En cualquier caso, consciente de lo efímero de algunas lecturas, y demasiado perezoso para intentar dar a otras la entrada que merecerían, me rindo una vez más al recurso facilón de la lista. Aquí van unas pocas:
El hombre del lago, de Arnaldur Indridason
Las novelas de Indridason siguen a rajatabla todos los mandamientos de la novela negra, y sin embargo, tienen algo diferente. Ésta es la tercera o cuarta que leo de este autor, y me ha enganchado aún más que todas las demás. El inspector Erlendur, de cuya triste y atribulada vida vamos aprendiendo más detalles, está obsesionado con los casos de desapariciones desde que, a la edad de 10 años, perdió a su hermano pequeño en una tormenta de nieve en la montaña. En este libro, la aparición de un esqueleto atado a un aparato de transmisión ruso, que salen a la superficie seca de un lago después de medio siglo enterrado, nos lleva a la RDA en la época del monstruoso Walter Ulbricht, cuando medio país espiaba al otro medio. Interesantísima.
Novela de ajedrez, de Stefan Zweig.
¿Conseguiré algún día leerme todas las obras de Zweig? A pesar de que ésta es una de sus novelitas más emblemáticas y lleva muchos años publicada en español, hasta ahora no había caído en mis manos. Tenemos en ella algunos de los motivos recurrentes en el autor, como por ejemplo las confidencias de un desconocido al narrador, la obsesión como patología, la lucha del individuo frente al totalitarismo, y el arte y la imaginación como último refugio del alma. Un gozo para los amantes de Zweig, y una obra, como tantas suyas, que reclutará para la causa a los cada vez más escasos desconocedores del gran autor vienés.
El monóculo melancólico, de Guido Ceronetti
Todo un descubrimiento, este Ceronetti. Este libro es una colección de ensayos que van desde los canteros que tallaban las piedras de la catedral de Estrasburgo (y su fascinante conexión con la masonería) a la guerra civil española, pasando por Rembrandt, el gallo cósmico, o el cadáver de una prostituta en la morgue.
Leviatán o la ballena, de Philip Hoare
Algunos libros son tan buenos que hasta se puede perdonar lo imperdonable, esto es, una traducción con numerosos errores y una edición que claramente no ha sido revisada. Ya en la primera página nos encontramos con un tímido traducido incorrectamente del inglés timid, que nos depara una frase carente de sentido. Y así sigue, con una puntuación errática hasta la exasperación. Y es una pena, porque el libro, escrito con pasión obsesiva y con gran talento, es una joya. Melville, ámbar gris y espeluznantes leyendas a lo Jonás.
La vampira de la calle poniente, de Luis Antón del Olmet
Un pedazo de la historia de Barcelona y de España en el caso de Enriqueta Martí y de su fallida víctima, que sacó esta escalofriante historia a la luz. Morbosas crónicas propias de la prensa amarilla, pero también, y sobre todo, el retrato de una sociedad, la de 1912, a la que nunca hemos dejado de parecernos.
Filosofía a mano armada, de Tibor Fischer
Fischer es un autor inglés de origen húngaro que goza de relativo prestigio en Gran Bretaña. Cultiva cierta reputación de escritor de culto, algo rebelde, con predilección por los personajes perturbados, y un sentido del humor cáustico e iconoclasta. El problema es que ese cultivo es demasiado intensivo, y no hay nada más cargante que un escritor que intenta que todas y cada una de sus frases sean demoledoras perlas del ingenio. Graciosillo hasta que se hace insufrible, y eso sucede bien pronto. Abandonado en la página 76.
Bajo el techo que se desmorona, de Goran Petrovic
En casa ha entrado ya no sé cuántas veces Atlas descrito por el cielo, de Goran Bregovic, novela recomendada entre otros por Alberto Manguel, y que, pese o debido a tener una estructura muy original, parece la mar de interesante. Por algún motivo u otro (casi siempre la pereza de adentrarme en una estrucutra tan original), siempre acabo devolviéndola a la biblioteca sin haberla leído. Bajo el techo que se desmorona es mucho más accesible de lo que la anterior se antoja a primera vista, y nos cuenta el antes, el momento, y el después de la muerte del mariscal Josip Tito. Un retrato de los Balcanes con un aire a lo Amarcord. Una gran novela.
