Retazos de un viaje por Europa

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

“Los viajeros son almas en pena/ sin patria y sin dios/Recorren nocturnos los caminos del alba /cuando cantan los gallos en el techo del mundo”

-Poema “Diálogo de viajeros”, de Harry Almeda

Compré mi pasaje a Europa con seis meses de antelación. Desde ese momento hasta que llegó la fecha del viaje, los días transcurrieron con pasmosa lentitud. Hubo una mezcla de ansiedad con emoción, de lejanía, de curiosidad y de expectativa. No sé cuántas veces chequeé que el pasaporte estuviera en orden, que no me faltaba una visa, que el avión despegaría el día para el que, efectivamente, había comprado mi vuelo. Todos los viajes se escudan tras alguna sombra y el mío -del que ahora pienso que era un ensayo, una manera de retarme a mí misma- me hablaba siempre con voz baja, me leía pasajes de algunas ciudades y jugaba con mis temores, que no eran tantos. Dice el escritor Andrés Neuman que el viaje es la contradicción entre irse o quedarse. Nada más cierto.

Salí de Caracas despavorida, como dándole la espalda para no escucharla por un rato. Sabía que luego me tocaría volver para darle un beso y decirle que podíamos seguir, que todo estaría bien; pero Caracas me dolía de vivirla y pensarla. Me llevé la angustia de mi país metida en la maleta y me pesaba. Arrastré el equipaje por el aeropuerto, que era casi como ir desgarrando el piso con el ánimo y la fe, y justo cuando me alejé de mi ciudad, entendí que debía estar ahí, volando hacia otro destino y escribiendo como un escape. Una vez me dijeron que existen muchas realidades y que cada quien elige la suya. Esa era la mía: volar a otro lugar, vivirlo y escribir sin que importara el toque melancólico, loco o soñador de cada línea.

Madrid, vista desde el teleférico

En Amsterdam, días de fiebre y frío

Durante 89 días estuve en 9 países, 16 ciudades y 7 pueblos. Tomé 13 vuelos y un tren. Dormí en hostales, hoteles, casas de amigos y familia. Fue un viaje que quiero contar con lentitud. Por eso empiezo por dejar aquí algunos retazos, sacados sin mucho orden de mi libreta. Los viajes encierran muchas emociones y cuando me sentía incapaz de escribir, hablaba en voz alta como quien le dicta a la nada y algo de eso también quiero soltar aquí.

Madrid, España/28 de marzo/11.31 pm Llegar a Madrid fue como pasar al patio de una casa grande, lleno de macetas, con una mecedora de mimbre, un perro durmiendo y una señora de cabello blanco con un café en la mano, dispuesta a contarte todo lo que quieras. Madrid es ese lugar que se parece a mí casa; donde está el abrazo y la pausa. Estar aquí es dejar que los días pasen. Pasé un día entero entre vuelos y escalas; desayuné, almorcé y cené mientras volábamos, pero sin tener claras las horas. Cuando llegué y al poco rato sentí hambre, no supe si era porque tenía que comer o porque mi cuerpo estaba tratando de ajustarse a todo. Tengo sueño todo el tiempo y nunca sé bien qué hora es. Duermo cuando me da sueño y escribo, como ahora, cuando se supone que debo estar dormida. Me gusta un poco esa falta de ritmo y costumbre. Madrid es el sitio de mi recreo, el lugar donde duermo sin culpas, sin horas, sin prisa. Aquí encuentro una ciudad distinta cada vez que salgo a verla. Entre tantas nubes, árboles, ruidos y vidas, no hay espacio para el aburrimiento, aunque sí para su fría primavera.

St.Julians, Malta/30 de marzo/8.05pm Todos van caminando casi sin advertir que justo al lado se asoma el Mediterráneo entero. Es domingo por la mañana y me distraen las campanadas de la iglesia de St. Julians. Hombres y mujeres trotan al lado del mar, pasean a los perros, los gatos van solos y los niños corren como para alcanzar la brisa. No sé cómo será en otros lugares de Malta, pero aquí en St. Julians la brisa habla. Me parece que tiene una conversación constante con el mar y a veces se altera. Anoche me despertaron sus gritos y quise asomarme, pero sabía que estaría escondida.

