Un artículo de Juan Pais
En la década de los cincuenta del pasado siglo la juventud de la pequeña población norteamericana de Marshalltown, Iowa, tenía en el cine una de sus pocas diversiones. Los jóvenes del lugar acudían a ver las películas de sus estrellas favoritas, con las que fantaseaban. Una de esas jóvenes era Jean, la hija del propietario del drugstore local, el señor Seberg. Jean era bella, sensible y educada, y vivía una existencia tranquila que cambió el día que acudió al cine a una proyección de la película Hombres (The Men, 1950), con Marlon Brando. Viendo a la célebre estrella reflejar el sufrimiento y la voluntad de superación de un soldado paralítico tras ser herido en la guerra, Jean se enamoró de la profesión de actor y decidió que ella también quería usar la imaginación para transformarse en otras personas y emocionar al público. Con cierta inocencia, su admiración por el actor la llevó a escribirle para invitarle a pasar una temporada en su casa y también le envió sus condolencias y 5 dólares para flores a una tía de James Dean cuando el protagonista de Al Este del Edén (East of Eden, 1955) murió. Solo esta buena mujer le contestó.
El sueño de Jean de ser actriz se cumplió al ser elegida por el gran director Otto Preminger para interpretar nada menos que a Juana de Arco en una producción de 1957. Preminger adoptó una actitud muy despótica con Jean, tal y como era su costumbre (Marlon Brando había declarado que “no trabajaría con ese bastardo ni por 10 millones de dólares”), e incluso llegó a aislarla socialmente, impidiéndole viajar a casa por vacaciones.
Al rodaje de Santa Juana (Saint Joan) le siguió una adaptación de Buenos Días, Tristeza (Bonjour Tristesse, 1958), una entonces escandalosa novela de la precoz escritora François Sagan, también producida y dirigida por Preminger. La película, en la que actuaban los veteranos David Niven y Deborah Kerr, narra las inquietudes de la hija de un playboy ante la relación insólitamente seria de este con una mujer, que supone para la joven una amenaza para la hedonista vida de ambos en la Costa Azul. Al igual que pasó con Santa Juana, no obtuvo el éxito crítico y comercial esperado.
Tuvo que ser una película francesa, de bajo presupuesto, muy experimental, la que condujo a Jean Seberg al estrellato. En Al Final de la Escapada (About de Soufflé), de Jean-Luc Godard, Jean interpreta a Patricia, una chica aspirante a escritora y residente en París, que entabla una relación con un fugitivo de la justicia, Michel (Jean Paul Belmondo). El mundo entero se enamoró de la americana que vende el New York Herald Tribune por los Campos Elíseos y las chicas imitaron su estilo desenfadado y su pelo a lo garçon. Ella se convirtió en un icono y Al Final de la Escapada en un mito.
La vida privada de Jean ya era un tanto agitada. Se había casado con el guionista y director francés François Moureil, aunque luego declararía que se trató de un matrimonio precipitado, fruto de la inmadurez. En aquellos años Jean empezó a tener los primeros ataques nerviosos. Aún era joven, pero ya paseaba por el filo que separa la cordura de la locura, que para ella era muy sutil.
Lilith (1964) contiene posiblemente el mejor de trabajo de Jean y uno de los más importantes de su director, Robert Rossen (el último que firmó el director). La actriz interpreta al personaje del título, paciente de una clínica psiquiátrica de la que se enamora un empleado de dicha institución, atrayendo a éste a su desquiciado mundo. El inexpresivo Warren Beatty, coprotagonista, no consigue ni de lejos reflejar la destructiva pasión y el progresivo tormento interno de su papel, pero Jean está brillante con un personaje que se mueve entre la esquizofrenia y la ninfomanía, algo similar a lo que parecía ocurrirle a la propia Jean.
Años atrás, en 1960, estando casada con Francois Moreuil, fue invitada junto a éste a una cena que ofrecía el cónsul francés en Los Ángeles, Romain Gary, un reputado escritor de origen lituano, heroico veterano de la Segunda Guerra Mundial, que fascinó a la actriz. Ambos se enamoraron y contrajeron matrimonio cuando Jean obtuvo el divorcio de François Moreuil. Los primeros años del matrimonio Gary – Seberg fueron felices, dando a luz Jean a su único hijo, Alexandre Diego, en 1962. Sin embargo, el lado oscuro de Jean se fue intensificando progresivamente. Era frecuente que tuviera romances con otros hombres y que asistiera a fiestas donde abundaban el alcohol y las drogas; su precario equilibrio psicológico era desconocido para sus fans pero una terrible realidad para sus allegados.
En 1968 Jean coincidió en un vuelo con Hakim Jamal, uno de los líderes de los Panteras Negras. Jamal, un antiguo delincuente y presidiario, se había volcado en la política tras salir de prisión, abandonando, al menos aparentemente, el alcohol y la adicción a la heroína. Jamal sedujo con su carisma a Jean, que se convirtió en su amante, sacándole él una gran cantidad de fondos para la causa de los Panteras Negras. Por desgracia, Jean hizo caso omiso de los que le advertían que Jamal no era de fiar y que sólo quería aprovecharse de ella y de su fama y dinero, manipulando perversamente la mala conciencia de la actriz por ser blanca y rica.
