Quizás sea una creencia infundada, pero tengo la impresión de que cuando un actor decide dar el salto a la dirección, lo hace movido por la necesidad de sacar adelante la clase de proyectos que echa en falta dentro de la industria. Que, de algún modo, trata de llenar un espacio creativo que ha quedado huérfano o que nunca ha sido explorado. O simplemente porque ronda su cabeza una producción tan personal que le sería imposible dejarla en manos de otro realizador. Así, pienso en Clint Eastwood, Mel Gibson, Robert de Niro, Kevin Costner, Robert Redford o incluso Ben Affleck y Anthony Hopkins, y siento que mi teoría se corrobora. Que, de un modo u otro, los actuales actores-directores hacen ante todo un cine personal y que aspira, con mayor o menor fortuna, a la trascendencia. Por eso me escama tanto el caso de Tom Hanks.
Hanks, que comenzó su carrera actoral dentro del cine comercial más infantiloide para alcanzar con el paso de los años un estatus intocable dentro de la industria y un reconocimiento artístico indudable, es también un importante productor de cine y televisión, habiendo participado en labores ejecutivas en títulos como “Hermanos de sangre”, “The Pacific”, “Donde viven los monstruos” o la futura adaptación catódica de la novela de Neil Gaiman “American Gods”. Suponiendo además que su sentido narrativo se hubiera visto influido por el de los directores con los que ha colaborado a lo largo de su carrera interpretativa (como resulta obvio en la mayoría de actores que deciden situarse tras las cámaras), uno esperaría encontrar en el cine firmado por el californiano ecos de Steven Spielberg, Robert Zemeckis, Sam Mendes, Frank Darabont o los hermanos Coen (también de Ron Howard, lo sé).
Recapitulando: Tom Hanks es un gran actor y un productor exitoso e inteligente que ha tenido a algunos de los realizadores más destacados del cine actual como maestros. Entonces (parafraseando a José Mourinho): ¿Por qué “Larry Crowne, nunca es tarde”? ¿Por qué?
Esta segunda incursión de Hanks en la dirección, tras la entretenida y olvidable (yo la había olvidado hasta que me senté a escribir estas líneas) “The Wonders”, incide inocentemente en la coyuntura económica actual al presentarnos a un modélico y quincuagenario empleado de unos grandes almacenes que es despedido sin previo aviso por no ajustarse al perfil que la empresa pretende imponer entre sus empleados: no posee un título universitario. Será entonces cuando nuestro protagonista, el Larry Crowne del título, decida tomar las riendas de su maltrecha vida comenzando por matricularse en unos seminarios impartidos por la profesora Mercedes Tainot, interpretada por (¡sorpresa!) Julia Roberts. El descubrimiento del ambiente universitario y las nuevas relaciones que Larry establecerá a partir de ese momento tendrán un importante efecto catártico en su vida, que de pronto florecerá en una inesperada segunda juventud.
No tengo nada en contra de las cintas cándidas y melifluas, pues soy muy consciente de que se puede hacer un cine amable y buenrollista sin insultar al buen gusto o a la inteligencia del espectador. Ahí tenemos a Jean-Pierre Jeunet con su adorable “Amélie” o al Danny Boyle de “Millones”. Sin embargo, no he conseguido desembarazarme durante los interminables 98 minutos que dura “Larry Crowne, nunca es tarde” de una sensación de empalago y vergüenza ajena. Todo en ella me resulta insoportablemente cursi, pasteloso, ridículo y obvio. Su vocación de desmedida corrección política traspasa de largo los límites de mi tolerancia al personificar en el papel de Bryan Cranston, marido en la ficción de la Roberts, aquello que Hanks entiende como los mayores vicios del hombre moderno: el tipo escribe comentarios en internet y… (ay, me da hasta vergüenza decirlo) ¡ve porno! ¡Porno! ¡El acabose! Normal que el matrimonio no funcione y tenga que venir el bueno de Larry a demostrarle a la decepcionada profesora universitaria cómo se comporta un hombre de verdad: un tipo que, es de suponer, no se masajea lo blando desde que cumplió la mayoría de edad (porque eso, niños, ¡está MAL!).
Los pandilleros de “Larry Crowne, nunca es tarde” son pacíficos amantes de las vespas y el feng shui que jamás han probado las drogas o han dicho una palabrota; los vecinos son esa familia fuera de la familia con la que uno puede contar cuando necesita un consejo, un abrazo o simplemente unos cuantos cientos de dólares; las profesoras frustradas son capaces de sacar siempre lo mejor de los alumnos más desmotivados, revientaclases y casi esquizoides (pero esquizoides de buen rollo, claro) y el amor y el trabajo siempre están aguardándole a uno a la vuelta de la esquina. “Ser feliz es muy fácil”, parece decirnos Tom Hanks con su película: aunque tengas cincuenta años, tu mujer te haya dejado, acabes de quedarte sin trabajo y no tengas donde caerte muerto porque el banco está a punto de embargarte la casa, ser feliz está tirado. Sólo tienes que ser tan meapilas como Larry Crowne, el Ned Flanders del cine de imagen real.
Poco importa que Hanks facture la cinta con cierta eficacia formal, sin grandes alardes técnicos pero sin ningún traspiés especialmente destacable; que el ritmo sea el habitual (y posiblemente idóneo) en esta clase de productos (comedia romántica A-B-C que no admite sorpresas ni sobresaltos) o que el elenco actoral cuente con secundarios de altura como el mentado Bryan Cranston (idolatrado por los seguidores de la teleserie “Breaking Bad”) o las desaprovechadísimas Pam Grier (“Jackie Brown”) y Taraji P. Henson (“El curioso caso de Benjamin Button”). Ni siquiera me motiva un poco la presencia en pantalla de la exuberante protagonista de la cancelada “Undercovers” de J.J. Abrams, una Gugu Mbatha-Raw que no deja de lucir una belleza casi insoportable en cada fotograma en el que aparece.
Al final nada de esto me importa demasiado: “Larry Crowne, nunca es tarde” no sólo es espantosamente predecible desde el primer segundo hasta el último, sino que se me antoja una película melindrosa, relamida, pringosa y posiblemente mortal para quien padezca problemas diabéticos, a la que le sienta como un guante el sarcasmo de un Homer Simpson que, como yo, es incapaz de tragarse tanta felicidad impostada sin acompañarla con un par de Almax que lo protejan de una insoportable digestión.
Probablemente ésta sea la película que menos me ha gustado de cuantas he visto en cine (y creo que también en DVD o descargadas de internet) en lo que llevamos de 2011. Que ya es decir.
(“Larry Crowne, nunca es tarde” se estrena en nuestro país el próximo viernes, 30 de septiembre. ¿Mi recomendación?).