Los que siguen son tres cuentos breves de su autoría: El loco. En el jardín de un hospicio conocí a un joven de rostro pálido y hermoso, allí internado. Y sentándome junto a él, le pregunté: -¿Por qué estás aquí? Me miró asombrado y respondió: -Es una pregunta inadecuada; sin embargo, contestaré. Mi padre quiso hacer de mí una reproducción de sí mismo; también mi tío. Mi madre deseaba que fuera la imagen de su ilustre padre. Mi hermana mostraba a su esposo navegante como el ejemplo perfecto a seguir. Mi hermano pensaba que debía ser como él, un excelente atleta. Y mis profesores, como el doctor de filosofía, el de música y el de lógica, ellos también fueron terminantes, y cada uno quiso que fuera el reflejo de sus propios rostros en un espejo. Por eso vine a este lugar. Lo encontré más sano. Al menos puedo ser yo mismo. Enseguida se volvió hacia mí y dijo: -Pero dime, ¿te condujeron a este lugar la educación y el buen consejo? -No, soy un visitante -respondí. -Oh -añadió él- tú eres uno de los que vive en el hospicio del otro lado de la pared.
Las leyes. Años atrás existía un poderoso rey muy sabio que deseaba redactar un conjunto de leyes para sus súbditos. Convocó a mil sabios pertenecientes a mil tribus diferentes y los hizo venir a su castillo para redactar las leyes. Y ellos cumplieron con su trabajo. Pero cuando las mil leyes escritas sobre pergamino fueron entregadas al rey, y luego de éste haberlas leído, su alma lloró amargamente, pues ignoraba que hubiera mil formas de crimen en su reino. Entonces llamó al escriba, y con una sonrisa en los labios, él mismo dictó sus leyes. Y éstas no fueron más que siete. Y los mil hombres sabios se retiraron enojados y regresaron a sus tribus con las leyes -que habían redactado. Y cada tribu obedeció las leyes de sus hombres sabios. Por ello es que poseen mil leyes aún en nuestros días. Es un gran país, pero tiene mil cárceles y las prisiones están llenas de mujeres y hombres, infractores de mil leyes. Es realmente un gran país, pero ese pueblo desciende de mil legisladores y de un solo rey sabio.
Aquel viejo, viejo vino. Hubo una vez un hombre rico muy orgulloso de su bodega y del vino que allí había; y también había una vasija con vino añejo guardada para alguna ocasión sólo conocida por él. El gobernador del estado llegó a visitarlo, y aquél, luego de pensar, se dijo: "Esa vasija no se abrirá por un simple gobernador". Y un obispo de la diócesis lo visitó, pero él dijo para sí: "No, no destaparé la vasija. Él no apreciará su valor, ni el aroma regodeará su olfato". El príncipe del reino llegó y almorzó con él. Mas éste pensó: "Mi vino es demasiado majestuoso para un simple príncipe". Y aún el día en que su propio sobrino se desposara, se dijo: "No, esa vasija no debe ser traída para estos invitados". Y los años pasaron, y él murió siendo ya viejo, y fue enterrado como cualquier semilla o bellota. El día después de su entierro tanto la antigua vasija de vino como las otras fueron repartidas entre los habitantes del vecindario. Y ninguno notó su antigüedad. Para ellos, todo lo que se vierte en una copa es solamente vino. fuente:ciudadseva