Restaurant Jules Verne, dominando todo París

Por Atableconcarmen @atableconcarmen
  
 
 
Viajar es una de las cosas que más me gusta con diferencia. Viajar y, además, tener agradables experiencias gastronómicas, creo que es uno de lo mejores regalos que puedo tener. A principios de este año, y con la excusa de celebrar mi cumpleaños, pasamos algo más que un fin de semana en París, con la suerte de almorzar uno de los días en el Restaurante Jules Verne.
Cenar o comer en el Jules Verne es toda una experiencia, y no sólo por lo gastronómico. Acceder por el ascensor privado del pilar sur de la Torre Eiffel sin necesidad de hacer colas, la atención que el personal te brinda desde el primer momento, el ambiente de las salas, su cocina, el atento servicio y las increíbles vistas que desde allí se disfrutan, hacen que se convierta en una de esas experiencias inolvidables que seguro recordaremos a lo largo de nuestra vida.
  
  

 
Puede que para algunos este restaurante sea cosa de turistas, no voy a negar que muchos de los comensales lo eramos. También nos lo comentó el personal del Jules Verne, el mayor porcentaje de la clientela es americana. Aunque por aquello de las excepciones, el día que nosotros estuvimos no sé cuál sería la nacionalidad de los clientes de nuestra sala, no me dio la impresión de que hubiera muchos americanos y, por contra, al menos, había un par de mesas de franceses que estaban de celebración.
  

 
Es una de esas cosas que anotamos en nuestra lista interminable de deseos y que tenemos que hacer, al menos, una vez en nuestra vida, por que seguro que no nos arrepentiremos.
Situado en la 2ª planta de la Torre Eiffel, a 125 metros de altura, con unas vistas de 360º de todo París, merece la pena no sólo por lo panorámico, sino por lo gastronómico.
  

 
El Jules Verne abrió sus puertas allá por la década de los 80 como club nocturno del que se hizo cargo, en el 2007, Alain Ducasse para darle un giro radical y convertirlo en un elegante y moderno restaurante con una estrella michelín.
Y si es agradable almorzar o cenar a 125 metros de altura, mientras se contempla una de las más bellas ciudades del mundo, lo que no debe ser nada fácil es cocinar. A esas alturas y por motivos de seguridad, la cocina a gas no está permitida y es eléctrica. Obstáculo en el que no se repara hasta que no se conoce.
  

 
En cuanto al precio, como imagináis, no es barato, pero está en la línea de los restaurantes gastronómicos o con estrella michelín de París. ¿Para repetir? No lo descarto. Todo dependerá de cómo de frecuente tenga la suerte de visitar París y así ir tachando de mi lista de pendientes otros restaurantes.
Hay diferentes salas, dependiendo de donde nos ubiquen, y si estamos en primera línea, obtendremos unas fabulosas vistas del Campo de Marte o del Trocadero y Palais Chaillot, como tuvimos nosotros. Las mesas se adjudican por orden de reserva, por lo que si se quiere una mesa junto a los ventanales habrá que realizar la reserva con mucho tiempo de antelación. Sí, lo nuestro, nuestra visita, fue premeditada y al menos reservé con un mes de antelación.
  

 
El ambiente es muy agradable, suelo enmoquetado, música de fondo y mobiliario apropiado que nos hace sentir cómodos y nos invita a alargar la sobremesa. Curioso el baño. Y el servicio impecable, siempre atento y dispuesto a asesorarnos o a responder a nuestras preguntas, saben que se trata de un momento especial para los clientes. Nosotros conversamos con ellos tanto en francés como en español.
La cocina está a la vista a través de un ventanal, pero no desde las salas, sino que la vemos al llegar o al salir, mientras nos ubican.
  

 
Se puede pedir a la carta o elegir uno de los menús. Hay un menú a mediodía de 3 platos y otro tipo de menú, que fue el que nosotros elegimos y que se puede tomar tanto a la hora del almuerzo como de la cena, el Menú Experience de 5 ó 6 platos, según se elija. En cuanto a la bodega, la carta es amplia pero también ofrecen una propuesta de maridaje con 5 vinos diferentes, que fue por la opción por la que nos decantamos.
  

 
El Menú Experience lo actualizan cada mes y nuestros platos, con maridaje incluido, fueron estos:
  
  • Dorada marinada con rábano negro y sésamo / 2014 Condrieu (Lionel Faury)
      

  
  
     
  
  • Confit de Foie gras de pato acompañado de pan de jengibre y especias / 2012 Riesling grand cru – Winech – Schlossberg de Paul Blanck @Fils
  
 
  
  
  
  
  • Vieira dorada con Coliflor y caviar dorado / 2012 Chassange – Montrachet 1er Cru Les Caillerets de Lamy –Caillat
  
 

  
  
  
  • Filete de Rodaballo acompañado de verduras de invierno a la reducción de cítricos
  
 
  
  • Vacherin de Mango, Lima y Vainilla / 2009 Côteaux du Layon, de Clos de Sainte-Catherine – Domaine des Baumard
 
 
 
  

  
  • L’écrou croustillant (tuerca crujiente) de chocolate de la fábrica Alain Ducasse de París / 2013 Maury de Mas Mudigliz.  Este postre es la firma de la casa. Se trata de una creación del jefe pastelero y chocolatero del taller de Alain Ducasse, Nicolas Berger. Hace referencia a las numerosas tuercas presentes en el ensamblaje de la estructura de la Torre Eiffel
  
 

 
La sobremesa la alargamos bastante por lo bien que allí nos encontrábamos. Y con el café y la infusión vinieron los petits-fours en abundancia, y digo esto, porque la cantidad era considerable para dos personas y a mí se me presentó un gran problema.   
 

  
Por una parte, mi “yo” goloso no concebía la posibilidad de dejar aquellas suaves nubes de lima, las intensas y blanditas trufas, que se deshacían en cuanto nos las llevábamos a la boca y la bandejita de macarons de pistacho, pequeña ópera y sablé bretón.   
 

  
Por otra parte, había que renunciar a algo por que era ya demasiado dulce. Y es que quizás sí, quizás está algo descompensado la proporción de salado y dulce del menú. Evidentemente, está diseñado para golosos. Ahora entenderéis el porqué de extender la sobremesa.
  


 
Antes de salir, se puede bajar un tramo de escaleras para disfrutar de las vistas al aire libre, y luego volver al restaurante para descender con el ascensor.
  

 

 
Cuando a media tarde abandonamos el restaurante, aprovechamos para dar un largo y relajado paseo a lo largo del Sena, dejando a nuestras espaldas la Torre Eiffel y disfrutando de esa mágica atmósfera que siempre nos brinda París. Cuanto más la visito, más necesidad tengo de volver. À bientôt Paris!

  
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Bon Appétit!