Ya lo sabes, política es sinónimo de decepción. El espacio para conquistar derechos y garantizar libertades, conduce al desencanto. Una de sus causas es la falta de respeto. El respeto debiera ser uno de los valores más importantes en cualquier sociedad democrática. No solo el respeto a los criterios y opiniones ajenas, que por supuesto, o el de aceptar las diferencias, de aprender a convivir con quienes piensan y actúan como no lo haríamos. En este caso se trata de respetar la verdad, de no confundir ni enmascarar la realidad como tan habitualmente lo hacen determinados dirigentes políticos.
Los partidos emergentes no han esbozado una interpretación novedosa de la realidad. Prosa sobada un lenguaje de camuflaje ya usado por otros. Y sin embargo, han llegado a un electorado amplio, necesitado de ilusiones y esperanzas. Sus discursos exigen democracia, transparencia, rigor, participación, honestidad. ¿Alguna novedad? ¿Acaso no se pide lo mismo desde el resto de formaciones políticas? Sucede que estas palabras, en boca de determinados portavoces y en los altavoces de determinadas siglas, suenan a vacío porque habiendo sido pronunciadas una y mil veces, mil y una vez fueron desacreditadas por los hechos.
El lenguaje es una parte importante de la política. Lo sabemos todos, el Gobierno también. Impotente o desganado para sacar a tanto imputado de sus aledaños, recurre a lo más fácil. Pura indecencia; el imputado pasa a ser simple investigado. Muerto el perro se acabó la rabia; ya podrán alardear otra vez de que son incompatibles con la corrupción y similares memeces. El lenguaje político proyecta una imagen que no se corresponde con la realidad. Demasiados políticos nos ofrecen una foto distorsionada de una realidad que ellos mismos han adulterado. Fraude. Luego tratan de convencernos de que no vemos lo que vemos y se sorprenden cuando ignoramos los datos que nos suministran.
El respeto en política, entre cosas, es responder ante los ciudadanos de manera cierta. Que un representante político trate de engañar a sus representados debiera significar el repudio de todos y la incapacidad para ejercer cargo público. El respeto al ciudadano exige tener la decencia democrática de asumir responsabilidades y éstas pasan por abandonar la vida política mientras existan indicios razonables de una mala gestión o de haber sido incapaz de custodiar y garantizar el buen uso de la confianza que los electores han puesto en sus manos.
En cualquier país con una democracia decente, que un juez instructor acuse de financiación ilegal y de manera continuada, al partido que sustenta al Gobierno, tendría consecuencias inmediatas. En cualquier país con una democracia decente, políticos como Griñán —«No hubo un gran plan pero sí un gran fraude»— o como Rajoy —«Luis, sé fuerte. Hacemos lo que podemos»—, por no citar a Esperanza Aguirre, ya estarían alejados de la actividad política y apartados de sus respectivos partidos aunque solo fuera de manera cautelar. Pero no, la democracia en este país es diferente. Aquí las responsabilidades políticas se confunden con las judiciales y el respeto a los ideales, a las personas, a los votantes y a la democracia se reduce, cada día más, a una palabra vacía de contenido.
Es lunes, escucho a Dan Rufolo:
La gente compra un catálogo, THC y Rap, Post-elecciones andaluzas, Jetas, Griñán ante el Tribunal Supremo, España: país de pícaros, La coherencia entre el decir y el hacer, Café urgente para Platón, No es fácil ser de izquierdas, Uso y abuso del poder.