RESEÑA: Una habitación propia.

Publicado el 06 septiembre 2018 por Jimenada
UNA HABITACIÓN PROPIA
Título: Una habitación propia.
Autora: Virginia Woolf (1882-1941), pilar de la narrativa contemporánea y figura central del Grupo de Bloomsbury, cultivó con éxito la novela escribiendo títulos tan memorables como La señora Dalloway, Al faro o Las olas entre otras. Al mismo tiempo también se atrevió con el ensayo literario (El lector común), el político (Tres guineas) y la biografía (Roger Fry). También lo que podríamos denominar un nuevo género: la biografía semificticia, como el caso de Orlando. Miembro de lo que se ha denominado la aristocracia intelectual británica, a su muerte (suicidándose en el río Ouse, cercano a su domicilio), el poeta T. S. Eliot escribió que se habían dado en su vida y obra unas características tan singulares e inéditas dentro del mundo anglosajón que difícilmente se repetirían. Una opinión que la posterior publicación de sus diarios, cartas y varias biografías han confirmado. Su ensayo feminista, Una habitación propia, es uno de los más aclamados e influyentes desde el momento de su publicación.

Editorial: Austral.
Idioma: inglés.
Traductor: Laura Pujol.
Sinopsis: en 1928 a Virginia Woolf le propusieron dar una serie de charlas sobre el tema de la mujer en la novela en las universidades femeninas de Newnham College y Griton College, ambas pertenecientes a la prestigiosa universidad de Cambridge en Reino Unido. Lejos de cualquier dogmatismo o presunción, planteó la cuestión desde un punto de vista realista, valiente y muy particular.
Su lectura me ha parecido: breve, concisa, bien estructurada, interesante, amena, de veloz lectura, absolutamente imprescindible en los tiempos que corren...Queridas lectoras y lectores, os voy a ser sincera, hasta hace unas semanas no tenía ni idea de como empezar esta reseña. No es que una servidora estuviese atravesando por una crisis de inspiración, no, esas me las conozco perfectamente. El motivo residía en una falta de entusiasmo y de negatividad, sin duda consecuencia de la situación por la que muchos jóvenes de mi generación estamos pasando, que no es otra que la falta de oportunidades laborales. La verdad sea dicha, a pesar de las colaboraciones con editoriales y con medios de comunicación digitales en los que podéis leer algunos de mis artículos publicados, yo no cobro, no me pagan por reseñar X libro o escribir un breve texto sobre la vida de mujeres olvidadas por la historia. Amo mi trabajo, porque aunque no esté remunerado es trabajo, y muy duro por cierto, no os podéis imaginar lo que significan para mi vuestros comentarios e vuestro interés por lo que realizo en este espacio y fuera de él. Hay días en los que he estado a punto de tirar la toalla, dejar de escribir (pues también escribo mis propios textos literarios) y dedicarme a algo más productivo. Eternas jornadas, como las vividas durante las pasadas vacaciones veraniegas, que me han servido para reflexionar, poner en orden mis pensamientos y conseguir plasmar algo sobre el papel. Pero que no han evitado, una vez más, momentos de bajón y de no querer levantarte de la cama. En esas estaba, mientras observaba esta misma pantalla en blanco, cuando un recuerdo asaltó mi cabeza sin previo aviso. Me vi a mi misma, exultante, en una de las oscuras salas de la National Portait Gallery, lugar que visité durante mi última estancia en Londres, contemplando el retrato de Virginia Woolf. Era justo ese, el que he adjuntado en la presente reseña, más pequeño de lo que me imaginaba e impregnado de un tono sepia, síntoma sin duda del paso del tiempo. Una fotografía así no se olvida fácilmente, como tampoco lo que sentí al contemplarla en vivo y en directo. Al recordar todo aquello me dije a mi misma, frente a esta misma entrada, que tenía que escribirla. Por la gran Virginia Woolf, por todo su legado y sobre todo por mi misma. Si algo me ha enseñado el feminismo es a no rendirme a pesar de las adversidades, teorías y mensajes he atesorado gracias a libros como el que hoy tengo el placer de reseñar. Una habitación propia: una demanda convertida en clásico universal.