Capital, de John Lanchester
Una de esas novelas que intentan, y en este caso, además, lo consigue, captar tanto un determinado momento histórico como el espíritu de una comunidad en todos sus estratos sociales. El momento histórico va desde finales de 2007 a otoño de 2008, en los meses de especulación financiera que culminaron con el escándalo de Lehman Brothers y la convulsión en los mercados financieros, cuyas consecuencias todavía sufrimos. La comunidad es la calle Pepys Road, en Londres, que la especulación inmobiliaria ha convertido en el objeto del deseo de banqueros, deportistas y todo tipo de gentes de pasta. Allí conoceremos tanto a los tiburones de la City, a la familia de pakistaníes que llevan la tienda de la esquina, al inmigrante polaco que se gana la vida haciendo obras, o a la anciana que se ha convertido en millonaria por el simple hecho de seguir viviendo en la misma casa en la que nació. Lanchester ha conseguido entrelazar las vidas de estos personajes, y unos cuantos más, con la historia del escándalo financiero y la histeria tras los atentados de Londres. El resultado es una novela muy bien escrita y francamente entretenida, cuyas 600 páginas me leí en tres o cuatro sentadas.
Como un guante de seda forjado en hierro, de Daniel Clowes
¿Qué puedo decir de esta novela gráfica? Si a alguien le apetece una lectura francamente desagradable, por no decir horripilante; le hace ilusión una obra a cuyo lado David Lynch parece un autor costumbrista; y le gustan las obras de las que no entiende ni papa, éste es su libro. Daos el gusto de pasarlo mal.
The British museum is falling down, de David Lodge
Muchos admiradores de Lodge tienen en ésta su novela favorita del autor inglés. Lo cierto es que es Lodge en estado puro: divertido, ameno, de estructura impecable, certero y culto sin ápice de esnobismo. Personalmente, sin embargo, me supo a poco después de la Trilogía de campus. Esa manía mía de leer primero las mejores obras de un autor con frecuencia me estropea las demás.
Tiempo de canicas, de Beto Hernández
Lo hermanos Hernández, de padre mexicano y madre texana, son dos reputadísimos autores de novela gráfica de los que yo no había oído hablar hasta esta pequeña maravilla. En ella, se nos describe la trivial epicidad, o, tanto monta, la épica trivialidad de la entrada en la adolescencia en el extrarradio de una ciudad californiana a finales de los 60. Tan sencillo que parece, y tan genial el resultado.
Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero, de Martin Rowson
¿Hace falta tener valor para llevar el Tristram Shandy a la novela gráfica? No lo sé. La línea que separa el valor de la desfachatez suele ser muy fina, y me parece que la palabra desfachatez, que por supuesto es un elogio, y grande, se ajusta mucho más al carácter de Martin Rowson. Ahora, está claro que la desfachatez no basta, y lo que se necesita es sobre todo talento e imaginación, algo de lo que anda sobrado este autor genial.
Así, en esta impresionante adaptación, Rowson ha conseguido algo dificilísimo: respetar (por decirlo de alguna manera) el espíritu rompedor del original, al tiempo que crea una obra absolutamente personal, original e innovadora. Con unas ilustraciones en las que uno se puede perder durante horas, lo único que se le puede reprochar a esta edición es que no tenga un formato aún más grande.
