Érase una vez una Mentira, una mentira con las patas muy largas; una Mentira que nada tenía que ver con las demás. Érase una vez una Mentira, no sólo con las patas muy largas, sino con los dientes afilados, los ojos vacíos y la lengua muy bífida. Érase un día cualquiera, una tarde como todas las demás, en las que ella creía ser la cobarde de los dos, la que ponía pegas a todo lo que él proponía. Érase una vez el único día bueno de todos los que habían revoloteado sobre sus cabezas, porque llegó la Mentira. El bicho de las patas largas, el animal de la lengua bífida. Érase una vez Alguien, Alguien lo suficientemente estúpido como para ingeniar un entramado de tonterías infinitas, todas ellas orquestadas por el Capitán de la Cobardía, la mano derecha de la Mentira.
Érase una vez una Persona que había dejado de ser quién era, Alguien que sólo pensaba en objetivos absurdos, en complacencia, en mentiras disfrazadas de gestos altruistas. Érase una vez una Persona, Alguien… érase una vez un imbécil que, de tantas mentiras que decía, se quedó solo con el Capitán de la Cobardía y la estúpida Mentira.