Retrospectivas de La Palomita: Peter Weir

Publicado el 04 enero 2011 por Lapalomitamecanica
El cuasi-oscarizado director de los personajes perdidos

Peter Weir (Australia, 1944) es uno de esos directores a los que no les gusta trabajar a lo loco, sino que entre película y película prefieren tomarse su tiempo para configurar una obra digna de elogios. Es posible que no todos sus films hayan marcado hitos, pero no se puede decir que en la filmografía de Weir haya algún bodriete de los gordos. Esta semana se estrena en nuestros cines su último trabajo, Camino a la libertad, con el que el director vuelve a mostrarnos sus rasgos más particulares: personajes en ambientes que les son ajenos y realidades históricas.  Tras el salto, descubre la fiomografía que ayudó a crear lo que hoy entendemos como "épica cinematográfica". Weir decide abandonar sus estudios universitarios y comienza a trabajar en el negocio de su padre, un agente inmobiliario. En los 60 partió de Australia para viajar por Europa y entrar en contacto con las gentes de otros lugares. Ese interés multicultural que ya demostraba desde siempre, es seña de identidad de sus cintas e incluso denotan cierto toque autobiográfico al introducir en contextos desconocidos e impropios a los protagonistas de sus films, una relación experiencial de sus sentimientos durante sus viajes.Al volver a tierras australianas, ejerce de asistente de producción en varias series y dirigió una, Man on a green bike. Su primer largometraje es Los coches que devoraron París (1974), sobre dos hermanos que buscan trabajo en Australia y tienen un accidente en el que sólo uno de ellos sobrevive, apareciendo en un pueblo llamado París, donde se encontrará con una serie de extraños habitantes. Ya desde sus inicios, Weir introduce su sello personal, ese protagonista que aterriza en un entorno desconocido al que no pertenece y de primeras está más perdido que Johnny Depp en The Tourist.Un año más tarde estrena Picnic en Hanging Rock (1975). Basada en hechos reales, cuenta la historia de la desaparición de tres niñas y una profesora durante una excursión. Tras este film, rueda La última ola (1977), en la que un abogado investiga la extraña muerte de un aborigen en medio de una serie de tormentas y lluvias. A través de unos misteriosos sueños irá descubriendo la verdad. Dos cintas normalitas, pero entretenidas.En 1981 llega Gallipoli. Coprotagonizada por un jovencísimo Mel Gibson, esta película resulta un poético drama basado en la I Guerra Mundial. Un relato antibélico centrado en la amistad entre dos muchachos con un plano final que te deja más frío que la sustitución de CNN+ por un Gran Hermano 24 horas. Una película idílica repleta de sentimentalismo rodada con un brillante cuidado por la técnica. El amigo Weir repite con Gibson en El año que vivimos peligrosamente (1982), sobre un corresponsal enviado a Indonesia para cubrir una guerra, donde conocerá a una mujer (Sigourney Weaver) y a un singular hombrecillo. Con cierto misterio, el director resuelve un film entretenido que de nuevo contiene una profunda denuncia social de las penurias de la pobreza que crean los conflictos bélicos y la lucha de poderes. Aunque, como sus predecesoras, tampoco es una cinta que destaque en demasía.La consagración llega cuando Único testigo aterriza en 1985. El director repite la fórmula de ese personaje extraído de su contexto e introducido en uno desconocido, en este caso, el de los Amish. Harrison Ford interpreta a un agente de policía que deberá proteger a un niño testigo de un asesinato. Un film ameno en el que Weir aporta algo más de acción a la trama que en sus anteriores trabajos. Fue nominado al Oscar a Mejor Director, pero Sydney Pollack y su Memorias de África le quitaron la estatuilla.En 1986 estrena La Costa de los Mosquitos, sin mucho éxito en taquilla. Otra vez cuenta con Harrison Ford en el papel principal, un inventor que, cansado del mundo urbano decide irse a vivir a la jungla de Honduras arrastrando con él a su familia. Un film más bien discretito.