Three men in a boat, de Jerome K. Jerome
Cuando alguien tiene un nombre como el de este autor, el sentido del humor debe de venir incorporado de serie. Tres hombres en una barca es una obra clásica de la literatura inglesa del s. XX, donde "clásico" quiere decir fácil de encontrar en edición barata. Será por esa ubicuidad que todo el mundo la conoce. Será también por eso por lo que tan pocos la leen hoy. Y no sólo aquí. Pienso, en efecto, que muy atrás quedan los días en que esta novela era una de las favoritas del público inglés, como podría serlo Sidra con Rosie. Y es una pena, porque aparte de ser una obra interesante, original y con mucho más jugo del que aparenta, tiene algunas de las escenas más divertidas con las que me he encontrado en mucho tiempo. El gran éxito del que gozó en su tiempo, así como el estatus de clásico, se lo debe en gran medida a su estructura algo errática. En efecto, lo que parece un mero divertimento para pasar el rato, se convierte a ratos en un tratado de historia o de geografía, mientras que en otras ocasiones nos deleita con divertidas observaciones casi antropológicas. Da la impresión de que el autor escribió el libro para pasar el rato, lo que con frecuencia es el mejor modo de pasar a la inmortalidad.
Este libro provocó contorsiones de cuello en un pasajero en el metro, quien, tras mi mirada inquisitiva, se lanzó en elogios del libro y me deseó que lo disfrutara. Lo hice.
Cuentos de Galitzia, Andrzej Stasiuk
Algo desconcertado me dejó la obra de este autor polaco. La palabra Galitzia (que toda la vida había sido Galicia; parece que algunos editores consideran que el cerebro del lector español no es capaz de abarcar tamañas complicaciones toponímicas) actúa sobre mí como un imán, y me lancé sobre esta colección de cuentos con gran voracidad, pero también con unas expectativas quizá algo equivocadas. En efecto, aquí no tenemos historias del shtetl, ni funcionarios del imperio austro-húngaro partiendo a la Gran Guerra. Los cuentos, que de hecho se pueden leer como diferentes episodios de una novela, transcurren en la época actual, y en ellos, en medio de una nieve gris y de un paisaje desolado, tenemos a diferentes personajes que arrastran sus miserias de la taberna al cuartucho con hedor a vodka de garrafa, en el que suena la voz hortera de un presentador de concurso de televisión. Y aunque a ratos me daba la sensación de estar leyendo una historia de perdedores en el medio oeste americano, lo cierto es que este libro ha dejado en mi recuerdo una huella duradera y totalmente inconfundible.
Eating people is wrong, Malcolm Bradbury
Lo más interesante que puedo decir de esta novela es que mi edición, que rondaba entre los libros de mi abuela, es igualita a la de la foto. Y prácticamente en el mismo estado.
David Lodge ha señalado en alguna ocasión que ésta es algo así como una de las obras canónicas en llamada "novela de campus". A mi juicio, si en su día lo fue, hoy ha quedado más que desfasada. Poco campus, muchas fiestas, tedio, y una lectura de la que no ha quedado nada más que una marca en la lista de libros leídos.
La chica sobre la nevera, de Etgar Keret
Donde el israelí Keret -a quien descubrí el año pasado con este otro libro, genial- se maneja mejor es en el relato corto, de apenas tres o cuatro páginas, y de corte surrealista-fantástico-absurdo. En esta estupenda colección abundan los relatos de ese tipo, combinados con otros algo más largos y por ende menos logrados, y unos pocos, brevísimos, que parecen viñetas de una historia de iniciación. Una lectura más que recomendable.
Entre asilio y exilio, de Predrag Matvejevic
A este autor lo descubrí el año pasado, gracias a esta publicación de Acantilado. Paseándome andaba yo un día este año por no recuerdo qué biblioteca cuando vi de nuevo su nombre, esta vez en Pre-textos, así que me dije que la ocasión la pintan calva. Porque este libro es una joya para los sovietófilos. Matvejevic es bosio-croata, hijo de padre ruso, y en este libro recoge sus impresiones de algunos viajes a la URSS, en busca -si no recuerdo mal- de la familia de su padre, así como las cartas que escribió a diversas personalidades e instituciones en su defensa de la libertad. Me apoyo quizá demasiado en la memoria, pero de esto no os quepa duda: es una gozada de lectura.
Continuará.