Mi querido socio de blog y amigo por encima de todo, Silvestre Santé, hace dos días escribió una entrada muy interesante sobre la utilidad de los Estados en la actualidad y en el futuro. Y aunque sea mi amigo, eso no quiere decir que no deba disentir en la opinión sobre ciertos temas. Este es un tema en el que, precisamente, y a la vista de lo publicado en su entrada, disiento en muchas cosas, sobre todo en la cuestión de los Estados y las naciones. Lo que voy a escribir fue, en parte, ya abordado en los comentarios que tuvo dicha entrada, pero también voy a hablar por encima de alguna cuestión no abordada en este debate, y centrándome como ya dije en el Estado y la nación. No sé si podré abarcar todos los temas que mencionó Silvestre Santé en su texto, pero aún así intentaré abordar los máximos posibles.
Antes de entrar en el debate en sí mismo, me quiero parar en una cuestión terminológica y conceptual. El uso de los términos nación y Estado en el texto de Silvestre Santé me produce cierta confusión. Unas veces utiliza ambos términos indistintamente y otras veces tienen cierta diferencia. Por ello creo que necesitan cierta aclaración. Para poder explicar todo esto, haré una analogía para facilitar la comprensión, al menos, de la idea general (es decir, simplificando mucho). En esta analogía consideraremos: nación = Dios, nacionalismo = religión, y Estado = Iglesia. Pregunta del millón, ¿Dios existe? Respuesta: para los que creen en Dios, sí existe, para los que no creen, no existe. Con la nación pasa lo mismo: la nación existe para aquellos que crean en ella, y para los que no crean en ella, no existe. Independientemente de que personalmente uno crea que existe Dios o no, no se puede obviar el hecho de que existen personas que creen en Dios y que al creer en ese Dios también crean, en mayor o menor grado, en un determinado corpus de conceptos e ideas que existen alrededor del Dios en el que creen, es decir, elaboran un sistema de creencias alrededor de esa figura, es decir, la religión. Con la nación ocurre el mismo fenómeno: alrededor del concepto de nación, surgen una serie de ideas, mitos,… que conforman un sistema de creencias que se llama nacionalismo. La Iglesia (o cualquier institución similar) constituye la representación física y material de Dios (más bien de la idea de Dios) y, por defecto, de la religión. El Estado sería la representación física de la nación (más bien de la idea de nación) y, por defecto, del nacionalismo. En relación con esto último, sabemos que hay gente que cree en un Dios, alrededor del cual crean un conjunto de ideas, creencias, mitos,… englobables en una religión, pero que no necesariamente tiene porqué tener una representación física. Mira tú por dónde que también existen naciones sin Estado. Además, de la misma manera que no existe una Iglesia sin Dios, tampoco existe un Estado sin nación. Otra pregunta del millón: ¿por qué mucha gente cree en Dios? Normalmente por cuestiones existenciales, porque necesita creer en algo que el individuo considere como seguro e inmutable a lo largo de su vida, y que permanezca ahí a pesar de los cambios en cualquier otro ámbito de su vida. ¿Por qué la gente cree en una nación? Por los mismos motivos.
Con esta base previa, empecemos a entrar en el debate. La filosofía que está detrás de las ideas propugnadas por mi querido amigo Silvestre Santé en ese texto, no es, ni mucho menos, original de él. La creadora de esta tesis fue la intelectual estadounidense Martha C. Nussbaum (Nueva York, 1947). Resumiendo mucho su tesis, Nussbaum (muy beligerante con el nacionalismo) proponía superar el nacionalismo y acabar en un futuro pasando al denominado “cosmopolitanismo”, es decir, un mundo sin fronteras nacionales que consigue, en gran medida, gracias a los avances tecnológicos (no solamente Internet), y en el que habría nuevas identidades que superen a la idea de nación: ideas, gustos, aficiones, etc. ¿No os recuerda a lo dicho por Silvestre Santé? Con lo que devora libros mi querido amigo, estoy seguro de que se encontró con esa idea en alguna de sus múltiples lecturas, aunque es probable que no haya leído directamente a Nussbaum, sino a algún autor que tenga esas ideas. Por otro lado, hemos de mencionar el hecho de que Martha Nussbaum procede de una familia más que acomodada, fue profesora en Harvard, lleva recorrido medio mundo, y se ha movido (y se sigue moviendo) en un mundo de altas esferas.
