Publicado en la portal Kyenyke.com
Germán Borda con su filigrana nos presenta esta breve novela, surgida como complemento debidamente hilvanado de sus anteriores cuentos recogidos antes en Los Minuteros del Vacío.
El tiempo es el amigo y el enemigo del hombre; toda su existencia está basada en este concepto recogido en el instrumento que lo mide. Nada más vivir, desde la germinación hasta la muerte, la vida en un constante tic-tac va pasando. A veces dulce, muchas otras trágica, otras tantas sin sentido, unas más con esperanza.
La novela nos lleva a la vida de Kalhil, Hans Paul, cuya obsesión por el tiempo y su medición traspasa cualquier realidad; se sumerge en el estudio desde los albores de cómo se concibió el entendimiento entre el día y la noche y como correlacionarlos, verlos, contarlos; las sombras proyectadas; las gotas de agua cayendo acompasadas en los instrumentos; los cantos diferentes de las aves según la hora y el momento; las saetas que marcan días, horas, minutos, segundos; los piñones, los péndulos, los resortes; en fin toda la amalgama de búsquedas infinitas.
Nos presenta la búsqueda de la armonía y sincronización perfecta; o incluso, la perspectiva de devolver el paso andado con el cambio de dirección de la rotación; las agoreras premoniciones de horas fatales, de edades cumplidas, de trabajos finalizados, cual parca lista a cortar el hilo.
Se describe el espacio físico en Viena con su museo del tiempo; los extraños personajes que pretenden vender, ojear, conocer piezas extrañas; o aquel que busca dentro de las estancias llenas de instrumentos y relojes, aquel que marca el tiempo final; o la hora más notable; o el fin de la existencia.
Borda, nuevamente con su poderosa imaginación, nos sumerge en esa realidad irreal, para fortuna de sus lectores.
Una invitación para deleitarse con la lectura; eso sí, sin mirar el reloj y dejar pasar el tiempo.
Mauricio López