La historia de como Una habitación propia llegó a mis manos es bien sencilla, de hecho podría empezar por relataros lo que sentó una vez lo deposité, con orgullo, en el último estante de mi apreciada librería. Pero como suele decirse, toda historia tiene un principio, y éste amigas y amigos, no es el verdadero inicio. Antes de entrar en la universidad no había oído hablar de Virginia Woolf, lo se, increíble pero cierto. Ni sabía quien era, ni me había interesado por su producción literaria, y lo peor de todo es que nadie, absolutamente nadie, me incentivó a descubrirla en todas sus facetas. Si bien es cierto que sabía de la existencia de un libro suyo, en concreto el de Las olas, pues éste llevaba años recogiendo polvo en una de las estanterías de mi casa, pero jamás de los jamases me hubiese atrevido a adentrarme en él de no ser por mi paso por la universidad. Con esto no quiero decir que antes de ingresar en tal alta institución no conociese a grandes personajes femeninos de la historia. De hecho, gracias a ellas (y a la lectura de algunas novelas y revistas) tomé la decisión de estudiar dicha carrera y o otra, a pesar de todas las críticas, consejos, y menosprecios hacia una labor más amplia y enriquecedora de lo que la gente se piensa. Fue en sus aulas, durante aquellas tardes en la biblioteca, en medio de discusiones académicas en las que, en más de una ocasión, conseguíamos remover conciencias donde aprendí de verdad lo que era la historia, la mentira, la verdad, las mil y un caras de un mismo acontecimiento, las miradas con las que se puede observar una imagen o leer un texto, el peso de las consecuencias o su trascendencia en la actualidad más acuciante. Todo eso fue lo que aprendí, pero también a que, a pesar del paso de los siglos, todavía existen ciertos ámbitos de la historia inexplicablemente marginados y que durante muchos años nadie se ha atrevido a tocar. Un sucio desván en el que podemos encontrar, entre otros muchos grupos relegados, a las mujeres. ¿De verdad a nadie vio interesante estudiarlas, conocer su historia a lo largo de los milenios, comprobar sus avances y retrocesos? ¿Cómo es posible que la historia de quienes constituyen la mitad de la humanidad no interesase, a nivel académico, del mismo modo o más que la de la otra mitad? Fue en ese proceso de aprendizaje, y en cierto modo sin despegarme de lo autodidacta, cuando di de nuevo con Virginia Woolf y Una habitación propia. Su nombre estaba por todas partes, incluso citado a pie de página en libros que, a priori, nada tenían que ver con la época en la que vivió su autora. En cuanto supe de que iba el ensayo, en cuanto fui consciente de su atemporal mensaje y en cuanto vi su breve extensión no quise dejar pasar la oportunidad de acercarme a él y profundizar en su lectura. Sin embargo, no fue hasta las pasadas Navidades cuando mis padres me lo regalaron, junto con otros tres magníficos libros, y encima en la edición de Austral Singular, justo la que yo quería. La emoción se mezcló con la gratitud, pues sentía que en mis manos tenía una autentico clásico inquebrantable al paso del tiempo. Marzo fue el mes escogido para leerlo, y el lugar, la ciudad de Alicante. Fue un viaje exprés pero muy intenso y en el que no pude tener mejor compañero, literario como no, a mi lado durante aquellos días.

