Sé que esto supondrá un shock para alguno de vosotros, más aún teniendo en cuenta que la web que ahora mismo leéis se llama “Nuestros Comics” y que pocos tebeos han sido tan relevantes en la vida de un montón de lectores como el Tintín de Hergé, pero lo cierto es que nunca he sido lo que se dice un tintinófilo. Conozco la mitología del personaje y admiro profundamente a Hergé como dibujante, pero las aventuras del reportero de “Le Petit Vingtième” no han definido mi particular imaginario personal del decisivo modo en que sí lo hicieron títulos como “Dragon Ball” o “Superman” (por citar dos referentes claros de mi infancia).
Es precisamente por esta razón que un servidor no acudió a la proyección que Columbia Pictures ofrecía a la prensa esta tarde pensando en lo que “Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio” podía ofrecer como adaptación del tebeo a la gran pantalla. Honestamente: yo sólo deseaba ver una buena película de aventuras, sin importar demasiado si la cinta era meticulosamente fiel a su referente de papel.
No obstante, reconozco que la apuesta de Steven Spielberg (director de la cinta) y Peter Jackson (productor) por la animación infográfica consiguió ganarse mis simpatías a fuerza de reverencia por la obra de Hergé desde los primeros compases del film: primero con unos títulos de crédito asombrosos (de lo mejorcito que he visto en mucho tiempo) que reproducen una aventura entera de Tintín y que sientan un precedente para todo lo que vendrá después, y justo a continuación con un cariñoso homenaje al tebeo y a su autor que enternecerá sin remisión a todos aquéllos que alguna vez hayan tenido en sus manos un álbum dibujado por el artista belga.
“Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio” es “solamente” una película de acción y aventuras. El libreto, escrito a seis manos por Steven Moffat (guionista en “Dr. Who” y “Sherlock”), Joe Cornish (cuya “Attack the block” aún no hemos podido ver en España) y Edgar Wright (director, además de guionista, en “Shaun of the dead”, “Hot fuzz” y “Scott Pilgrim Vs. the world”), desdeña totalmente cualquier componente introspectivo en lo que respecta a los protagonistas, descritos con un par de brochazos (Tintín es noble, inteligente y posee una gran curiosidad periodística; punto), para proponer un carrusel de situaciones divertidísimas que se encadenan frenéticamente sin conceder un solo segundo de respiro al espectador. Tampoco es que Hergé fuese precisamente Dostoievsky, claro.
La tónica de la cinta, por tanto, es el ritmo infatigable, el avance continuo en una montaña rusa de gags cómicos de humor naïf, diálogos ágiles y escenas de acción absolutamente desencaja-mandíbulas. No me resulta descabellado afirmar que “Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio” posiblemente contenga la mejor persecución jamás rodada por Spielberg (y no me falla la memoria: tengo muy presente que este señor ha dirigido la saga de “Indiana Jones”), un único y magistral plano secuencia de varios minutos de duración que no sería posible sin uno de los condicionantes que más dudas han suscitado desde que se supo que Tintín daría el salto (una vez más) al cine: el mo-cap o sistema de captura de movimientos.
Olvidaos de “Polar Express” o “Beowulf”, aquellas esforzadas producciones de Robert Zemeckis que se vendieron en su momento como el futuro del cine de animación. “Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio” supera con creces todo lo visto en infografía realista hasta la fecha. ¿Por qué? Precisamente porque no es TAN realista como aquéllas pretendían serlo. Los nuevos diseños de los personajes, duramente criticados por los talibanes de la línea clara de Hergé, funcionan maravillosamente en el film gracias a la dualidad de su esencia digital: son casi humanos en sus movimientos y expresividad, con lo cual el espectador no tiene inconveniente en reconocerlos en pantalla como entes reales, pero al mismo tiempo no lo son, de modo que uno se descubre totalmente indulgente al verlos inmersos en rocambolescas escenas de acción que resultarían inverosímiles si estuvieran protagonizadas por actores de carne y hueso (el motivo por el que la persecución selvática de “Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal” resultaba tan difícil de digerir, por ejemplo).
Además, es menester señalar que los intérpretes que han aportado sus voces y expresiones corporales a los personajes digitales (nombres como Jamie Bell, Daniel Craig, Simon Pegg, Nick Frost o Tobey Jones) han realizado una labor sobresaliente; más aún, incluso, en el caso de Andy Serkis (quien ya fuera Gollum en la trilogía de “El señor de los anillos”, King Kong en el film homónimo dirigido por Peter Jackson y Caesar en la última expedición cinematográfica al “Planeta de los simios”), que encarna aquí a un carismático y descacharrante (amén de borrachuzo y deslenguado) capitán Haddock.
Pero si “Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio” me ha conquistado tan rotundamente ha sido, a la postre, por su impagable ingenio visual. Asumo que no sorprenderé a nadie si digo que Steven Spielberg es, independientemente de la validez de los guiones a los que confíe su talento, uno de los mejores narradores del cine actual (y, si me apuráis, de todos los tiempos). Pues bien: lo que logra aquí el Rey Midas de Hollywood, ayudado por una infografía que desdibuja todos los límites que el celuloide pudiera imponer a su imaginación como realizador, es un auténtico despiporre visual; una bacanal de movimientos de cámara deslumbrantes pero precisos que jamás confunden al espectador y que, sin embargo, no conocen el significado de la palabra “estatismo”. “Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio” es un prodigio de fluidez, tanto en los recorridos de una cámara virtual como en las gloriosas transiciones entre planos (mención especial para el flashback pirata). A lo que hay que sumar, además, un carrusel de guiños y auto-homenajes (desde “Tiburón” hasta “La última cruzada”) que me han dibujado en el rostro una continua sonrisa de nostálgica complicidad.
Si tuviera que ponerle un pero al film probablemente lo encontraría en la simplemente correcta banda sonora a cargo de John Williams, que carece del componente icónico que la mayoría de sus colaboraciones con Steven Spielberg sí poseen. Su jazzística contribución a los títulos de crédito iniciales es admirable, pero a partir de ahí la música se queda en un cómodo segundo plano sin cristalizar nunca en uno de esos leit motivs que durante años Williams ha venido regalando a la memoria colectiva de cinéfilos de todas las edades. Es una pena, pero Tintín no tendrá su propia fanfarria al estilo de Indy o Superman.
Por todo lo demás, “Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio” es una grandiosa película familiar de acción y aventuras, ideal tanto para seguidores de Hergé como para devotos de la saga “Uncharted” de PlayStation, pasando inevitablemente por los incondicionales del arqueólogo del fedora y el látigo.
Por lo de pronto, yo este fin de semana repito.