Reseñas cine: “Conan el bárbaro”

Publicado el 17 agosto 2011 por Juancarbar

Confieso no ser un entendido en la obra literaria de Robert E. Howard. Conozco al escritor, tangencialmente, por ser el creador de personajes como Kull, Solomon Kane o Conan, que han protagonizado célebres (y no tan célebres) adaptaciones al cine, el comic o la televisión. Por consiguiente, ante el estreno de una nueva versión fílmica de las aventuras del bárbaro por antonomasia, dirigida esta vez por Marcus Nispel (“La matanza de Texas”, “El guía del desfiladero”) y protagonizada por Jason Momoa, servidor se quedará en principio con la duda de si este nuevo acercamiento a la criatura de Howard resulta fiel a lo dispuesto en los textos originales o si, por el contrario, es una aproximación tan libre como (dicen los entendidos) el primer “Conan el bárbaro” cinematográfico (aquel realizado por John Milius e interpretado por Arnold Schwarzenegger).

Reconozco, también, que para mí el Conan de Milius es una de las cimas del cine de aventuras. Independientemente de que se adapte mucho o poco a la esencia literaria del personaje, se trata de una película de una apabullante potencia visual (y sonora: la partitura de Basil Poledouris es sencillamente insuperable), con un importante trasfondo filosófico (la sombra de Nietzsche se pasea a sus anchas por todo el metraje) y unas cuantas escenas de acción memorables. Un clásico, en resumen.

El interrogante de si la nueva “Conan el bárbaro” sería un remake de aquélla o una película totalmente independiente se resuelve a los pocos segundos de arrancar, cuando una voz en of entona de modo ceremonial el ya conocido discurso (“Between the time when the oceans drunk Atlantis and the rise of the Sons of Aryes, there was an age undreamed of”), para acto seguido introducir al espectador en un conflicto milenario en torno a un objeto mágico que otorga a su poseedor el poder sobre la vida y la muerte, todo muy en la línea del prólogo de “El señor de los anillos” pero con innumerables (y algo casposas) llamaradas ejerciendo de cortinillas entre planos, y uno ya sabe a ciencia cierta qué película está a punto de ver.

Así, el Conan de Nispel es engañosamente reverencial con la versión de Milius. Mantiene algunos de sus aspectos más icónicos, sobre todo en lo que respecta a los primeros compases del film: la forja de la espada y el diseño de la misma, el ataque al poblado de Conan cuando éste es aún un niño (aunque bastante más aguerrido que aquel Jorge Sanz con cara de susto), la enunciación (en términos muy distintos) de un “enigma del acero” o las vengativas motivaciones del personaje principal. Sin embargo, se elimina cualquier rastro de la naturaleza trascendental del film de 1982 y se hace hincapié en el factor exclusivamente lúdico del producto. Lo cual, por cierto, no sería en absoluto un inconveniente siempre que la cinta volase a la altura que la tradición y los seguidores del cimmerio sin duda merecen.

Por desgracia, la versión 2011 de Conan es una película diseñada con tiralíneas, siguiendo el mismo patrón que casi cualquier film de aventuras concebido en los últimos años desde un despacho de Los Angeles. Es cierto que aquí hay importantes profusiones de hemoglobina e incluso una docena y media de tetas al aire, pero este “Conan el bárbaro” no deja de ser, en última instancia, un eco más gore, menos humorístico y (ligeramente) más tenebroso de cintas como “El rey escorpión” o “El príncipe de Persia”.

Nispel, realizador mercenario, rueda sin personalidad ni emoción y se vale de un cuidado diseño de producción para revestir su limitado discurso narrativo de una impostada épica ancestral. Peor suerte corren los actores protagonistas, pues se esfuerzan inútilmente en defender unas líneas de diálogo rutinarias que, simplemente, no dan para más. Momoa es un Conan más que aceptable. Tiene el físico, la mirada y la voz adecuada para encarnar al guerrero, ladrón, pirata y rey; no es culpa suya que el libreto no le permita exprimir un poco más sus cualidades interpretativas (quienes hemos visto la televisiva “Juego de tronos” sabemos que las tiene). Lo mismo, más o menos, puede decirse de Ron Perlman (malogrado padre del héroe en la ficción), Stephen Lang (que da vida al malvadamente unidimensional Khalar Zym), Rose McGowan (hija del villano, con un aspecto realmente poco favorecedor) y Rachel Nichols (interés romántico de Conan que se limita a servir de excusa argumental en el conflicto entre el protagonista y su némesis).

Sin ser una película totalmente despreciable, no hay tampoco nada especialmente positivo que destacar en este “Conan el bárbaro”. Si acaso que, a pesar de no ser vibrante o emotiva, no resulta aburrida en ningún momento. Hay rutina, sí, y también algunos compases donde lo ridículo (como ese Conan niño alzando la espada entre las ruinas de su pueblo) se impone al sentido común y el buen gusto. Pero cuando comienzan los créditos y las luces de la sala se encienden, uno no se lamenta por las dos horas invertidas ni maldice en voz baja a la madre del guionista, como pudiera ocurrir con otras cintas-producto de las muchas que pueblan la cartelera estival. Simple y llanamente, se olvida al instante de Nispel, de Momoa y de esta nueva era Hiboria de aspecto digital hasta que se sienta ante el teclado para escribir una reseña tan mecánica y desalmada como el film que pretende analizar.

Lo cual dicho así tampoco suena especialmente bien, me temo.

(“Conan, el bárbaro” se estrena en los cines españoles el próximo 19 de agosto. Lo hace, además, en dos versiones: la tradicional y la 3-D. Dado que la distribuidora decidió proyectar la cinta en dos dimensiones en el pase de prensa al que Nuestros Comics fue invitado, no me responsabilizo de la mala o buena experiencia que el 3-D pueda tener reservada al espectador. Allá cada uno con su bolsillo y sus prioridades…)

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