¿Porqué estas ideas han sido criticadas en múltiples ocasiones? Las ideas que propugna Martha Nussbaum valdrían solamente para la minoría social en la que vive. Hoy en día, el mundo en el que vivía y sigue viviendo Martha Nussbaum está un poco más alcanzable que cuando ella enunció esta tesis, pero aún así sigue siendo una cuestión de minorías, muy localizadas casi en su mayor parte en las sociedades occidentales/capitalistas. En estas sociedades, es muy fácil que se pueda disfrutar de los beneficios que traen consigo los avances tecnológicos. Pero ¿y qué ocurre en lugares como, por ejemplo, en la mayor parte de África? ¿Los habitantes de esa parte del mundo disfrutan de los beneficios de los avances tecnológicos de la misma manera que lo hacemos en las sociedades occidentales/capitalistas? Intentad aplicar ese esquema de Nussbaum en ese tipo de sociedades, y mirad a ver si os encaja allí. Por lo tanto, estamos hablando de una idea que es, como mínimo, bastante elitista y excluyente, y por lo tanto, no aplicable con carácter universal.
Por otro lado, y como consecuencia de que es una idea hecha por y para una sociedad occidental/capitalista, es una filosofía que pretende hacer una translación de esa misma sociedad en todo el mundo (e incluso a escala intergaláctica como sugiere Silvestre Santé en su texto), es decir, juega con sus propias normas políticas, sociales, culturales,… Para conseguir esto, necesariamente implica la eliminación (o al menos la subordinación) del resto de formas de sociedad y de cultura en beneficio de la sociedad occidental/capitalista, es decir, un proceso de aculturización, que todo el mundo sea homogéneo, lo que eufemísticamente forma parte de la “expansión capitalista” o “globalización”. Pero creo que no nos beneficia como humanidad la destrucción de culturas y sociedades, es un grupo de personas tratando de imponer sus propias políticas, sociedades, culturas, ideas, al resto de personas. Creo que de por sí la idea ya suena bastante mal, es una idea que huele a cualquier cosa menos a democracia y a libertad. Por lo tanto, no tiene pinta de que vayamos a pensar como especie humana, y que vamos a seguir pensando más bien en clave individual, regional o nacional.
Esta filosofía además, es utópica, porque pretende enterrar la idea de identidad nacional demasiado pronto, y con cierto aire a superioridad. ¿Cómo pretendes destruir gran parte de la cultura e historia desde el siglo XIX hasta ahora, que se ha forjado, en buena medida, gracias a la idea de nación? Ni siquiera Francia, que ha tenido uno de los Estados más centralistas de Europa desde la Revolución Francesa (que curiosamente para la mayor parte de los expertos es el periodo histórico donde nace el concepto nación tal y como lo conocemos actualmente), pudo acabar con naciones, lenguas y culturas históricas como la bretona o la corsa, a pesar del empeño que hubo por parte del Estado en Francia por acabar con estas y otras naciones históricas actualmente insertadas dentro del territorio actual de Francia.
Además, ya conocemos la naturaleza egoísta del ser humano y también de los propios Estados, me temo que soy muy pesimista en ese sentido. ¿Ser solidarios en acciones puntuales y particulares? Puede ser, pero ¿ser solidarios en cuestiones globales? Es una idea utópica. Yo no me fío de esa idea de que “todos los seres humanos somos buenos por naturaleza”. Créeme, muchos de los defectos existentes en la educación actual (al menos en su concepción teórica) tienen mucho que ver con la creencia en esa frase (y si no, escuchad a George Carlin). En relación con la naturaleza egoísta de los Estados, solamente hay que ver la cantidad de veces que se incumplen los tratados y leyes internacionales en diversas materias, lo cual dice muy poco sobre la aplicación real y práctica de estos tratados y leyes más allá de la pura palabrería y de las buenas intenciones.
