Tragicomedia perversa
Filósofo, dibujante, director artístico, director de cine, productor, escritor, Presidente de la Academia, gordo, flaco e inventor del ‘ascopena’. Un hombre que revolucionó el cine español y se dejó de drama, sexo, drogas y tetas, para hacer un cine con… drama, sexo, drogas y tetas, pero con humor y violencia. Estos días estrena en nuestros cines su galardonada y ovacionada Balada triste de trompeta, y a mí, sólo de pensar en payasos asesinos, se me cae la baba.
Segunda retrospectiva de La Palomita y segundo director que tocamos licenciado en Filosofía (habría que replantearse cambiar en las guías universitarias las salidas de la carrera y junto a profesor añadir ‘director de cine’). Casualidad o no, Álex de la Iglesia (Bilbao, 4 de diciembre de 1965) se desentendió de Sócrates y Platón y buscó su sitio en el mundo cinematográfico. Y me viene al pelo que su último trabajo cuente como protagonistas con un par de payasos, porque la figura del clown me recuerda a una perfecta metáfora de su forma de hacer cine, un híbrido entre el drama y la comedia que transforma sus obras en una implosión de emociones contrapuestas ante unos personajes cuyo sufrimiento nos divierte perversamente. Un juego que coloca al espectador en una posición moral (o amoral) difícil en la que se debate entre la lástima y la carcajada.
Acción Mutante
Comienza sus andaduras como director artístico en Todo por la pasta (Enrique Urbizu, 1991), donde entra en contacto con el mundillo cinematográfico y se engancha a su engranaje. Ese mismo año rueda su primer corto, Mirindas asesinas, en el que ya añade los ingredientes de lo que a partir de ese momento sería su particular estilo. Humor, muerte, ‘ascopena’ y Álex Ángulo.
Corre el año 1993 cuando un guión del bilbaíno llega a manos de Pedro Almodóvar, cuya productora con nombre de prostíbulo de carretera (El Deseo) apadrina el proyecto. De ahí surge Acción Mutante, un debut fabuloso para un director novel que pierde su virginidad en el largo con sobresaliente. Una absoluta frikada maestra que nos traslada a un futuro gobernado por pijos y perfectos en el que quien no es 'tonto' es 'moderno'. En medio de este contexto actúa una banda terrorista liderada por un tuerto psicópata, magistralmente interpretado por Antonio Resines (lo que confirma que no siempre fue Diego Serrano) y compuesta de una serie de pirados con minusvalías físicas, encarnados por lo mejor del panorama nacional de ese momento como Álex Ángulo (increíble el híbrido humano que se gasta con Juan Viadas), Santiago Segura o Enrique San Francisco. Un grupo de desgraciados marginados que se dedica a atentar contra los ricos y poderosos. Desternillante y brutal, toda una parodia de lo peor de nuestra sociedad. Esta película le vale a de la Iglesia 3 premios Goya y le corona como el director revelación de la temporada.
El Día de la Bestia
Dos años más tarde llega una de sus obras más reconocidas, El día de la bestia (1995), que acaba por consagrarle como uno de los mejores directores del cine español. Nuevamente, con el fabuloso Álex Angulo en el papel de un cura convencido de haber descifrado el apocalipsis. Para localizar el punto en el que nacerá el anticristo, el protagonista viaja a Madrid, donde se cruzará con un heavy grilladísimo encarnado por Santiago Segura y con un famoso médium (Armando de Razza), rollo Carlos Jesús, presentador de un programa televisivo. Una historia descerebrada y perversa en la que, de nuevo, de la Iglesia satiriza los aspectos más crudos y vulgares del ser humano y provoca la burla ante las propias creencias y miserias. Esta vez no son sólo 3, sino 6 premios Goya, incluido el de mejor dirección, los que se lleva su trabajo más avalado por la crítica y por el público.
'Álex, mañana te van a dar por culo'. Así vaticina Resines en 1997 durante el Festival de San Sebastián, en la fiesta del estreno de la siguiente película del bilbaíno, lo que la crítica diría de ella, de la infravalorada Perdita Durango. Malos resultados también en taquilla para un film que, a mi parecer, es una obra bastante digna. La exótica Rosie Pérez interpreta a la femme fatale Perdita Durango, una mujer salvaje y sin escrúpulos que se cruza con Romeo Dolorosa (Javier Bardem, que no sé dónde luce más horrendo, aquí o en No es país para viejos), una fusión entre traficante de lo que sea y santero estafador. Una pareja a la que el crimen, las torturas y la inmoralidad les ponen más cachondos que a Mariñas un fondo de escritorio de Jaime Cantizano. Se trata de una historia llena de humor negro, pero también de sensualidad, en la que se cruza el secuestro de unos adolescentes, el sexo, los celos, la sangre y los ritos satánicos. Rara sí, pero extremadamente atractiva. Esta vez, Álex toma una forma de rodaje más americanizada y se separa un poco de esa sátira descerebrada, absurda y caótica que mostraba en sus dos anteriores largometrajes.
