Si exceptuamos la centenaria figua de Manoel de Oliveira -cuyos filmes se exhiben con regularidad en los circuitos culturales/comerciales del país-, el cine portugués contemporáneo es prácticamente desconocido en México. Más aún: si no fuera por el trabajo de divulgación de la Cineteca Nacional y la programación de algunos festivales de cierta inclinación y vocación muy particulares (el extinto FICCO, su descendiente FICUNAM), la obra de Pedro Costa, Miguel Gomes o los dos Joao (Joao Pedro Rodrigues y Joao Rui Guerra da Mata) permanecería inédita en nuestro país. Este es el caso, también, del cine de Joao Canijo cuya retrospectiva -no completa, pero algo es algo- ha programado la Cineteca Nacional durante la primera mitad de mayo. Sangre de Mi Sangre (Sangue do Meu Sangue, Portugal, 2011) es el noveno largometraje de Canijo, una dinámica y vital telenovela realizada bajo la clara influencia de Mike Leigh y con una puesta en imágenes que nos remite al Robert Altman de los años 70 y al Woody Allen de los 80/90. Lo de telenovela, por cierto, no es peyorativo sino descriptivo: uno de los tres cortes de la película -formado por tres episodios de 50 minutos cada uno- fue pensado para transmitirse por televisión. Los otros dos (de 131 minutos y otro más, extendido, de 191 minutos) se han exhibido en cine. Estamos en el barrio bravo Padre Cruz, de Lisboa. La cuarentona madre soltera Marcia (la actriz habitual de Canijo, Rita Blanco) tiene que lidiar con las "gracias" de su familia: su hija veinteañera Claudia (Cleia Almeida), que estudia enfermería y trabaja de cajera, se mete con su maestro de medicina (Marcello Urgeghe) que, además, está casado; su hijo Joao Carlos (Rafael Morais) acaba de salir de la correccional y ya está metido en líos, pues quiere verle la cara de turista a un peligroso distribuidor de droga (Nuno Lopes); y su hermana menor, la treinteañera Ivete (Anabela Moreira) -que es un poco demasiado cariñosa con Joao Carlos- vive quejándose de que ya se quedó a vestir santos y que nadie la pela en su casa. El argumento y los diálogos de Sangre de Mi Sangre fueron escritos a la Mike Leigh: Canijo, sus actores y algunos miembros del equipo de producción -17 nombres en total, según los créditos finales- prepararon la historia y escribieron los diálogos durante dos años, sin renunciar a cierto nivel de improvisación en el momento del rodaje. La compenetración de los actores con su material es total y su magnífica interpretación naturalista es capturada a través de una puesta en imágenes que parece inspirada en un estilo alleniano-altmaniano. Así pues, la cámara permanece e interiores, a veces fija, a veces moviéndose lentamente, de tal forma que en muchas ocasiones un personaje permanece fuera del encuadre, sin importar que esté hablando con otro. Otras veces, los diálogos en foreground y background se traslapan, de tal manera que vemos en el mismo encuadre dos situaciones dramáticas desarrollándose frente a nuestros ojos. No todo sucede en interiores: cuando la cámara de Mario Castanheira sale de la casita de Marcia, del restaurantito donde ella trabaja, del karaoke al que va a coquetear Ivete, del lujoso cuarto de hotel en el que Claudia se encuentra con su maestro, el steadycam se mueve con la solvencia y fluidez necesarias. Sangre de Mi Sangre avanza, precisamente, con esa misma fluidez. No hay conversaciones de más, no hay pleitos que sobren, no hay encuentros superfluos. El único reproche no es tanto un defecto del filme sino, en todo caso, una característica: una vuelta de tuerca telenovelera que, en lo personal, me pareció demasiado obvia -supongo que eso sucede cuando se escribe un argumento en un comité tan grande. Y, ahora que lo pienso, tengo un segundo reproche: la inclinación de Canijo hacia el tremendismo en la última parte de la película, lo que, de alguna manera, rompe con el tono directo y naturalista del filme. ¿Era necesario llevar a uno de los personajes a ese nivel de abyección?