Por otro lado, Silvestre Santé menciona la cuestión de las entidades supranacionales tipo ONU o Unión Europea. Estoy de acuerdo en que están aumentado su poder, pero con matices. En general, la mayor parte de la gente quiere que sus Estados estén presentes en la mayor cantidad de instituciones internacionales posibles. Pero no todo el mundo lo quiere hacer a cualquier precio, pues ser un Estado miembro de estas instituciones implica perder parte de la soberanía nacional. En algunos aspectos no suele haber demasiados problemas, especialmente cuando hay una situación económica favorable: apertura de fronteras, homologación de títulos, facilidades en el comercio,… Pero en cuanto la situación económica se va al traste, aparecen los problemas que implica ser miembro en algunas de estas identidades, lo cual incita todavía más al descontento público hacia estas instituciones. En la ONU aún no hay mucho problema, pero en la Unión Europea se nota mucho. Silvestre Santé mencionó el Brexit como una marcha atrás, algo en lo que estoy completamente de acuerdo. Pero se olvida de que el Brexit también es un síntoma de que la identidad nacional importa mucho a mucha gente, y que la globalización no puede implicar pérdida de la cultura y de la identidad nacional, porque es algo que importa a mucha gente. Evidentemente, cuando nos ponemos del lado contrario, y llevas esta idea de nación hasta el extremo, es cuando (re)surgen el UKIP en Gran Bretaña, Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia,… lo cual tampoco es bueno. Por otro lado, en la mayor parte de los casos, tampoco se atienden como deberían a las necesidades locales y/o regionales. Es decir, por un lado, se puede dar mucho dinero para invertir en una región, pero a veces no se sabe muy en qué se invierte ese dinero realmente. Por otro lado, a veces la vara de homogeneización que existe en las organizaciones supranacionales hace que a veces se destruyan muchos puestos de trabajo en una región simplemente por el hecho de dárselos a otra, en vez de fomentar que ambas regiones tengan las mismas oportunidades por arriba, y no igualarlos por abajo, o por el simple hecho de que hay la intención de invertir en otros sectores económicos y la intención de recolocar a los perjudicados en el proceso de homogeneización en dichos sectores económicos en los que se quiere invertir. Todo esto es algo que en la teoría parece que suena muy bien, pero en el momento en el que no hay dinero para poder llevar a cabo esto, se da por imposible esa idea y entonces, para poder cumplir con la igualdad, se iguala por abajo. Este hecho lo sabemos muy en Galicia con la aplicación de las cuotas láctea y pesquera. Cuántos puestos de trabajo destruidos por promesas incumplidas.
De homogeneización de leyes habla el TTIP que también mencionó Silvestre Santé. En teoría, propugna la libertad de mercado entre Unión Europea, Estados Unidos, y las grandes corporaciones multinacionales, idea que suena muy bien sobre el papel. Y digo en teoría, porque este tratado lo han llevado tan secretamente y a espaldas de la opinión pública (lo cual es tan democrático como el fascismo), que es un poco difícil conocer en la práctica y con detalles la naturaleza de este tratado. Pero mucha gente, al conocer la naturaleza secreta de la negociación de este tratado, teme lo peor: dar rienda suelta a que las industrias alimentarias introduzcan cualquier elemento artificial (químicos, hormonas, etc.) en los alimentos que comemos en la Unión Europea y que de momento están prohibidos aquí, pero que en Estados Unidos son legales, sin ningún tipo de etiquetado ni control de ningún tipo; permitir la práctica masiva del fracking en la Unión Europea, de la misma manera que en Estados Unidos, para aumentar la producción de gasolina, sin mencionar el hecho de que es una práctica altamente contaminante para el medio ambiente; suprimir los derechos laborales que se les reconocen a los trabajadores en la Unión Europea e igualarlos a los de Estados Unidos, es decir, casi ninguno (mencionar, por ejemplo, que Estados Unidos solamente reconoce 2 de los 8 convenios principales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)), y así un largo etcétera de cuestiones que perjudicarían a los individuos de ambos lados del Atlántico en favor de las grandes corporaciones.
