cuidado),... Cristina es como un caramelito en la puerta del colegio para esos compañeros que están en la edad del pavo y solo saben que criticar y despreciar a los demás.
Pero luego está nuestro narrador, que se enamora perdidamente de ella y que nos irá contando cómo la ve y todo lo que siente por ella y por sus amigos, que solo saben que malmeter en contra de la chica.
Creo que el punto fuerte de esta pequeña novela es el narrador: por fin un chico que tiene diecisiete-dieciocho años, que aparenta diecisiete-dieciocho años y piensa y habla como un chico de diecisiete-dieciocho años, ni más ni menos. Ni exagera sus problemas ni los empequeñece; los personajes de este libro tienen los mismos conflictos que cualquier adolescente: sus miedos, sus dudas, sus ganas de luchar, así como los celos y envidias. Los movimientos de los personajes son bastante verosímiles, como la vida misma; aquellos que se sienten cohibidos, aquellos que se las dan de más y hacen la vida imposible a “los más débiles” y aquellos que tienen mucho que decir al mundo pero todavía no encuentran el valor que les falta.
Esta es una novela bien escrita (aunque, tal y como le he comentado a la autora, los laísmos que suelta de vez en cuando suenan un tanto extraños), no hay errores de edición ni de corrección, es dulce y sencilla, transmite algo especial, está escrita a través de una especie de diario personal y casi no hay diálogos, pero la verdad es que el muchacho se las apaña bastante bien con ello.
No tiene un argumento bestial ni una trama muy entretejida (recordemos también que 130 páginas no es que den para un libro de dos kilos), pero es una historia simple de esas que va bien leer de vez en cuando para hacerte pensar en los pequeños detalles; no es una maravilla maravillosa –quizá para calificarla como tal son necesarias unas cuantas páginas más- pero el chico es majo y la lectura se hace entretenida.
Esta es una de esas novelas que recomendaría como “obligatoria” en colegios (para niños y adolescentes), pues aunque el final me haya dejado muy así así y no me haya llegado a convencer del todo por lo “feliz” de la situación (todos sabemos que la gente no cambia de la noche a la mañana, y menos cuando eres consciente de tus actos y lo haces con saña) tiene un gran mensaje y es agradable de leer.
Nia