Retrato de un oficio invisible – Crítica de “El editor de libros” (2016)

Publicado el 20 diciembre 2016 por Manuzapata @vivazapatanet

Estas torpes palabras esbozadas a modo de introducción de lo que se va a convertir en una crítica es muy probable que, una vez ordenadas negro sobre blanco, resulten prescindibles en comparación con otros párrafos mucho más ricos y nutridos de argumentos. La función de la persona encargada de separar el grano de la paja en las distancias cortas del artículo periodístico, y por lo tanto de cercenar esa primera frase de ahí arriba, y en la carrera de fondo de la literatura recibe el nombre de edición. Una labor invisible, al igual que lo es la del montaje de cine, a la par que imprescindible, y que se encarga de cincelar, de extraer del bloque de piedra, del tocho de papeles mecanografiados o de los interminables rollos de celuloide, la mejor obra posible manteniendo la esencia que el autor impregnó a su creación.

Esta película describe a la perfección un oficio que tiene tanto de psicólogo de cabecera o de paño de lágrimas como de consejero artístico, que requiere de la mano izquierda suficiente para poder lidiar con el ego del literato siendo capaz de velar por el espíritu del texto dando esquinazo constante a la tentación de modificarlo; el oficio de editor de libros, que ejerció con inimitable destreza durante los años de la Gran Depresión un hombre sin el que la maestría nacida de las privilegiadas plumas de Scott Fitzgerald o Hemingway no habría visto la luz: Max Perkins.

¿Alguien recuerda su nombre? Por desgracia se hace necesario bucear en las hemerotecas para toparse con la semblanza de este tipo familiar apasionado por su trabajo y por devorar uno tras otro los originales que caían en sus manos. Este filme perfila su figura contrastándola con la de un escritor de prolija y poética prosa, Thomas Wolfe, con quien colaboró estrechamente y al que descubrió, del mismo modo que a sus coetáneos integrantes de la Generación Perdida.

Michael Grandage ha escogido esta adaptación biográfica como su primer trabajo cinematográfico con la loable intención de reivindicar el legado del protagonista como elemento clave en la evolución de la literatura estadounidense de la primera mitad del siglo XX. Resulta interesante la labor de sabueso del realizador a la hora de escarbar en las personalidades de los dos personajes principales para mostrarnos que detrás de la flema que Colin Firth confiere al editor se esconde un adicto al trabajo casi tan obsesivo como el excesivo genio de las letras al que da vida Jude Law, cuyas tribulaciones fluctúan entre un eventual paso a la posteridad y la incapacidad de escribir una buena frase.

El estatismo de determinados pasajes de la cinta, acompañado de cierta licencia para la sobreactuación de Law y una Nicole Kidman cuya expresividad continúa secuestrada por los estragos del bótox, delatan el origen teatral del cineasta de nuevo cuño. Afortunadamente no consiguen desdibujar el absorbente retrato de la apasionante profesión de un fulano que en un relato convencional hubiese quedado al fondo del cuadro.

Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.

Copyright imágenes  © Desert Wolf Productions, Michael Grandage Company, Riverstone Pictures, Pinewood Pictures  . Cortesía de A Contracorriente Films.  Reservados todos los derechos.

El editor de libros 

Dirección: Michael Grandage

Guión: John Logan, basado en el libro Max Perkins. El editor de libros de A. Scott Berg

Intérpretes: Colin Firth, Jude Law, Nicole Kidman

Música: Adam Cork

Duración: 104 min.

Reino Unido, Estados Unidos, 2016