La conexión de Jean con los Panteras Negras llamó la atención del FBI, que empezó a seguir sus actividades de cerca. Con la aprobación del propio J. Edgar Hoover, se trató de desprestigiar a la actriz propagando el bulo de que el padre de un niño del que quedó embarazada era de uno de los Panteras Negras. Esto desestabilizó enormemente a Jean, llegando a perder al bebé, una niña. Cuando murió, a los pocos días de nacer, Jean hizo fotos de su cadáver para distribuirlas entre la prensa y demostrar que el bebé era blanco.
A pesar de su creciente inestabilidad, Jean consiguió papeles en películas de la época que resultaron exitosas, como en La Leyenda de la Ciudad sin Nombre (Paint Your Wagon, 1969) y Aeropuerto (Airport, 1970), viviendo un romance con el protagonista de la primera, Clint Eastwood, que además pudo tener un final trágico, ya que Romain Gary retó a duelo al actor cuando se enteró, aunque este no aceptó el desafío.
En 1970, Jean conoció en una fiesta al escritor mexicano Carlos Fuentes. Ambos se enamoraron y entablaron una relación que años después Fuentes plasmó en su novela Diana o la Cazadora Solitaria. En la novela, Fuentes se refiere a Jean como Diana Soren y cuenta su episodio amoroso –breve, duró dos meses, aunque muy intenso - reflejando la realidad de su tiempo y condensando en la persona de la inconformista, contradictoria pero, sobre todo, solitaria Diana los ideales de una generación a punto de fenecer.
La década de los setenta significó el ocaso tanto personal como profesional para Jean. Su matrimonio con Romain Gary se rompió definitivamente, aunque el comprensivo escritor nunca se desentendió del todo de su inestable ex mujer, y la ahora soltera Jean entabló muchas relaciones fugaces, entre ellas con el director de cine español Ricardo Franco, que narraría su tumultuosa aventura con la actriz en Lágrimas Negras, película póstuma del realizador. En 1972 se casó con Dennis Berry, un director americano instalado en París e hijo del también realizador John Berry, represaliado por el macarthysmo, pero este matrimonio fue desdichado y efímero.
Entre las películas que rodó en esa década destaca una rodada en Cantabria en 1973, La Corrupción de Chris Miller. Dirigida por Juan Antonio Bardem, no se trata como se podría esperar de ese director de una obra socialmente comprometida, sino que es una historia de terror con toques de erotismo. Una propuesta tan bizarra (Jean Seberg topa en el reparto con…Pepa Flores “Marisol”) no se desarrolla adecuadamente, ya que Bardem se desenvuelve muy torpemente en el género terrorífico y los momentos eróticos resultan casi irrisorios, sobre todo hoy en día, bien porque el director se muestra vergonzante ante esas escenas o bien porque la censura no ponía las cosas demasiado fáciles. La Corrupción de Chris Miller es una película que ha envejecido mal.
Pese a que se convirtió en una estrella cosmopolita, Jean nunca dejó de ser una mujer del campo, que nunca se había desprendido de la primitiva inocencia característica del medio rural. Al igual que de niña adoptaba a los animales abandonados que se encontraba, de adulta puso su dinero y su fama al servicio de los más marginados y necesitados. Por desgracia, y como suele pasar, muchos se aprovecharon de esa generosidad.
El mundo ya había dejado de oír hablar con frecuencia de Jean Seberg cuando su nombre volvió a las páginas de los periódicos el 8 de septiembre de 1979. En esta ocasión no se trataba de un estreno cinematográfico ni de una noticia relacionada con la ya extinta Nouvelle Vague. Jean había desaparecido unos días antes, algo que ya había pasado en ocasiones. En los últimos años estaba muy deteriorada tanto física como psicológicamente. No tenía domicilio fijo: en ocasiones vivía con inestables parejas, como su nefasto novio Ahmed Hasni, que la chuleaba cruelmente; otras veces vivía en casa de amigos como Nico, la ex cantante de Velvet Underground. Muchas veces ni se sabía dónde estaba. Por desgracia, esta vez su desaparición tuvo un desenlace trágico, que Carlos Fuentes recoge en Diana o la Cazadora Solitaria. Su pluma narra el final de la azarosa vida de Jean Seberg / Diana Soren:
“Diana Soren ha muerto. La encontraron pudriéndose dentro de un Renault en una callejuela de París. Llevaba dos semanas allí. Estaba envuelta en un sarape de Saltillo. ¿Será el que se compró conmigo en Santiago? La noticia del cable dice que a su lado sólo había una botella vacía de agua mineral y una nota de suicidio. La policía de París tuvo que llamar a la brigada de sanidad para desinfectar el callejón donde encontraron su cuerpo encerrado en compañía de la muerte, después de dos semanas. Lo que quedaba de ella estaba cubierto de quemaduras de cigarrillo. Yo me pregunté, sin embargo, si al fin, en la muerte, ella se sintió a gusto en su piel".