CUANDO LA NATURALEZA SALTA DEL ENTORNO Y SE CUELA EN TU PLATO
Enclavado en la montaña alicantina, concretamente en el municipio de Cocentaina y con unas maravillosas vistas al valle del río Serpis, se encuentra el restaurante La Montaña, donde tras un intrincado acceso desde la carretera N-340, se entra a la propiedad a través de unos extensos y cuidados jardines, en los que ya se observan además de una preciosa carpa para celebraciones, distintas terrazas con un bonito mobiliario colonial, que se distribuyen por diferentes rincones, augurando unas deliciosas veladas de verano bajo un cielo donde todavía es posible contemplar las estrellas.
La mantelería y el menaje, actuales y de acorde con el local, destacando sobre el conjunto el diseño de los platos, de gran tamaño y distintos colores, que aportan una nota desenfadada al comedor.
Respecto a las personas que dan vida al restaurante, destacar la maestría y presencia humana de Jose Luis Olcina “Josele”, que en compañía de su esposa Susi y tras una vida dedicada a los fogones (No en vano nació y se crió en la venta el Pilar, que regentó su padre José, medalla de oro al trabajo y al mérito turístico) y diversas experiencias con varios locales y localizaciones, ha logrado a mi juicio lo que todo restaurador sueña: Un restaurante donde tanto sus clientes como él mismo disfruten de la categoría y servicios propios de un local “estrellado”, pero sin el estrés y el sobreprecio que significaría tenerlas oficialmente concedidas y mantenidas. Creo que Josele no las busca aunque pudiera tenerlas sin mucha dificultad.
Destacar por otro lado la exquisita educación y el trato dado por su hermana, que con encanto y sencillez es capaz de conseguir que se disfrute de intimidad y a su vez se esté constantemente atendido ante cualquier necesidad, sin que esto suponga la más mínima injerencia (cosa muy difícil de encontrar últimamente). Como único contrapunto al equipo humano, el camarero encargado de los vinos, que aunque muy correcto y eficiente, se veía algo exiguo en conocimiento y presentación de los mismos, en las temperaturas y en el servicio (sigo haciendo campaña para que el vino ocupe el lugar que le corresponde en sala y tenga el trato y el servicio que se merece).
Una vez ubicados y puesto rostro al restaurante, pasamos a dar un repaso a las especialidades que allí se pueden disfrutar, comenzando con una tradicional pericana, sublime y crujiente al máximo, como si de corn flakes se tratara, exenta de la aceitosidad que caracteriza a este plato y donde se conjugaban a la perfección unos pimientos especialmente cultivados para este plato (parecidos a los choriceros riojanos), un excelente bacalao desmigado y braseado y sus correspondientes ajos y especias. De las mejores que he probado, siendo éste un plato del que cada restaurante de la comarca suele jactarse de contar con la receta verdadera y perfecta. Creo que Josele la ha conseguido.
Ahora toca su turno a una verdadera bomba de sabor y frescura vegetal: calabacines a medio crecer y que aún conservan su flor, que ha sido magistralmente rellenada de una crema de queso fresco y foie. El conjunto está rebozado en tempura con sésamo y levemente frito, logrando una textura crujiente y suave que respeta escrupulosamente la frescura de la materia prima. A mi juicio una combinación perfecta entre la sencillez de la huerta y la sofisticación oriental de su presentación.
Destacar las alcachofas estofadas, acompañadas de pasas y piñones, que directamente se derritieron en la boca, como si en vez de vegetales se tratase de figuras hechas de mantequilla. Exquisitas y acertadamente aderezadas con la salsa ofrecida. Algunos comensales destacaron positivamente el hecho de servirlas conservando una buena porción del pedúnculo, síntoma según los entendidos de una gran frescura y un tamaño perfecto para su consumo (ni que decir tiene de donde habían salido).
Como guiso se sirvieron unas cazuelitas de Olleta, otro guiso tradicional de la montaña alicantina, donde se combinan las habichuelas blancas y las pencas, con magro de cerdo, morcilla y embutidos autóctonos. Un plato redondo que me hizo entrar en calor y olvidar la tormenta que azotaba el bosque que tenía frente a mí. Con este plato pasa como con la pericana: Hay tantas variantes como cocinas donde se elabore. Yo lo encontré sabroso y contundente, evocando desde la primera cucharada recuerdos infantiles en la cocina de mi madre, por lo que le doy la máxima puntuación.
La carne vino dada por un excelente filete de lomo alto de ternera estadounidense al centro (de Dakota para más señas), en su punto de plancha, muy tierno y jugoso, magro en extremo y sin escatimar con la sal gorda que lo recubría. Un bocado delicioso, representativo del surtido grupo de carnes procedentes de distintos lugares del planeta que nos ofrece la casa. La carne la disfruté sazonada con una crema de mostaza elaborada personalmente por Josele, que tuvo la atención de mostrarnos los distintos granos en crudo que adquiere para sus condimentos (para un sumiller, olfatear y distinguir entre distintos granos de mostaza, es un divertimento que quizá no sea comprendido ni compartido por el resto de los mortales).
Como el pronombre “pre” dejaba entrever, a continuación entraron en escena los postres, compuestos por unos generosos platos individuales surtidos de una fabulosa tarta de mouse de chocolate negro y de un helado de vainilla sobre bizcocho bañado en leche y canela (rosegons), hermosamente presentados. Al centro se dispuso a su vez una exquisita manzana asada rellena de crema pastelera y nueces, decorada con flores de nata, fresas y hojas de menta.
En cuanto a los vinos, los elegidos para la gloria fueron los siguientes:
- Tinto Heretat de Taverners crianza 2.004, con tempranillo, cabernet sauvignon y monastrell, de la relativamente cercana y centenaria bodega del mismo nombre, ubicada en Fontanars dels Aforins, acogida a la D.O. Valencia. Evolucionado, caliente y sin vida.
- Tinto Mallaura 2002 de Heretat de Taverners. Cabernet sauvignon, monastrell y merlot, con 18 meses en roble francés de 1º y 2º año. Vivo y elegante.
- Tinto Dominio de Ugarte reserva 2004, de la riojana bodega Heredad de Ugarte, de Alavesa subzona de Laguardia, con un 95% tempranillo y un 5% graciano. Plena fruta y vigor.
- Tinto dulce Maigmó, 100% MONASTRELL, de la bodega local Vins del Comtat (D.O. Alicante). Dulzor con carácter y viveza vegetal.
- Pedro Ximenez El Candado, de la jerezana bodega Valdespino. Un postre en estado líquido.
Restaurante La Montaña. Partida Els Algars, 139. 03820 Cocentaina (Alicante). Tlf. 965 590 832.
Mail: info@restaurantelamontana.es
Web: http://www.restaurantelamontaña.es/