El film narra la historia de Jill Parrish, una joven que al llegar un día a casa descubre que han secuestrado a su hermana, Molly. En el pasado fue ella quien experimentó la misma situación pero con la fortuna de escapar, sin embargo la policía nunca creyó su historia y se niegan ayudarla en lo que creen es una nueva invención. Jill no se resigna a esperar y decide emprender en solitario la búsqueda de Molly, sin imaginar el futuro que le aguarda.
A pesar de estar calificada como thriller, el film presenta importantes carencias en cuanto al género se refiere. Considero que crear suspense es una cualidad difícil de poseer, y en este caso brilla por su ausencia. Por muy oscura que sea la fotografía y por mucho detalle que remarque la dirección, no logra crear la atmósfera necesaria para activar la duda en el espectador. Establecida la premisa inicial, atractiva en cualquier caso, puede uno comprobar como pasado el tiempo no sucede nada relevante. Todo se reduce a la persecución constante de un fantasma que se hace patente en el clímax, demasiado breve, incoherente y facilón. No hay nada más demoledor que allanar el terreno para después no construir nada. Es triste pero últimamente sucede con frecuencia. En In time, por ejemplo, en la cual Amanda también aparece, ocurre exactamente lo mismo. Y en Caperucita Roja igual. Uno ve la película y siente que no ha pasado nada. De repente se resuelve la encrucijada principal, deprisa, corriendo y mal y se acabó. La idea es buena pero el desarrollo es incompleto, por tanto la película se reduce a la mediocridad absoluta. El género no debe sólo concretarse en lo visual, sino en lo argumental, y en esto, los guionistas, están de capa caída.
La amalgama de personajes no tiene gran peso, ni de hecho presencia en la película, pues la protagonista se lo guisa y se lo come en solitario literalmente y demuestra una vez más su desacierto a la hora de elegir papeles. Quizás sea momento de desviarse de lo comercial y acercarse a un cine más íntimo o independiente en el cual demostrar su talento, que de tenerlo, permanece oculto tras los taquillazos de turno.
Acudí a verla convencida pero salí, una vez más, decepcionada. Y sólo espero que el director, después del “quiero y no puedo”, hiciese reflexión sobre su propio sueño americano, descartando la idea de seguir avanzando como los cangrejos.
Le doy un 3.
Yolanda Díaz Esteban