Para empezar diremos que Una habitación propia presenta una lectura rápida, ágil, pero no por ello carente de contenido y profundidad. El de Virginia Woolf es un libro que dura pocos días en tus manos, u horas en el caso de que se tope con un lector ávido o con mucho tiempo libre. He de confesaros que al principio, durante los días previos a su lectura, este ensayo me despertaba mucha curiosidad, pero también un gran respeto. Siempre había leído, incluso oído decir, que los libros de Virginia Woolf son extraordinariamente densos, pesados y que muchos eran los que dejaban a medias la lectura de ciertos textos muy concretos. Por eso, y porque por naturaleza soy una persona que tiende a ponerse en lo peor, leí la primera página de Una habitación propia con cierto recelo, pero una vez superada ésta, las demás se sucedieron una tras otra ante mi atónita mirada. La velocidad a la que leí ese libro me sorprendió, tanto que desde entonces, siempre que la oportunidad se me presenta, procuro ampliar mi humilde biblioteca con más y más libros de la señora Woolf. Pero ¿de qué va Una habitación propia? ¿Qué tiene que me ha enganchado tanto? ¿Esta justificado que se haya convertido en un clásico inmortal del movimiento feminista? Para empezar, Una habitación propia no es más que una colección de conferencias que la autora redactó, desarrolló y expuso en varias universidades femeninas de la Universidad de Cambridge en el año 1928. Unas conferencias que versaron sobre un tema tan simple como la relación entre la mujer y la creación literaria y de cómo éstas, las escritoras, sufrían discriminación por su condición femenina en un mundo, el literario, dominado mayoritariamente por los hombres.  Esto puede parecer algo normal, de hecho en la actualidad son muchas las universidades que acogen este tipo de discursos en congresos académicos. Pero pensad por un momento, lectoras y lectores, en lo que significaba en ese momento pronunciar una serie de conferencias sobre este tema. Recordemos que estamos en la Inglaterra de 1928, en un contexto post bélico y en el que hacía exactamente diez años que las mujeres podían votar. Unos años en los que, a pesar de que se hubiese alcanzado una de las reivindicaciones más importantes del movimiento feminista, aún quedaba mucho camino por recorrer, un camino al que Virginia Woolf no dudó en sumarse. Muestra de ello es el contenido de Una habitación propia, tan necesario en ese momento como en los tiempos que corren. Sin ahondar más de lo necesario, pues de lo contrario esta entrada sería extensísima, podemos comentar que este ensayo se agrupa en varios bloques temáticos muy diferentes entre si y separados mediante capítulos. De este modo, el lector salta de uno a otro sin problema, y lo más importante, sin desconectar del hilo conductor, que no es otro que evidenciar como las mujeres, por el hecho de ser mujer, lo han tenido y siguen teniéndolo difícil para conseguir una carrera de éxito en el mundo de la literatura. En primer lugar, Woolf se adentra en el problema del acceso de las mujeres a la educación, pero sobre todo, a la independencia económica. Woolf observa como éstas son apartadas de la idea de escribir por culpa de su pobreza financiera. A no ser que fueras hija de nobles o burgueses con ideas progresistas, era realmente complicado que una mujer pudiese tener una habitación propia para desarrollar sus propias inquietudes literarias. Por otro lado, la idea del ángel del hogar todavía imperaba en aquellos años, es decir, la idea de que las mujeres solo tenían cabida en el ámbito doméstico, sin posibilidades de trabajar fuera del hogar, ganarse un sueldo por ellas mismas o emprender. En segundo lugar, y para explicar los diferentes destinos entre una mujer y un hombre con los mismos intereses intelectuales se inventa un personaje, el de Judith Shakespeare, hermana ficticia de William Shakespeare. Este es sin duda uno de los pasajes más interesantes, pues a través de un ejemplo nacido de lo puramente especulativo, del "¿qué pasaría si...?", observamos como, mientras William