Spinola Bay en St. Julians; Malta

Los balcones de Valleta, Malta

Un vistazo al Grund, en Luxemburgo

Valleta, Malta/02 de abril/8.16 pm ¿A dónde se fue toda la gente? Caminé calles estrechas sin que nadie apareciera después de diez o quince minutos. De algunos balcones brotan ropas de varios colores para secarse con la brisa, pero no veo quién las guinda. Lo sé, es día feriado en Malta y parece que nos han dejado la ciudad a los curiosos, para escudriñarla sin preguntas. Las calles de Valleta son empinadas; hay aceras y a veces no. Los carros se estacionan como pueden, ahí donde crees que ya no hay espacio posible. De repente, escaleras; todo se llena de escaleras. Al cruzar en cualquier esquina, aparece el mar, una iglesia, un edificio de paredes desvencijadas. Cuando estás en una intersección, no sabes qué hacer: si quedarte viendo al gato haciendo equilibrio sobre un tendedero, bajar hasta la brisa, seguir entre los carros o subir por lo que parece una calle principal. Me gusta caminar sin orden para tropezarme, cada cierto rato, a otro viajero mirando los balcones, el mapa y decidiendo si va a subir, a bajar o quedarse ahí por siempre.

Edimburgo, Escocia/16 de abril/4.11 pm Llegué hace nueve días a Dublín, me fui hace dos, estoy en Edimburgo y a punto de irme a otra ciudad. Deberíamos tener prohibido eso: la prisa entre las ciudades. Queda en uno un cansancio que se transforma en gripe, en voz irritada, en pasos lentos. Queda también una mezcla de emociones que no sabes bien a qué pertenece, ni que nombre ponerle. Eres muchas ciudades al mismo tiempo. Si pudiera retroceder un poco los días, habría alargado mi estancia en Edimburgo y hubiese tomado dos vuelos menos. No me gusta la presión de un viaje cuando hay tanto por ver y escribir. Pero me ha tocado ponerle ritmo a estos días y tuve que hacerlo mucho antes de llegar, porque las regulaciones en mi país no me permiten improvisar en el camino, ni disponer de mi dinero cuando quiera, sino cuando lo creen preciso. Así que compré los boletos por adelantado y es por eso que hoy estoy saliendo hacia Amsterdam, un poco en contra de mi voluntad.

Vuelo Edimburgo-Amsterdam/16 de abril/5.32 pm Cuando llegué a Dublín me sentí abrazada por una ciudad fría. Había entre nosotras cierta complicidad, una simpatía innata sin conocernos. Quise hablar y decirnos algunas cosas y fue así como supe que Dublín tiene un desorden de ideas, que lo quiere contar todo al mismo tiempo y por eso tiene tantas calles; para que te pierdas en sus historias y le prestes atención. Dublín es un conjunto de pasillos inadvertidos que van guardando la energía de una juventud que quiere estar afuera todo el tiempo; y el cansancio de aquellos que caminan un poco más lento y van con sus perros, al lado del escándalo inagotable de una ciudad a la que le brota el verde por todos lados.

En el Old Town de Edimburgo, Escocia

Caminando por Dublín

En Wicklow, a las afueras de Dublín

Trierweiler, Alemania/02 de mayo/5.54 pm Quería garabatear algunas líneas en una libreta azul que me compré en el Museo de los Escritores de Edimburgo, pero aún tengo espacio en esta. No he escrito nada en estos días por andar perdida en el verde y la relectura de varios libros. Duermo, me trasnocho y sigo leyendo. Las palabras escritas no me salen, son apenas balbuceos, intentos, un desorden. Pero entonces, cuando camino, cuando voy en el carro entrando o saliendo del bosque; esa voz en mi cabeza empieza a narrar varias cosas al mismo tiempo y habla en el tono en el que me gustaría escribir. Trato de copiarme de sus palabras, pero no logro recordarlas con exactitud. Se me ocurre que esa voz me habla desde otra ciudad, que ella siguió viajando y yo me quedé atorada en algún mapa -o aquí, en el bosque- y por eso no nos entendemos con facilidad. Le seguiré poniendo nombre a los paisajes y escuchando con atención, a ver si dentro de algunos días, logramos ponernos de acuerdo.