Si exceptuamos la centenaria figua de Manoel de Oliveira -cuyos filmes se exhiben con regularidad en los circuitos culturales/comerciales del país-, el cine portugués contemporáneo es prácticamente desconocido en México. Más aún: si no fuera por el trabajo de divulgación de la Cineteca Nacional y la programación de algunos festivales de cierta inclinación y vocación muy particulares (el extinto FICCO, su descendiente FICUNAM), la obra de Pedro Costa, Miguel Gomes o los dos Joao (Joao Pedro Rodrigues y Joao Rui Guerra da Mata) permanecería inédita en nuestro país. Este es el caso, también, del cine de Joao Canijo cuya retrospectiva -no completa, pero algo es algo- ha programado la Cineteca Nacional durante la primera mitad de mayo. Sangre de Mi Sangre (Sangue do Meu Sangue, Portugal, 2011) es el noveno largometraje de Canijo, una dinámica y vital telenovela realizada bajo la clara influencia de Mike Leigh y con una puesta en imágenes que nos remite al Robert Altman de los años 70 y al Woody Allen de los 80/90. Lo de telenovela, por cierto, no es peyorativo sino descriptivo: uno de los tres cortes de la película -formado por tres episodios de 50 minutos cada uno- fue pensado para transmitirse por televisión. Los otros dos (de 131 minutos y otro más, extendido, de 191 minutos) se han exhibido en cine. Estamos en el barrio bravo Padre Cruz, de Lisboa. La cuarentona madre soltera Marcia (la actriz habitual de Canijo, Rita Blanco) tiene que lidiar con las "gracias" de su familia: su hija veinteañera Claudia (Cleia Almeida), que estudia enfermería y trabaja de cajera, se mete con su maestro de medicina (Marcello Urgeghe) que, además, está casado; su hijo Joao Carlos (Rafael Morais) acaba de salir de la correccional y ya está metido en líos, pues quiere verle la cara de turista a un peligroso distribuidor de droga (Nuno Lopes); y su hermana menor, la treinteañera Ivete (Anabela Moreira) -que es un poco demasiado cariñosa con Joao Carlos- vive quejándose de que ya se quedó a vestir santos y que nadie la pela en su casa. El argumento y los diálogos de Sangre de Mi Sangre fueron escritos a la Mike Leigh: Canijo, sus actores y algunos miembros del equipo de producción -17 nombres en total, según los créditos finales- prepararon la historia y escribieron los diálogos durante dos años, sin renunciar a cierto nivel de improvisación en el momento del rodaje. La compenetración de los actores con su material es total y su magnífica interpretación naturalista es capturada a través de una puesta en imágenes que parece inspirada en un estilo alleniano-altmaniano. Así pues, la cámara permanece e interiores, a veces fija, a veces moviéndose lentamente, de tal forma que en muchas ocasiones un personaje permanece fuera del encuadre, sin importar que esté hablando con otro. Otras veces, los diálogos en foreground y background se traslapan, de tal manera que vemos en el mismo encuadre dos situaciones dramáticas desarrollándose frente a nuestros ojos. No todo sucede en interiores: cuando la cámara de Mario Castanheira sale de la casita de Marcia, del restaurantito donde ella trabaja, del karaoke al que va a coquetear Ivete, del lujoso cuarto de hotel en el que Claudia se encuentra con su maestro, el steadycam se mueve con la solvencia y fluidez necesarias. Sangre de Mi Sangre avanza, precisamente, con esa misma fluidez. No hay conversaciones de más, no hay pleitos que sobren, no hay encuentros superfluos. El único reproche no es tanto un defecto del filme sino, en todo caso, una característica: una vuelta de tuerca telenovelera que, en lo personal, me pareció demasiado obvia -supongo que eso sucede cuando se escribe un argumento en un comité tan grande. Y, ahora que lo pienso, tengo un segundo reproche: la inclinación de Canijo hacia el tremendismo en la última parte de la película, lo que, de alguna manera, rompe con el tono directo y naturalista del filme. ¿Era necesario llevar a uno de los personajes a ese nivel de abyección?