Shakespeare consigue cumplir sus expectativas, Judith Shakespeare no logra desarrollar sus capacidades privada de una falta de oportunidad por el simple hecho de ser mujer. En tercer lugar, Woolf disecciona una por una las carreras literarias y la situación económica y social de las grandes novelistas británicas desde el siglo XVI hasta finales de siglo XIX. Jane Austen y las hermanas Brontë están presentes, pero también otras menos conocidas como Margaret Cavendish o Aphra Behn entre otras. Y por si fuera poco, en cuarto y último lugar, Woolf parece proporcionar en Una habitación propia, las claves para escribir sobre lesbianismo sin caer en lo que ella llama "juicios de obscenidad". En otras palabras, una guía escritoril, o un manual de conferenciante, para poder sortear a la censura sin dejar de hablar o escribir sobre las relaciones románticas o sexuales entre dos mujeres. Todos estos breves capítulos, en definitiva, tienen el objetivo de interrogar al lector, hacerle pensar, que se sienta obligado a reflexionar sobre las injusticias que durante años ha soportado la mujer con inquietudes literarias. Woolf plantea debate, pero también la necesidad de reparar la memoria y devolver el respeto a las literatas del pasado, para que así, las escritoras del futuro, puedan desarrollar sus carreras en igualdad respecto a los hombres. Con una habitación propia y dinero se solucionaría parte del problema, pero para que éste desaparezca, hace falta menos invisibilidad y que su trabajo sea reconocido. Con estas premisas, no me quiero imaginar las preguntas que las alumnas le formularían a Woolf tras las conferencias. ¡Quien tuviese una máquina del tiempo para viajar al pasado!

Para finalizar esta primera reseña de la temporada, he decidido adquirir un tono autobiográfico y contaros, a grandes rasgos, mi relación con los cuartos u espacios propios que he tenido desde que tengo memoria hasta la actualidad más inmediata. Desde donde me alcanza la memoria, he practicado y disfrutado de algunas disciplinas artísticas. No se me daba mal la música tanto en el colegio como en el instituto (hubo un tiempo que quise apuntarme a aprender solfeo), he bailado sobre escenarios (me costaba lo mío), he tomado clases de arte dramático (hasta el punto de que durante un tiempo la consideré como una posible salida laboral), me encanta dibujar (tengo cuadros al oleo colgados en casa) y he coqueteado con el canto (aunque la experiencia no fue del todo satisfactoria). Pero sin duda, lo que me ha marcado en muchos aspectos de mi vida ha sido y es la escritura. Desde pequeña me ha encantado escribir, inventarme historias, personajes, mundos en los que éstos podían vivir o protagonizar sus aventuras. Una pasión que sin duda nació de la lectura, primero de aquellos cómics de Disney o de Asterix y Obelix para luego ir evolucionando a los cuentos infantiles, la novela juvenil, los clásicos, la novela más comercial y el ensayo. Al principio, no era consciente de lo importante que era tener tu propio espacio, pues me ponía a escribir en cualquier parte, incluso en el campo. Lo maravilloso de aquellos primeros años era que me daba igual el dónde, sólo me importaba escribir y punto. Luego, conforme fui cumpliendo años, aparecieron los primeros diarios, los cuales rellenaba de pensamientos, ideas para futuras historias y algunas cuestiones personales que no dudaba en vomitarlas sobre el papel a modo de terapia. Por aquel entonces ya había ganado mi primer concurso de relatos con un texto sobre el horror del Holocausto (a mis quince años ¡ojo!) un acontecimiento inesperado que se convirtió en un aliciente para no abandonar la escritura. Más adelante, y entre las cuatro paredes de mi habitación, escribía textos cada vez más largos pero fáciles de leer. Y aunque no acabé ninguno, pues el fantasma de la inseguridad siempre acaba venciendo, recuerdo aquellos años, los que abarcaron mis últimos años de instituto, como los más felices en cuanto a creatividad. Estaba sola, en mi propio cuarto, rodeada de papeles, libros de texto y novelas. Incluso la cama