Perdita Durango
En 1999 regresa con Muertos de risa. Protagonizada por Santiago Segura y el Gran Wyoming, el film nos sitúa en los 70, donde dos personajes realmente patéticos son unidos por el manager Julián Santisteban (Álex Ángulo). Ambos forman un dúo cómico que termina triunfando por los escenarios de todo el país. Su número: darse de hostias. Finalmente, la fama les domina y terminan profesándose un odio mutuo. Otra ilustración burlesca de la sociedad española y de nuestro gusto por la violencia y el sufrimiento. El bilbaíno regresa a la fórmula de sus dos primeros films, un relato alocado con su característico coctel de drama y comedia. Sin embargo, no alcanza la maestría de sus predecesoras y el humor se vuelve en esta ocasión demasiado absurdo e iterativo. En contra de lo esperado, ver constantemente en la pantalla los caretos de Wyoming y Segura deja de divertir tras media hora de metraje.
Un año después estrena La comunidad (2000), su otra obra cumbre. Logra nada más y nada menos que 15 nominaciones a los Goya, de los cuales obtiene 3. Carmen Maura se lleva el de mejor protagonista por su papel de Julia, una vendedora de pisos que halla en el inmueble de un hombre ya fallecido unos cientos de millones. La mujer tendrá que enfrentarse a una comunidad de vecinos totalmente chalada que hará todo lo posible para que no se lleve la pasta. Una obra maestra del cine español que combina los rasgos del arte de Álex: la comedia siniestra, con guiños hacia un cine hitchcockiano de suspense y de terror. Una ecuación inmejorable que vuelve a solidificar su posición entre los grandes.
Crímen Ferpecto
Sus tres siguientes obras, 800 balas (2003), Crimen Ferpecto (2004) y Los crímenes de Oxford (2007) son películas que no llegan a alcanzar los niveles de calidad de Acción Mutante, El día de la bestia o La comunidad. Films simplemente entretenidos, pero no espectaculares y que juegan en la misma liga que Muertos de risa. 800 balas, definida como un ‘marmitako -western’, se hace pesada en sus dos horas de duración, no sé si por el marmitako o por el western, y aunque tiene momentos realmente risorios, decae por la prolongación de una historia que gira siempre en torno al mismo elemento dramático, un Sancho Gracia atormentado por la culpa y empeñado en mantener sus cartucheras cargadas. El Álex del ‘cine clown’ que conocíamos pierde fuelle. Y aunque en Crimen ferpecto trató de recuperarse, sólo consiguió otra película con algo más de puntillos paródicos que la anterior y con un argumento más firme, eso sí. En ella, vemos a Willy Toledo como un vendedor extremadamente mujeriego que asesina a su superior. La única testigo del crimen es, para su desgracia, su compañera de trabajo más fea (Mónica Cervera). A partir de ahí iniciará toda una serie de estratagemas para camelar a la chica. Original, pero lenta. El interés, como en 800 balas, decae fácilmente.
Balada Triste de Trompeta
Por último, Los crímenes de Oxford es, posiblemente, la obra más seria del bilbaíno. Protagonizada por el sosito Elijah Wood, el excelente John Hurt y la bella Leonor Watling, el argumento se centra en una serie de asesinatos con un común denominador que descifrar. Sin más. Podría parecer una película con un desenlace sorprendente, pero, francamente, se veía venir. Quizá idónea para un espectador británico taza de té en mano, sin embargo, no para un gran público que acude a ver la película de un director que nos tiene acostumbrados a lo imaginativo y al toque cómico-siniestro, aunque sea mínimo. En 2009 fue elegido presidente de la Academia de Cine y este mismo año ha sido galardonado con el Premio Nacional de Cinematografía por su 'incuestionable trayectoria profesional innovadora y transgresora que ha enriquecido el lenguaje del cine español'.
No voy a decir que Álex de la Iglesia haya inventado una nueva forma de cine, sino que ha rehecho cine. El lenguaje es el mismo que utilizaban los grandes como Hitchcock, Polanski o Buñuel, pero se ha forjado un estilo sabiendo recombinar y utilizar, en ocasiones de manera magistral y en otras no tanta, los legados de aquellos maestros. En palabras del bilbaíno: 'Somos como Boecio o Plotino, ese tipo de pensador chungo que nadie recuerda pero que viene después de los grandes. ¿Y qué hace? Pues repensar loque han inventado otros, no porque sean buenos o malos, sino porque no existe otro lenguaje'.