Si se ha leído algo sobre política y teorías políticas es probable que conozcamos esa máxima que dice que la democracia es el gobierno de las mayorías, pero respetando los derechos de las minorías y donde las mismas deberían sentirse y estar representadas. No tendría lógica, en un sistema que se quisiera considerar democrático, que las mayorías condenaran al ostracismo a las minorías, imponiendo su criterio al margen de los deseos y necesidades de estas, pues podríamos poner en entredicho dicha democracia, corriendo el riesgo de caer en una tiranía de las mayorías.
La democracia no es un concepto ambiguo sino un sistema político o forma de organización social bien definido, otra cosa es la valoración que podamos hacer de ciertas democracias o de la nuestra, a la vista de ciertos hechos o de una posible nefasta separación de poderes. Como dijo Winston Churchill en una famosa e irónica frase: “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.
Cuando en este país hablamos de democracia tendemos a poner el foco en el gobierno del estado –donde podría haber ciertas carencias, como podría ser en el respeto a los pueblos que lo conforman, así como a sus lenguas, costumbres y reivindicaciones- y en menor medida, erróneamente, en el de nuestras comunidades y ayuntamientos. Pero la democracia o la calidad de la misma, sobre todo en lo concerniente a las minorías, no sólo se ha de evaluar en función del comportamiento de nuestros representantes y nuestro sistema legislativo, sino también en el funcionamiento de nuestras administraciones públicas y el respeto a la pluralidad desde las mismas, pues las administraciones públicas, como su nombre indica, son “públicas”, y es por ello que por mucho que en Catalunya o en algunos de nuestros municipios sean gobernados por una mayoría independentista no pueden usarlas de manera partidista.
Todo lo expuesto viene a cuento de un hecho que algunos podrán de tachar como de intrascendente pero que quiero someterlo a la consideración de quienes podáis perder algunos minutos en leer este escrito: ¿se le debe permitir a un instituto público, donde a nuestros hijos se les proporcionan los conocimientos y la formación que les debería ayudar en su desarrollo personal, tomar parte con una actitud proselitista hacia la causa independentista luciendo una bandera “estelada” en su fachada?
Personalmente, sin tener alergia alguna hacia los muy lícitos ideales independentistas, no creo que sea el lugar adecuado para hacer manifestaciones partidistas, pues como indica la pancarta que se halla al lado de la bandera independentista de dicho instituto en ese centro se “enseña a pensar”.
Parte del independentismo catalán critica ese nacionalismo casposo españolista, no sin razón, llegando incluso a tacharlo de antidemocrático pero caen en los mismos errores y contradicciones. El instituto que tomo como ejemplo, y en que doy fe que trabajan grandes profesionales, no puede dada la importancia de su labor formativa tomar parte en cierta causa política, por mucho que a la mayoría le esté bien, pero prohibir, con acierto, que sus alumnos lleven ciertas iconografías políticas. En los centros públicos estudian jóvenes de muy diversos ideales e ideologías, en algunos casos dada su edad susceptibles a cambios, y por lo tanto desde los mismos no se debería tomar partido, y más de una manera tan visible, por ninguna, por muy mayoritarios que puedan ser esos ideales en el entorno o población.
MSNoferini