Con algo de retraso se estrena en las pantallas españolas Monsters, una película que parece seguir los pasos de Distrito 9, el aplaudido (en este blog con reservas) film de Neill Blomkamp. En la forma, como un largometraje de ciencia-ficción con visos de realismo y bajo presupuesto; en el fondo, contando dos películas en una. Distrito 9 era en su primera mitad una crítica a la mezquindad del ser humano en general, y al apartheid en particular; en su segunda parte era La Guerra de las Galaxias para los pobres. Monsters también parece querer abarcar varias historias en una sin saber muy bien por cuál decidirse. Comienza como un inquietante relato de invasiones extraterrestres y deriva hacia el melodrama romántico y el documental que denuncia las penurias de la inmigración ilegal en Norteamérica.
La NASA ha descubierto indicios de vida en nuestro sistema solar. Envía una sonda a recoger muestras pero a su retorno choca en la frontera entre México y los Estados Unidos. La zona se infecta de alienígenas con aspecto de cefalópodos gigantes altamente agresivos, y se declara en cuarentena. El ejército intenta contener la extensión del contagio hacia el norte con continuas patrullas y bombardeos. En esa situación, un fotógrafo de prensa que está cubriendo la noticia recibe el encargo de su adinerado jefe de que saque de allí a su hija que, oh, es un bombón, está prometida y se encuentra atrapada en el país centroamericano. Es una historia mil veces contada en tantas otras formas diferentes, pero en esta ocasión con el fondo de una invasión extraterrestre. Un film de ciencia-ficción y un cuento de amor en zona de guerra. En realidad daría igual que la amenaza fuera la mafia, los zombies, la marabunta o el payaso Krusty.
Gareth Edwards es el Juan Palomo que se encarga de dirigir, escribir el guión, ser el director de fotografía y el responsable de los efectos visuales de Monsters, una producción británica realizada por cuatro duros (qué demodé suena eso) con tan sólo un equipo de dos personas, filmado en las localizaciones sin pedir permiso y utilizando como extras a quien pasara por ahí. A Edwards sólo le faltó protagonizarla. Eso se lo deja a Scott McNairy y a Whitney Able. Un alivio, especialmente en el caso de la fémina. Pocas sorpresas hay en Monsters. Cabe esperar romance, alguna gotita de comedia, movimientos de cámara con los manierismos de cine indie, persecuciones y disparos. Y eso es lo que se obtiene, todo muy comedido.
La película entera es un largo flashback que comienza con la resolución final de la historia. Una primera secuencia de la que no se entiende nada hasta que no se ha visto el último fotograma, y aún así es necesario volver al principio para saber cuál es el desenlace final. Los protagonistas van salvando sus diferencias mientras atraviesan los peligros de la zona restringida junto a sus guías. Se van encontrando con los paisanos y enfrentándose a funcionarios corruptos con el novedoso trasfondo, para el género de que se trata, de paisajes exóticos y bosques pantanosos. De vez en cuando se va dejando caer algún comentario sobre la función del periodismo y una nada velada crítica a la política de inmigración de los Estados Unidos. De hecho, el muro que separa México de los USA, y el ejército que protege su frontera de la invasión alienígena, es un reflejo de la manera en que el país norteamericano evita a los espaldas mojadas.
Todo queda, sin embargo, soslayado por la abundancia de momentos demasiado lentos y un exceso de minutaje sobrante en una película que, paradójicamente, apenas llega a la hora y media de duración. La insistencia en querer darle a Monsters un aire de documental cotidiano sólo logra que Distrito 9 pese demasiado en el recuerdo. Tampoco la evolución de la relación entre la pareja protagonista queda muy bien explicada. Al lado de la encantadora caracterización interpretada por Able, el personaje que encarna McNairy parece un zoquete, y el espectador se ve abocado a suponer que “el roce hace el cariño”. Sólo los últimos diez minutos demuestran tener alma, mientras que lo que queda en medio se limita a ser una mera curiosidad.
Fran G. Lara