en ocasiones se convirtió en una especie de refugio en donde podía meditar cuando me encontraba falta de inspiración. Fueron tiempos gloriosos, tan gloriosos como inocentes. Con el paso del tiempo, y como es normal, la exigencia en los estudios se impuso a la escritura, y las horas de estudio fueron arañando segundos a las sesiones de escritura. Hasta el punto de que dejé de escribir textos de gran envergadura. Cuando el horrible segundo de bachillerato finalizó tomé la decisión de publicar por capítulos aquella historia que estaba escribiendo en este mismo blog (pues Jimena de la Almena tiene más historia de lo que os pensáis). Esa decisión tan simple, y que a la larga resultó tan trascendental, la tomé en mi cuarto propio, y con ayuda de una buena amiga, conseguí sacarlo adelante. Después, ya encontrándome en la Universidad, las cosas cambiaron drásticamente al perder mi cuarto propio. Había que hacerlo, era una cuestión necesaria, mi abuelo no podía estar solo en su casa, así que lo acepté y reconvertimos la habitación en un dormitorio con dos camas en las que dormiríamos mi hermano y yo. Fueron años duros, en los que tuvimos que acostumbrarnos a un tipo de convivencia nunca antes experimentada y en el que mi lugar de trabajo, al igual que el de mi hermano, se redujo a una pequeña mesa en el despacho de mi madre. Ya no estaba sola, con mis cosas y mis manías, y eso al principio me desquiciaba, pero aprendí a asumirlo y con el tiempo acabé asumiéndolo como parte de mi rutina. Cuando mi abuelo finalmente falleció, decidimos que el cuarto vacío se iba a emplear como estudio, pero una vez más, me encontraba compartiendo espacio. Aún así me vino bien, pues poco a poco pude retomar mi pasión literaria, aunque con ciertas dificultades. Actualmente, y por cuestiones puramente climatológicas, escribo estas líneas desde una pequeña mesa situada en la habitación de mis padres, con la ventana abierta y un pequeño ventilador apuntando mi cara. No es el mejor sitio del mundo, pues me siento una intrusa, pero en él he estado escribiendo los últimos meses. Mi situación no es la misma que a la de aquella productiva adolescencia. Hoy por hoy no me siento capaz de escribir un texto superior a las cincuenta hojas, la inseguridad me acecha detrás de la puerta, he recuperado la costumbre de escribir en un diario, tengo trabajo pero no es remunerado, me angustia pensar que a mi edad vivo todavía con mis padres, a veces me echo a llorar sin motivo alguno, me bloqueo, me aterra pensar en el futuro pues tiendo a verlo negro, hay días que siento que estoy perdiendo el tiempo, que debería dejar de soñar, que tendría que ser como los demás, que no consigo concentrarme...No se si todo eso se agrupa bajo una misma palabra o si simplemente estoy tirando piedras sobre mi propio tejado, lo que sé es que lo que estoy haciendo aquí, en Jimena de la Almena me gusta, y que con cuarto propio o sin él, estoy consiguiendo muchas cosas, aunque a veces sienta que éstas sucumben a la invisibilidad y a los prejuicios de quienes no lo consideran un trabajo. Ensayos como el de Virginia Woolf me salvan de caer en la oscuridad, personalmente me ofrecen esperanza. Si sigo escribiendo, si sigo tocando a puertas, si sigo adelante con mis inquietudes, es posible que consiga mi cuarto propio en el que poder sentirme segura y realizada para desarrollar tramas, personajes, artículos...¿Conferencias o discursos quizá? Una habitación propia: un texto reivindicativo, lúcido, contundente, inteligente, plagado de reflexión...El ensayo feminista que no debe faltar en nuestras vidas.
Frases o párrafos favoritos:
"Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción."
Película/Canción: el año pasado se estrenó en España la adaptación teatral de el famoso ensayo de Virginia Woolf de la mano de María Ruiz en la dirección y con la interpretación de Clara Sanchís, la cual le ha reportado infinidad de halagos, reconocimientos e importantes premios teatrales. Aquí os adjunto un fragmento de la citada obra durante una representación.

¡Un saludo y a seguir leyendo!