Sobre el cambio climático, tantísimas conferencias y reuniones internacionales para abordar este tema, para que hasta ahora tengamos mucha más palabrería y buenas intenciones que hechos reales. Las principales potencias mundiales no han firmando la mayor parte de los acuerdos internacionales en esta materia, y no tiene pinta de que vaya a cambiar esta situación a corto plazo. El cambio climático ya está afectando a la economía y a la salud de las personas, y aún así tenemos a personajillos como Rafael Hernando en España diciendo que eso del cambio climático es cosa de “eco-comunistas”. Y así ocurre con muchos de los que nos gobiernan, algunos de los cuales acaban por irse a empresas privadas a las que, oh, qué casualidad, les interesa seguir contaminando. Si realmente les interesase el cambio climático, no estarían negociando la mayor parte de los puntos que implica el TTIP.
Colonización espacial, en fin, yo de este tema en particular reconozco que no estoy muy enterado, pero sí sé lo que ha ocurrido a lo largo de la historia de humanidad cuando se ha querido colonizar cualquier territorio: guerra, destrucción, muerte,… La única excepción a este panorama es el Tratado Antártico, y aún así es por el simple hecho de que dicho territorio tiene un interés casi exclusivamente científico. Pero créeme que si allí hubiese algo realmente rentable para el sistema capitalista, ya estarían las grandes corporaciones como locas para quién se lleva ese recurso tan rentable y habría conflictos para poder conseguirlo. Mientras no conozcamos la existencia de vida extraterrestre ni conozcamos un planeta que tenga las condiciones necesarias para poder albergar vida humana, supongo que será más fácil conseguir un tratado similar al del Antártico. Pero si no es así, estoy seguro de que habrá muchos conflictos alrededor de este asunto.
Salud humana. No sé hasta qué punto es ético que los organismos supranacionales obliguen a Estados e individuos a legislar sobre el uso correcto o incorrecto de los medicamentos. Si alguien realmente quiere usar mal los medicamentos, lo va a hacer igual, independientemente de que se lo prohíban por ley o no. Y si hay un problema grave que concierne a gran parte de la humanidad, por ejemplo, una pandemia, mucho me temo que la naturaleza egoísta del ser humano va a dictar la famosa sentencia del “sálvese quien pueda”. Así que ni gobierno de la especie humana ni nada que se le parezca, nos va el egoísmo, lo reconozcamos o no.
En definitiva, la identidad nacional va a seguir ahí, sea de manera más o menos evidente; las entidades supranacionales, si no cambian su forma de ser y continúa mucho más tiempo la crisis económica, acabarán por ser desacreditadas, muchos países se acabarán saliendo de estas instituciones (al menos, por un tiempo) y no tendrán el efecto práctico, global, y dinamizador que se pretendía (y si no me creéis, mirad lo que le ocurrió a la Sociedad de Naciones, el antecesor de la actual ONU); los avances tecnológicos avanzarán más y estarán más presentes en la vida de los individuos, pero es poco probable que sean capaces de suprimir a la identidad nacional (al menos a corto plazo), el cambio climático realmente se tratará cuando toda la humanidad sea capaz de reconocer dicho problema y se lo tome en serio, la colonización espacial como proyecto a largo plazo está muy bien, pero lo más probable es que también se someta a la maquinaria del capitalismo, y la salud humana se mantendrá más o menos bien si se invierte en investigación y se impida que se cumpla el deseo oculto de algunas multinacionales farmacéuticas: vender al mismo tiempo la enfermedad y el remedio.
Para Silvestre Santé y para quien quiera. Sin acuse de recibo.
Simón de Eiré