Trierweiler, Alemania/06 de mayo/9.10 pm Divago. Europa ha jugado con mis horarios. El viaje me ha puesto un ritmo calmado de responsabilidades. Pocas veces consulto la hora y el día se me escapa en plena noche. Siento que los minutos van despacio y hay días que se viven dos veces, pero también hay otros que llevan prisa y solo te dejan el cansancio, el bostezo de la siesta que no tomaste y la pijama pegada al cuerpo. Voy por ahí en medias y pantalón de ovejitas, con un peinado que no es tal y una chaqueta negra impermeable porque me da frío a media mañana, al mediodía o cuando ya es de noche, pero no está oscuro. Todos los días son lunes, viernes o martes. Se distinguen, eso sí, los domingos de cualquier otro día. Lo reconozco porque el pan huele más intenso; porque el silencio del amanecer se prolonga más en el cuarto. Divago. La lluvia me abstrae y el sol me hace salir de aquí a llenarme de bosque, de ciudad, de pueblos. Europa ha decidido que yo vaya al ritmo que a ella se le antoje; como si de una señora que se levanta todos los días a regar sus plantas se tratara. Nada más importa mientras las hojas tengan agua y una voz que les cante a pleno atardecer. No hay prisa.

Una de las tantas vistas de Trier, en Alemania

En una callecita de Pisa, Italia

Un helado carísimo frente al campanario de Giotto, en Florencia, Italia

Aeropuerto de Frankfurt Hann/26 de mayo/7.07 pm Estoy esperando un vuelo a Pisa y será mi primera vez en Italia. Ya tengo en el cuerpo esa inquietud que me causan los aviones. En apariencia, estoy tranquila, pero por dentro soy varias orquestas descompasadas. Volar me da un poco de nervios, aunque se me pasen luego porque logro callarlos con música o imaginando que doy un concierto de piano a casa llena. Reviso el mapa y entiendo que no podré ir a Roma, porque no me alcanzan los días; pero estaré en la Toscana, que es como estar dentro de una película. He leído tanto que no sé nada y por eso prefiero concentrarme en la dirección del hostal y en cómo tengo que tomar el bus hasta Florencia. Voy a Pisa, es lo que sé.

Vuelo Madrid-Nueva York/16 de junio/ 2.03 pm Hay viajes que se terminan como un bolero: “recuerdos de un amor que abrió mi corazón aquella noche”. Va llevando uno en el cuerpo esa melancolía, ese despecho de pasos apresurados en el aeropuerto y la armonía desentonada de las ruedas del equipaje a todo galope. Todo es un conjunto de tristeza: el sello en el pasaporte, el sonido de la maleta al caer sobre la correa, las cajas agolpándose en el chequeo de seguridad. El aeropuerto es el lugar de los abrazos rotos, de las despedidas desordenadas; de un cúmulo de emociones. Llegamos y nos vamos en diferentes idiomas y ese espacio se queda ahí, como protegiendo las conversaciones y los anhelos. Aquí siempre es hora de partir.

Vuelo Malta-Madrid/05 de abril/9.36 am El truco está en no mirar por la ventanilla mientras el avión despega. Lo he comprobado en este vuelo y lo haré en todos los demás. No mirar como quien ignora que está dejando un país. Hacerse el loco y dormir. Así, finalmente, podremos sentir que no nos hemos ido, que nos quedamos en esa ciudad y que otra parte de nosotros sigue viajando. Por eso extrañamos y nos gana la melancolía, porque en realidad estamos en muchos lugares al mismo tiempo. Un pedacito de nosotros se va quedando en cada lugar que conocemos. Los viajeros somos rompecabezas incompletos.

Gracias a mí queridísima Mirelis Morales T. por compartir conmigo ese pedacito del poema “Diálogo de viajeros”, que me hizo sentarme a escribir, a ver qué salía.