Me harté de procrastinar.
Me cansé de poner en pausa todas las ideas que me vienen a la cabeza para escribir entradas en el blog a la espera de un momento mejor para sentarme frente al ordenador.
No soporto más ver todos los borradores que tengo a medias muriéndose de ganas de salir al mundo, de sacudirse el polvo y ver la luz por fin.
Eso se acabó.
Estoy siendo víctima de una alergia primaveral muy peculiar que me provoca una profunda aversión hacia el síndrome de ya lo haré mañana y, presa de ella, se me ha ocurrido proponerme un reto: publicaré una entrada diaria durante una semana.
¿Y por qué una semana, precisamente? Sí, yo también he oído hablar de los 21 días necesarios para crear un hábito y 7 días son solo una tercera parte. Sin embargo, no se trata de torpedearos a entradas, ni tampoco pretendo matarme de estrés y angustia al ver que el día toca a su fin y todavía no he terminado el artículo diario. Tampoco es eso.
El hábito de escribir diariamente lo cultivaré (mi otra parte del reto es precisamente esta), pero eso no significa que tenga que publicar cada día. Hay una gran diferencia.
Es la primera vez que lanzo un compromiso así en público, y lo hago con toda la intención. Sé que si os lo cuento voy a esforzarme por cumplir lo prometido. Os estoy utilizando descaradamente —por favor, disculpad la osadía—, pero necesito de vosotros para conseguir el empujón que me hace falta.
Pues bien, ahí va mi alteración primaveral, una declaración de intenciones en toda regla que expongo, firmo y rubrico a poco de haberse estrenado la estación de las flores, que tanto me gusta. ¿Quién dice que los propósitos tengan que ser en año nuevo? Supongo que también en eso procrastiné…
¡Nos vemos, de nuevo, mañana!
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