Tres años más tarde, llega una de sus películas más exitosas, El club de los poetas muertos (1989). Un relato acerca de un profesor encargado de enseñar literatura en un estricto internado. Una oda cinematográfica que se convirtió en todo un hito. Weir concedió a Robbin Williams, además de una nominación al Oscar, la oportunidad de demostrar que no sólo sabía hacer payasadas en la pantalla, un buen ojo que también tuvo con Jim Carrey nueve años más tarde. Candidato a Mejor Director también en esta ocasión, con el infortunio de encontrarse esta vez nominado junto a Oliver Stone y la estupenda Nacido el 4 de julio.

Tras este éxito, le siguieron dos cintas más, Matrimonio de conveniencia (1990) y Sin miedo a nada (1993), que no logran superar a su anterior obra, pero que resultan entretenidas para un domingo de resaca. La primera es una comedia con Gérard Depardieu, por la que el actor obtuvo también una nominación al Oscar. En ella, un compositor francés tendrá que casarse con una neoyorquina para lograr la tarjeta de residencia y poder quedarse en EEUU. Weir también logró la candidatura a Mejor Guión, pero fue Ghost la que se hizo con él. La segunda película posee un tono más dramático, protagonizada por un Jeff Bridges que sufre un accidente de avión y se replantea su vida, hasta el punto de exponerse al peligro para sentir la adrenalina, olvidando a su familia y sus responsabilidades.Pero esa fase de las producciones de entretenimiento facilón finalizó con su otra obra maestra, El show de Truman (1998). Uno de los pocos films de Jim Carrey que soporto ver y, a decir verdad, de muy buen gusto. Un actor que demostró aquí su potencial para interpretar otros papeles que no fueran el de tío pirado que hace gestos y ruidos rarunos constantemente. Siempre con ese trasfondo de crítica social de Weir, la película narra la historia de un individuo que desde que nace vive inconscientemente en un escenario ficticio que hace de plató para una especie de Gran Hermano. Original, bien contada y espléndida cinta que critica el control mediático al que se somete a la sociedad, gracias a una tecnología que bien puede volverse contra la moral y éticas humanas. Yo la llamo la ‘bomba nuclear de Weir’, porque aunque pretendió lo contrario, abrió la veda para los cansinos Reality Shows. Fue nominado al Oscar a Mejor Director, pero Spielberg se lo arrebató con Salvar al soldado Ryan.


Después de un parón de cinco años, en 2003 arribó a nuestros cines Master and Commander: al otro lado del mundo. Protagonizada por Russell Crowe, se trata de una película ambientada durante las guerras napoleónicas, en la que un capitán de barco inglés decide perseguir al enemigo aún a costa de la vida de toda su tripulación. Una obra intrépida con la que de nuevo Weir vuelve a sumergirnos en hechos históricos de carácter bélico tras el irreal mundo de Truman. Obtuvo dos nominaciones a los Oscar, el de Mejor Director y Mejor Película, sin embargo, tuvo la desgracia de competir con 'el señor de los Oscar' de aquel año, Peter Jackson.
Con un total de seis candidaturas a lo largo de su trayectoria que han sido finalmente eclipsadas por otras producciones, Peter Weir regresa ahora con Camino a la libertad, un drama basado en una novela autobiográfica de Slavomir Rawicz (La increíble caminata), un oficial polaco que narra la experiencia que vivió tras ser capturado por el gulag soviético y lograr escapar junto a otros seis compañeros. A partir de ese momento, comenzará la verdadera lucha por la supervivencia. El film lo protagonizan dos actorazos como Colin Farrell y Ed Harris. Así que, con estos ingredientes que se ha gastado el bueno de Weir, no sé si a la libertad, pero camino al cine ya estoy yendo. A ver si tiene suerte y a la próxima tío Oscar le otorga un merecido apadrinamiento.