'Resident Evil': El maldito huésped veraniego

Publicado el 20 julio 2011 por Eyg

Todos, en mayor o menor medida, sabemos de la importancia de respetar el espacio ajeno. Está lo que se llama la distancia mínima de proximidad, que más que nada por intuición, no traspasamos. Cuando lo hacemos, invadimos el espacio personal y la intimidad.
Esa proximidad nos la saltamos en los momentos privados, con las personas muy cercanas. Luego está el espacio en general. Aquel en el que nos situamos físicamente y que se amplía en función de la utilidad a la que se destine. Por ejemplo, la oficina.
Nuestra mesa es nuestro espacio personal, nuestra responsabilidad. Sin entrar en la importancia que su imagen puede tener para la nuestra, me centro en ella como objeto de nuestro uso. La tenemos como nos parece conveniente, y el que alguien llegue y se permita la libertad de apartar algo sin nuestro permiso nos violenta. Es como si nos dieran un empujón. Mover una torre de carpetas para apoyar la que el otro trae, o su bolso, o algún objeto ajeno a nosotros, nos incomoda. Que la usen para alguna actividad particular, como abrir su maletín, dossier, o archivar, ya nos toca las narices.
Hay grados de invasión y en función de nuestra forma de ser los aplicamos en cada situación y nos afecta más o menos. Luego está lo más personal, que es la casa propia. Ser un buen invitado es algo muy, muy difícil. Requiere de una sensibilidad activa, de una observación discreta, de un sentido elevado del respeto.
Cuando invitamos (o se nos autoinvitan) a nuestra casa con motivos varios, se puede olvidar fácilmente que lo que para el otro es un viaje o visita de ocio y vacaciones, para el dueño de la casa es un aumento de trabajo y entrenamiento en la tolerancia. La visita pesada, que nunca ve el momento de irse aunque sepa que sus vacaciones no se extienden a los dueños de la casa que madrugan al día siguiente para trabajar... es una tortura desesperante que lucha a brazo partido con nuestra educación, mesura y paciencia.
Mi madre decía a propósito de esto eso de "Voy a sacar las escrituras de la casa... si es tuya, me voy yo, y si es mía te vas tú"... o eso otro de "Vamos a acostarnos que esta gente querrá irse"...
Un buen invitado, o huésped, independientemente de la confianza o la proximidad que tengamos con él (da igual si es tu amigo, tu madre o tu hermano), tiene muy claro que es acogido con ternura extrema pero sabe perfectamente que no está en sus campos de algodón. Por lo tanto, ha de tener en cuenta los hábitos de esa casa que no es la suya, ha de ser receptivo a las costumbres y sobre todo, no perder de vista que está consumiendo recursos ajenos. Pongo ejemplos sencillos que pueden resultar desquiciantes para el anfitrión: 

  • Encontrar los geles del baño destapados.
  • Encontrar el jabón fuera de la jabonera.
  • Encontrar la toalla húmeda hecha un gurruño.
  • Encontrar la chapita del botellín y el abridor sobre la encimera de la cocina.
  • Encontrar objetos diversos dispersos por la casa, y peor aún si son rompibles.
  • Encontrar las luces innecesariamente encendidas.
  • No encontrar la botella de agua, que tú la quieres fresca, dentro de la nevera.
  • Abrir y cerrar las puertas de forma ruidosa.
  • Apoderarse del mando de la televisión.
  • Cruzarse en el sofá ocupándolo casi todo.
  • No colaborar en las tareas domésticas.
  • Pedir menú a la carta y no aportar los alimentos.

En fin... una serie de pequeñas cosas que, cuando se prolongan más de dos días, se hacen insufribles por mucho que quieras a la persona. A los adultos nos pasa mucho. Nos volvemos muy celosos de nuestro espacio, y aunque generosamente estemos dispuestos a compartirlo, en nuestro interior lo hacemos con la esperanza, en este caso la mayoría de las veces infantil, de que el otro verá y hará las cosas como nosotros lo haríamos.
En estos tiempos de visitas e intercambios veraniegos, un repasillo a las actitudes propias y ajenas como invitado y/o anfitrión no estaría de más, y por supuesto, que las repasáramos con los pequeños de la casa, que son elementos fundamentales para que esa visita nos deje un buen regusto y el deseo de repetirla.